Alterando el orden público
Supongamos que he quedado mañana por la mañana con unos amigos en cualquier capital europea. Supongamos que —no importa la razón— decidimos sentarnos en el centro de una avenida central de esa capital a reír, a cantar, a protestar por lo que sea. A continuación, los coches empiezan a detenerse para no atropellarnos y en pocos minutos se forma un atasco monumental que bloquea a cientos de miles de ciudadanos. Viene la Policía, nos detiene sin miramientos, nos juzgan y deberemos pagar una cuantiosa suma por haber alterado el orden y haber con- culcado los derechos de muchas personas. ¿No sería eso lo normal?
Eduardo Costa Bejarano
Valencia
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