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La carta íntima de Ricky Rubio a su madre fallecida de cáncer

El jugador de baloncesto explica cómo le ha influido la experiencia y su compromiso con los que sufren la enfermedad: "La sonrisa de un niño en un hospital me hace seguir adelante, es como me realizo. Es lo que mamá hubiera querido”

Ricky Rubio, en un equipo de su esquipo, los Phoenix Suns, contra los Utah Jazz, el 28 de octubre de 2019.
Ricky Rubio, en un equipo de su esquipo, los Phoenix Suns, contra los Utah Jazz, el 28 de octubre de 2019.Christian Petersen
Robert Álvarez
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Ricky Rubio es un deportista de élite. Es profesional desde que tenía 14 años. Es ya su novena temporada en la NBA. Pero su carrera se tambaleó no hace mucho. Fue cuando su madre, Tona, falleció a los 5 años a causa de un cáncer de pulmón, en mayo de 2016. El base de El Masnou pasó una crisis anímica tan profunda que estuvo a punto de abandonar el baloncesto. Pero precisamente fue la promesa que le hizo a su madre, la de ayudar a la gente que sufre esa enfermedad y en especial a los niños, lo que ayudó a Ricky a rehacerse. Aquella experiencia le sirvió como estímulo para su vida personal y también deportiva, siempre apoyado por una familia muy unida, con su padre Esteve y sus hermanos Marc y Laia.

Ricky cuenta su experiencia vital, el vínculo tan especial que mantiene con su madre fallecida y su compromiso con los niños enfermos y más desfavorecidos, en una extensa carta publicada por The Players Tribune, una web especializada en los artículos que escriben personalmente muchas de las grandes figuras del deporte mundial.

Ricky atraviesa por uno de los mejores momentos deportivos de su ya larga carrera. El 21 de octubre cumplió 28 años, cinco semanas antes ganó el Mundial con la selección española en Pekín, donde fue elegido el mejor jugador del torneo (MVP). Sin apenas descanso, se incorporó a la disciplina de su nuevo equipo, Phoenix Suns, el tercero en su singladura en la NBA, tras seis temporadas con Minnesota y dos con Utah. Su impacto en el juego de los Suns ha sido inmediato. El equipo ha pasado de ser uno de los peores de los últimos años —colista de la Conferencia Oeste la pasada temporada— a ser una de las grandes revelaciones. Y el papel de Ricky como pilar del juego de los Suns es incontestable.

En la vorágine, al margen de victorias, derrotas, viajes, entrenamientos y descanso, el base de El Masnou mantiene su firme compromiso con los enfermos de cáncer, canalizado básicamente a través de su Fundación. “La sonrisa de un niño en un hospital me hace seguir adelante, es como me realizo. Es lo que mamá hubiera querido”, escribe Ricky en la extensa carta en la que entremezcla su carrera, sus proyectos vitales y el proceso que experimentó con el cáncer de su madre y la enfermedad por la que falleció también, en octubre de 2015, el que fuera su entrenador en Minnesota, Flip Saunders. 

Para ti, mamá

Traducción del artículo de Ricky Rubio en 'The Players Tribune'

En 2015, me mudé a un nuevo apartamento que me gustó mucho en el centro de Mineápolis, cerca de donde jugaban los Timberwolves. Por las mañanas, cuando la niebla se despejaba, podía mirar hacia abajo y ver el río Misisipí. El apartamento era grande, pero no demasiado. Me aseguré de que tuviera dos habitaciones, así que cuando mi mamá y mi papá venían a verme, siempre tenían una habitación para ellos solos. Aquel verano, mis padres vinieron de visita desde España, lo que habían hecho varias veces al año desde que me mudé a los Estados Unidos en 2011. Por lo general, venían a verme jugar o para pasar unas vacaciones. Hacíamos turismo en Mineápolis y St. Paul. Los llevé al museo de arte y a mis restaurantes favoritos. Los llevé al Mall of America, cosas así. Siempre nos divertíamos, como si estuviéramos de vacaciones.

En aquel viaje en concreto, íbamos a salir de la ciudad y teníamos que conducir. Fue como la mayoría de los viajes por carretera que hice con mis padres. Escuchaban música, me contaban chismes sobre amigos y familiares en casa. Se quedaban callados un momento, y luego, mi papá comenzaba a contar alguna historia de mi infancia. A mi papá le encanta hacer eso. Le encanta contar historias sobre mí, especialmente las que ya he escuchado.

Esta vez contó la historia de cómo había elegido entre el fútbol y el baloncesto. Tenía 10 años y, según cuenta, mi madre me hizo elegir uno u otro. Elegí el fútbol. Era el deporte más popular y era mejor en eso. Mi papá prefería el baloncesto. En realidad, fue entrenador de un equipo femenino de baloncesto. Era su deporte. Yo sabía que le decepcionó un poco que renunciara al baloncesto. Pero, al cabo de unas semanas, el fútbol y yo realmente no nos llevábamos bien. Entonces le dije a mi mamá que había cometido un gran error. Quería volver al baloncesto. Recuerdo que ella dijo que no iba a ser fácil: ya habían pagado la matrícula para que jugara al fútbol. “No se puede cambiar a mitad de temporada”, me dijo.

Mi padre trabajaba en el Club Deportivo de El Masnou. Preguntó si había alguna manera de incluirme en uno de sus equipos de baloncesto. Por lo general, no se permitía unirse a un equipo una vez que la temporada ya había comenzado. Pero le dijeron que si trabajaba algunas horas extra en el club, me dejarían jugar. Mi papá no se lo pensó. Estaba orgulloso de que quisiera volver a jugar a su deportivo favorito. Mi padre hizo ese trabajo extra y mi mamá hizo toda la tarea en casa para que pudiera ser así. Mi mamá y mi papá, mi familia, ese es mi equipo. Siempre ha sido así. Los amo por eso.

Y 15 años después de haber elegido el baloncesto en lugar del fútbol, conducía con ellos en un viaje por carretera en Minnesota. Después de un par de horas llegamos a nuestro destino: la Clínica Mayo, en Rochester. Esperamos en una pequeña habitación a que entrara el médico. No era algo nuevo para nosotros: tres años antes, a mi madre le habían diagnosticado cáncer. Comenzó en sus pulmones en 2012. Nos mantuvimos positivos. Sabía que ella podía superarlo. Tenía que creerlo. Esa es mi mamá ¿sabes? Ella es mi superhéroe. La había visto criar una familia. La había visto trabajar duro y luego encontrar tiempo para llevar a su hijo a jugar a fútbol y baloncesto. Y ella venció al cáncer. Como diría mi padre: “Todos lo superamos. Como una familia”.

Ahora estábamos de vuelta en un hospital. Entró el médico y, antes de decir nada, lo supimos. Lo podías ver en su cara. Habíamos asistido a muchas de aquellas pruebas, habíamos estado en muchas de aquellas salas, en muchas de aquellas reuniones. Así que podíamos verlo en sus ojos. Era la misma mirada que tenía el médico en Barcelona en 2012 cuando diagnosticaron a mi madre por primera vez. Esta vez, el médico dijo que el cáncer había regresado y se estaba extendiendo rápidamente. Era maligno. Apreté la mano de mamá. Todos nos abrazamos. En el camino a casa, mi papá no contó ninguna historia. Esa noche, aprendí algo sobre mi apartamento. Las paredes eran delgadas. Escuché a mis padres llorar toda la noche. Apenas podían dormir. Yo tampoco pude. No sé cómo expresar en palabras cómo me sentía. Me sentí tan impotente. Todo lo que quería era que mi madre se sintiera mejor. Y no sabía cómo. Estaba tan perdido. Al día siguiente no quería estar cerca de una cancha de baloncesto.

Una parte de mí se rompió aquella noche. Mi vida cambió para siempre. Llegué a odiar aquel apartamento.

Cuatro años antes, en 2011, conseguí un apartamento en Los Ángeles. Me gustó. Estaba cerca de la playa. Fue el verano del cierre patronal en la NBA, y fue antes de que jugara mi primera temporada con los T-Wolves. Había alquilado un lugar pequeño para poder hacer ejercicio todos los días y disfrutar del clima mientras se solucionaba la situación de bloqueo.

Mi agente me habló de un partido de entrenamiento. Dijo que habría otros profesionales allí, así que acudí. La primera vez que fui, ya había un partido en marcha. Vi a K.G. (Kevin Garnett), Paul Pierce, Paul George, Danny Granger... Todos esos tíos a los que había visto y de los que había oído hablar durante años. Me dejaron correr con ellos ese día. Regresé todas las veces que pude durante aquel verano.

A veces, cuando se lo cuento a mis amigos en casa, me preguntan si alguna vez me sentí intimidado. Sí, tal vez un poco. Pero muchos se olvidan de 2008. Se olvidan de España. No recuerdan lo buena que era nuestra selección. Llegamos a la final de los Juegos, disputamos el partido por la medalla de oro olímpica. Tenía 17 años. ¡Diecisiete! Perdimos ante Estados Unidos. Tenían un equipo muy bueno, con Kobe, LeBron, Dwayne Wade y muchos otros grandes jugadores.

En 2011, sentí que ya sabía cómo jugar a ese nivel. Y acudí a aquellos entrenamientos de Los Ángeles decidido a mostrarles a aquellos tíos que pertenecía a su clase. Creo que todo en la vida sucede por una razón: el cierre patronal me dio la oportunidad de probar mi juego contra algunos de los mejores del mundo.

También fue así como conocí a KG.

Después de uno de los partidos de entrenamiento, recuerdo que se me acercó. “Ricky!!! Niño. ¿He oído que vas a Minny?”. Asentí. Creo que él sabía que mi inglés aún no era muy bueno. KG siguió y siguió hablándome sobre Minnesota y la franquicia. Venía a decirme: “Hombre, escucha. Este lugar, Los Ángeles, está bien. Pero confía en mí. Créeme. Vas a Minny ... ¿le das a esas personas todo lo que tienes? Créeme. Te devolverán todo. ¡Confia!”

No podía creer que un jugador como KG, el campeón de la NBA, el Big Ticket, me hablara y conociera mi historia. Siempre recordaré aquél día. Más tarde, aprendí lo que los aficionados de los Wolves ya sabían: KG decía la verdad y tenía razón sobre Mineápolis y sus aficionados. Cuando terminó el cierre patronal, era hora de presentarse en la cancha de entrenamiento. Todavía no sabía mucho sobre la NBA, solo lo básico sobre la duración de la temporada y cómo sus reglas eran un poco diferentes de las internacionales.

Y sabía que Minnesota había ganado solo 15 y 17 partidos en las dos temporadas antes de que yo llegara allí. Sabía que eso no era bueno. Para mí, fue un nuevo comienzo en una nueva Liga y un nuevo país. Recuerdo la noche del estreno de la temporada 2011-2012 Fue simplemente increíble. Increíble. Mi mamá y mi papá estaban allí en el Target Center. Empecé el partido en el banquillo. Cuando me estaba preparando para entrar, recuerdo a la multitud cantando mi nombre.

Pude distinguir a mis padres entre la multitud. Mi mamá, su cara. Recuerdo que tenía la sonrisa más grande y orgullosa.

Mi familia. Ese es mi equipo.

A mitad de mi temporada de novato, me rompí los ligamentos en partido contra los Lakers. Me recuperé aquel verano de 2012, el mismo en que mamá fue diagnosticada por primera vez con cáncer. Durante los dos años que siguieron, hubo muchos momentos difíciles. A veces me costaba concentrarme en el baloncesto debido a lo que estaba pasando mi madre en España. No todos sabían lo que estaba pasando, pero aquellos que sí, dejaron su huella en mi familia. La gente de Minnesota fue maravillosa y solidaria. Los aficionados, el personal, mis compañeros de equipo, todos hicieron todo lo posible para ayudarme con la situación de mamá. Se sentían concernidos. Lo recordaré por siempre.

Una de esas personas fue Flip Saunders.

Flip regresó a los Timberwolves en 2014, y lo conocí a él y a su hijo, Ryan. Es una familia muy cariñosa. Encarnan lo mejor de Minnesota. En 2015, cuando elegimos a Karl-Anthony Towns como número uno del ‘draft’, Flip me llamó. Quería que trabajara con Karl-Anthony durante el verano.

Volé de vacaciones y comencé a trabajar con KAT de inmediato. En nuestro primer día, Flip apareció unos minutos tarde. Estábamos haciendo algunos ejercicios, y vi a Flip al margen. Llevaba puesto un sombrero. Se le veía flaco, muy flaco. Fui a saludarlo y le dije que era bueno verlo. Después del entrenamiento, me llevó a su oficina. Sufría el linfoma de Hodgkin.

Se estaba sometiendo a la quimioterapia durante el verano. No supe qué decir, así que le dije: “Flip, te veo genial”. Lo dije en serio. Pero no sé si me estaba diciendo la verdad. Flip parecía pálido y flaco.

Hablamos un rato aquel día. Le conté por lo que estaba pasando mi madre, y él me contó sobre su quimioterapia y sobre la Clínica Mayo. Por eso fue por lo que al final se la recomendé a mamá. Flip me lo preguntó todo sobre ella y cómo estaba lidiando con la situación. Hizo que los dos nos olvidáramos de su propia batalla, aunque solo fuera por unos minutos. Nunca trató de llamar la atención sobre sí mismo. Así era Flip. Tres días antes de que comenzara la temporada, estábamos en Los Ángeles, preparándonos para jugar contra los Lakers. El personal nos llamó a una reunión. Flip había fallecido.

Fue un día muy duro. Y pensé en mamá. Para entonces, su cáncer había vuelto. Ella estaba bien, pero daba miedo pensar en Flip. La última vez que lo vi, no sabía que su estado fuera tan malo. Llamé a mi papá y le exigí que me dijera la verdad sobre el pronóstico de mamá. Necesitaba saber exactamente lo que estaba pasando. Fue durante la temporada, en 2015-2016, pero le dije que volaría a casa cuando él me lo dijera. Aquella temporada fue un infierno, con muchos altibajos. Llamé a mi papá casi todos los días para estar al corriente. A veces tenía que colgar porque mi madre no se sentía bien, o necesitaba cocinarle una comida, o tenía que vomitar.

Me sentí muy lejos. Estaría en algún hotel, en alguna ciudad, después de un partido, preguntándome ¿qué estoy haciendo aquí? Debería estar con ella.

Durante el receso para el All Star de aquel año, reservé un billete para viajar a casa. El descanso fue de solo cuatro días. El viaje duró 17 horas, pero tuve que hacerlo. Recuerdo haber pensado en Flip. Sabía que él habría entendido que tenía que irme.

Cuando mamá abrió la puerta y vi su rostro... fue la mejor sensación del mundo. Papá me dijo que el hecho de que yo estuviera allí, era la mejor medicina que ella podía tener. Pude ver que estaba sufriendo. Le cogí de la mano tanto como pude y me senté junto a su cama. No quería dejarla. Ella me dijo que no iba a renunciar.

Un día después, tuve que volar de regreso.

Pasaron dos meses más antes de que terminara la temporada. Hice lo que necesitaba hacer en la cancha. Pero fue muy difícil. Mi mente estaba muy lejos. Pensé en mi madre todo el tiempo. Después de nuestro último partido de la temporada, volé a casa nuevamente.

Mamá murió unas semanas después.

Cuando alguien que amas muere, es como si te envolviera una niebla. Así fue para mí. Me sentí desorientado. Cuando volvía a Minnesota para los campus de entrenamiento, comenzaba todos los días de la misma manera: FaceTiming Mama. La primera temporada después de su muerte, me despertaba y pensaba en llamarla. Me hizo querer romper mi teléfono. Pero no pude borrar su número. Incluso le envié mensajes de texto a veces. Todavía lo hago Durante un tiempo, sentí que me estaba volviendo loco, como si estuviera hablando conmigo mismo.

Durante la mayor parte de aquel año, estaba enojado. Culpé a muchas cosas. Culpé al baloncesto. Culpé a las personas a mí alrededor por cómo me sentía. Le eché la culpa a todo. Pasé por una depresión.

Y miré el baloncesto de manera diferente después de aquello. Vi la vida de manera diferente. No me tomaba nada tan en serio como solía. Ya sabes, solo estamos jugando un partido... Y a veces, fue un alivio para mí salir y bailar y olvidarme de las cosas. Pero eso no funciona para siempre. Sentía que sacaba cabeza lo mejor que podía, pero aún me ahogaba. No sé cómo explicarlo. Y no sabía cómo solucionarlo solo. Aprendí eso cuando finalmente recibí ayuda, cuando fui a hablar con un terapeuta.

También me apoyé en mis amigos y en mi padre, hermano y hermana. Lograron que volviera a ser quien soy, a quien siempre he sido: el hijo de una mamá.

Sabían que a pesar de que mamá se había ido, aún podíamos estar cerca de ella.

Recordé lo que le dije a mamá en uno de nuestros viajes de regreso de la Clínica Mayo. Toda su vida, todo lo que siempre había querido hacer era ayudar a otros a ser felices. Cuando mis amigos venían a casa cuando yo era pequeño, ella siempre me preguntaba cuál era su plato favorito y lo cocinaba para la cena. Así era ella.

Entonces, durante un viaje en automóvil de regreso a Mineápolis desde Rochester, después de más malas noticias, le dije algo importante: le dije que me aseguraría de que, sin importar lo que le sucediera, íbamos a ayudar a mucha gente que pasa por luchas similares. Le prometí eso.

En 2017, alquilé una casa en Salt Lake City.

Me acababa de mudar, con un grupo de amigos cercanos. Unas semanas antes me habían cambiado de Minnesota a Utah Jazz. Todo sucede por una razón.

Yo amaba a Minnesota. Todavía lo hago Y ese lugar, esas personas, siempre estarán en mi corazón.

Utah supuso una oportunidad comenzar de nuevo. Mi primer año también fue el primer año en la NBA donde los equipos podían poner anuncios en sus camisetas. Los Jazz llevaban uno que ponía 5 FOR THE FIGHT. Supe que pedía caridad para la investigación del cáncer. Todo sucede por una razón.

Me reuní con Ryan Smith, el CEO de Qualtrics, la compañía que había ayudado a poner el anuncio en nuestras camisetas, y le pregunté sobre diferentes aspectos y cómo crear mi propia Fundació. Eso fue sólo el principio. Aquel año, papá y yo visitamos algunos hospitales diferentes en Utah, incluido el Huntsman Cancer Institute. Conocimos a muchos niños, vi tantas sonrisas. Creo que aquello hizo más por mí y papá que por aquellos niños. De regreso a casa, papá dijo lo que ambos estábamos pensando. “Mamá estuvo allí hoy con nosotros”, me dijo. “La estamos haciendo sentir orgullosa”.

Un año después, comencé mi fundación. La Fundación Ricky Rubio. En honor a mi madre. Quería crear un proyecto que todos sientan como suyo. Quería aprovechar mi plataforma como jugador de la NBA para atraer sonrisas y también para recaudar dinero para causas sociales. No voy a mentir. La sonrisa de un niño en un hospital me hace seguir adelante. Así es como me realizo. Es lo que mamá hubiera querido. Sé que eso es lo que mamá hubiera querido. Ella está ahí conmigo.

Hoy no tengo 21 años, como cuando llegué a Minnesota. En aquel entonces, cuando mi madre todavía estaba viva, hice una lista mental de lo que quería lograr como jugador. Una de las cosas era utilizar mi influencia y plataforma para ayudar a las personas que lo necesitan. Así que pude tachar eso de la lista. Todavía tengo algunas cosas que no he tachado de la lista.

Una de ellas es: “Gana un campeonato de la NBA”.

Todavía estoy trabajando en ello. Estoy en Phoenix ahora. Otra ciudad nueva, otro apartamento nuevo y más desafíos. Tenemos un buen equipo joven que tiene un gran potencial. Todas las cosas geniales llevan su tiempo. Llegaremos allí. Otra cosa en la lista es: “Gana una Copa Mundial con ‘la familia’, con mi selección”.

Y este verano nuestra selección ganó la Copa del Mundo FIBA en China. Realmente desearía que mi mamá lo hubiera visto. Fue increíble ver cómo se vive allí el baloncesto. Crecí idolatrando el baloncesto español. Ser parte de otro capítulo del éxito de nuestro país fue realmente especial para mí. Fui nombrado MVP, y cuando Kobe presentó el premio, 11 años después de los Juegos Olímpicos de 2008, sentí que estaba cerrando un círculo.

El baloncesto es muy importante para mí. Pero sé que puedo tener un impacto en este mundo de muchas otras maneras. Sé que puedo ser muchas otras cosas. Y, por supuesto, una de ellos sigue siendo ser el hijo de una mamá.

Todos los días, trato de hacer algo para hacerla sentir orgullosa. Eso es lo que se merece. Somos un equipo Nos tengo para siempre. Te quiero mamá.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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