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Combat rock
Columna
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El mundo sin bichos

Cada año desaparecen de la faz del planeta alrededor del 2,5% de insectos. De mantenerse ese ritmo, en cien años podrían haberse esfumado todos

Antonio Ortuño
Una abeja en un campo de lavandas en Londres.
Una abeja en un campo de lavandas en Londres.Dan Kitwood (Getty Images)

El escenario es apocalíptico. Arde la Amazonia mientras el presidente de Brasil y los políticos de varios países más mienten y hacen juegos retóricos, y así se pierden miles de hectáreas de cobertura natural, perecen animales por cientos y muchos más pierden su hábitat. Se colapsan los glaciares (en Islandia acaban de hacerle una ceremonia funeraria al primero que se derrite completamente) pero los susodichos politicastros continúan negando el cambio climático o cruzándose de brazos ante él. Se extinguen especies en la total oscuridad debido a la sobreexplotación y la caza gratuita y desproporcionada, mientras en las redes menudean las quejas de esa gente que nunca ayuda a un semejante pero se molesta si algunos se dedican a rescatar perros y gatos callejeros. La revista Biological Conservation, en su número de abril, publica un dato estremecedor: también los insectos van de salida. Cada año desaparecen de la faz del planeta alrededor del 2,5% de ellos. Es decir que aunque en este momento la población de bichos excede notoriamente a la de humanos, el ritmo de disminución es tal que en cien años podrían haberse esfumado todos. O casi todos, vaya, menos las cucarachas, a las que ya sabemos destinadas a heredar la Tierra.

Quizá algún ingenuo piense que es una ventaja el hecho de que los insectos desaparezcan. Después de todo, las enfermedades transmitidas por los mosquitos son responsables de miles de muertos cada año y a nadie le gusta que lo revoloteen las moscas. Pero no. El problema va mucho más allá. Se ha hablado ya de la alarmante disminución en las poblaciones de abejas y del impacto que tiene esa caída en la polinización de la flora silvestre y los cultivos. Pues también mariposas, escarabajos, polillas y libélulas, entre otros, están en riesgo mortal inmediato. Y su merma deja sin alimento a pájaros, reptiles, batracios. Así que sus poblaciones caen también. Y los millones y millones de toneladas de detritos orgánicos de las que los bichos se alimentan se quedan allí, contaminando la tierra, al aire y el agua. Y entonces… La naturaleza, en fin, está interconectada de tantos modos que basta descolocar una pieza para que las otras se resientan y se descoloquen también. Y no nos engañemos, como hacen todos esos políticos y empresarios más preocupados por sacar provecho del desastre que por remediarlo: los insectos no están desapareciendo por casualidad. La culpa es, para variar, directamente de los humanos. El uso masivo e indiscriminado de pesticidas por parte de la industria agropecuaria es el primer responsable (la potencia de los insecticidas es tal que esterilizan incluso las áreas naturales protegidas que colindan con los campos donde se les aplica). Pero la degradación y desaparición de los ecosistemas naturales, debido a la industria de alimentos y a la urbanización exprés, sí como el ya citado cambio climático también pesan, según la opinión de los expertos.

Por si fuera poco, las estadísticas podrían ser peores aún. Los datos disponibles corresponden en su mayoría a Europa y América del Norte, puesto que allí se realizan mediciones continuas y precisas. Pero en otras áreas es mayor el uso de pesticidas prohibidos, la desertificación y las presiones en general sobre la vida natural, así que no sería remoto que los cálculos pudieran empeorar si existieran informes igual del confiables para el resto del mundo. El escenario, hay que repetir, es apocalíptico. Pero no parece haber ninguna clase de respuesta humana en camino. La gente está más concentrada en discutir sin parar en torno a las mentiras de esos presidentes nuestros, tan astutos. Y quizá cuando abramos los ojos, el mundo natural ya no estará allí.

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