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Tribuna
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Asuntos pendientes

Las agendas política, económica y territorial marcarán el juego político de los próximos años

Gabriel Rufián,  Adriana Lastra, y  Rafael Simancas.
Gabriel Rufián, Adriana Lastra, y Rafael Simancas.Psoe

Más allá de los posibles acuerdos alcanzados, el actual debate sobre las negociaciones de gobierno esconde otro importante de fondo: el de los conflictos que van a estructurar la competición política de los próximos años. El escenario en el que nos sitúa un Gobierno apoyado por la izquierda y los regionalismos con los partidos de derechas como oposición, es muy distinto al escenario que nos dibuja un Gobierno apoyado por los dos grandes partidos, con Podemos, Vox y los regionalismos como oposición. Y lo es tanto por las dinámicas de competición que se podrían generar, como por el tipo de política que se podría desarrollar.

Simplificando mucho, la teoría económica de la democracia de Downs nos dice que para que una democracia funcione, el Gobierno debe recaer sobre aquellos que defienden la posición del votante mediano. Es decir, la posición de aquellos votantes que tienen el mismo número de votantes a su derecha y a su izquierda. Una posición privilegiada desde la que cualquier intento de mover el Gobierno hacia la derecha/izquierda perderá por el voto contrario de todos los votantes a la izquierda/derecha del votante mediano más el del propio votante mediano, generando una mayoría suficiente de votos para evitar que el Gobierno cambie. Las coaliciones de Gobierno, pues, van a necesitar siempre del partido al que pertenezca el votante mediano.

Sin embargo, los votantes no estamos ordenados en una sola dimensión de conflicto, por eso no hay un solo votante mediano. La persona que defiende la posición central en el nivel de impuestos que debe cobrar el Estado, no es necesariamente la que defiende la posición central en el nivel de descentralización que debe tener el Estado. Y, como demostró el también teórico William Riker, cuando el escenario tiene más de una dimensión de conflicto no hay equilibrio. Cualquier Gobierno que se pueda formar sería sustituible por otra coalición desarrollada en base a otro conflicto y con otro votante mediano como clave, una situación que haría imposible formar Gobiernos estables. Sin embargo, las democracias funcionan y los Gobiernos tienden a ser relativamente estables en el tiempo. ¿Cómo conseguimos que no se generen coaliciones alternativas constantemente?

La respuesta es que, aunque a nivel teórico toda oposición debería ser capaz de romper el Gobierno con un nuevo conflicto que genere una nueva coalición, en realidad las coaliciones de Gobierno tienden a sentarse en los conflictos que se consideran más importantes para los votantes. Consecuentemente, los partidos de la oposición no pueden cambiar el debate y generar un Gobierno alternativo en base a otro conflicto fácilmente. Los votantes y sus líderes tienden a ser muy conscientes de que en otro conflicto sus alianzas, lealtades y comportamientos serían distintos, pero priorizan los temas que prefieren que estructuren sus comportamientos y están dispuestos a asumir las divergencias y desencuentros que puedan tener con sus aliados en otros conflictos secundarios. Solo cuando el nuevo conflicto es percibido como más relevante y de mayores consecuencias que el viejo, observamos un cambio en el comportamiento y aparecen nuevas pautas de coalición y sistemas de partidos.

Sin embargo, la teoría de Riker nos muestra una cosa importante para entender la situación actual: es imposible generar mayorías inequívocas en espacios con más de una dimensión política y, por lo tanto, los votantes y los líderes tienen que apostar por cuál es el conflicto en el que van a tejer las alianzas y también cuál es el votante mediano que marcará el Gobierno. Consecuentemente, se definirán también qué conflictos no van a poder tener este rol y, por lo tanto, van a ser poco relevantes para la agenda política. Ello, tanto a la hora de marcar las coaliciones de Gobierno que se formen, como las políticas públicas que salgan de estas coaliciones.

Lo hemos visto en Cataluña, la prevalencia del conflicto sobre la independencia ha obligado al Gobierno catalán a surgir de una confluencia de sensibilidades muy distintas en términos económicos y sociales. Una situación que ha complicado mucho el desarrollo de propuestas en estos segundos conflictos, dificultando los cambios en el modelo económico y centrando la acción del Gobierno en la agenda independentista.

Poner el tema territorial, el político o el económico como conflicto que estructura y dará coherencia al Gobierno no es, pues, un tema baladí. Es una decisión que marcará la lógica del debate y las herramientas que tendrán los Gobiernos a la hora de dar respuestas a los principales retos del país. Y es una decisión que saldrá, en gran parte, de la coalición de Gobierno que se acabe formando y el debate mediano que defina sus límites; de si se opta por priorizar una alianza sobre el tema territorial, o si se prioriza el económico y social.

Berta Barbet es investigadora posdoctoral en el área de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona y editora de Politikon.

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