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Columna
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Vaya, resulta que el gato es un tigre

China es un problema. Y muy grande

Jorge Marirrodriga
El presidente de China, Xi Jinping, en una visita a Grecia.
El presidente de China, Xi Jinping, en una visita a Grecia.ARIS MESSINIS (AFP)

De vez en cuando aparecen noticias en las que alguien se lleva a casa un gatito pero que, pasado el tiempo, descubre que el minino en realidad es un puma, un tigre o cualquier otro animal grande, imponente, con los dientes afilados y poco amigo de los arrumacos. Lo normal es que una vez el caritativo propietario se dé cuenta de que se ha equivocado en su percepción de lo que era el felino, pase a considerarlo como lo que es y a tratarlo como tal. Es cierto que siempre hay alguno que se empeña en decir que el tigre se comporta como un gato y que sigue viviendo con él como si tal cosa. Estas personas también es habitual que vuelvan a salir en las noticias, aunque esta vez sin poder hacer declaraciones después de que el animal –“no sé qué le ha pasado, no era así”, suelen declarar si sobreviven al ataque— haya mostrado lo que realmente es.

Con China está pasando exactamente lo mismo. Durante muchísimo tiempo se ha minusvalorado al país más poblado del mundo que comenzó el siglo XX en una situación de atraso material anterior a la industrialización europea, pasó por su primera mitad repartido --formalmente o de hecho-- entre otras potencias y se quedó al margen del gran juego de la Guerra Fría sumido en un sistema más pendiente de lo que sucedía dentro que de lo que pasaba fuera. China no era amenaza en el tablero mundial excepto, tal vez, militarmente en su área regional y de ninguna manera en el mundo económico.

Cuando comenzó a crecer y China decidió adoptar la reglas (con trampas, eso sí) del capitalismo económico para crecer, se impuso la creencia de que la dictadura política había comenzado la cuenta atrás. Que no es posible entrar al juego sin aceptar todos los condicionantes y que al final (sin especificar mucho cuándo sería este) sería el mismo mercado el que acabaría con la dictadura comunista. Que entre el Libro Rojo y la Cartilla del Banco (naturalmente roja) al final todos se olvidarían del primero y se centrarían en la segunda. Vamos, que había otro gatito para la camada de la Bolsa. Eso sí sería más grande seguramente que otros. Pero un gato al fin y al cabo.

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Pero desde el primer momento en que comenzó a crecer China dio muestras de que es otro animal. Primero lo hizo de manera cauta, aunque de vez en cuando se le escapa un zarpazo como el mundo pudo apreciar en la Plaza de Tiannanmen. Con la devolución de Hong Kong y Macao comenzó a quedar claro su poder intimidatorio, aunque había quienes seguían pidiendo paciencia. Pero el tigre se ha seguido comportando como tal.

Hoy el Partido Comunista Chino es más fuerte que nunca, con unos medios tecnológicos, ya demostrados, que permiten un control de la población sin precedentes en la historia. Con un Ejército entre los más poderosos del mundo, un poder económico capaz de hacer tambalear en cualquier momento el sistema financiero mundial y una determinación clara de dominio internacional. La pregunta ya no es quién le pone el cascabel al gato, sino qué hacemos con el tigre que está en el salón.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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