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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Paseos que curan

En japonés, 'karoshi' significa muerte por exceso de trabajo. Su contrario, el 'shinrin-yoku', es el baño de bosque. Un libro de Melanie Choukas-Bradley describe en qué consisten y cómo hacerlos

Anatxu Zabalbeascoa
Ilustraciones de Lieke van der Vorst.
Ilustraciones de Lieke van der Vorst.

Por favor, suspenda sus prejuicios durante los tres minutos que dedicará a leer este texto. No se pare a pensar si abrazarse a un árbol es algo cómico, ridículo o absurdo. Crea que los llamados “baños de bosque”, las caminatas durante cualquier estación, solos o acompañados, a poder ser sin móviles y sin prisas, han ayudado a mucha gente a superar penas y a solucionar problemas.

Está claro que es muy significativo que se hable de algo tan natural como de una terapia y que, como terapia, se haya extendido. Sorprende incluso que necesitemos guías y libros para regresar al bosque. Pero es un hecho: proliferan. De esa abundancia se derivan tres datos básicos: en general, hemos dejado a la naturaleza como un atrezo, no como algo esencial en nuestra vida. Mucha gente necesita ayuda para volver a relacionarse con la naturaleza de manera, valga la redundancia, natural: como los niños lo hacen, instintivamente y, por último, cada vez más gente se beneficia de recuperar esa conexión.

“Asciende a las montañas y escucha sus buenas nuevas. Te embargará la paz de la naturaleza igual que el sol irradia su luz sobre los árboles. Los vientos te insuflarán su frescor y las tormentas su energía, y tus cuitas desaparecerán como caen las hojas en otoño”. John Muir, que escribió sobre los Parques Nacionales norteamericanos”, explicó así el efecto reparador del otoño. Otras creencias lo asocian al renacer de la primavera o al calor del verano. Se trata casi siempre de rendirse ante la naturaleza. Esa frase lleva a plantearse cuándo empezaría la batalla y, por supuesto, para qué.

La mayoría de los agricultores han vivido siempre en sintonía con el clima y con el lugar. Lo han hecho de una forma tan pragmática —siguiendo el horario de luz natural— como festiva: relacionando sus celebraciones con el tiempo, la luz, la lluvia y las estaciones. Cada vez hay más terapias, manuales, ensayos y creencias que asocian los paseos, las caminatas y la desconexión de la vida cotidiana —y la consecuente reconexión con la naturaleza— con el restablecimiento de un equilibrio mental y, consecuentemente, con la mejora de la salud física. Por eso, en el libro Baños de bosque (Gustavo Gili) la escritora y reconocida guía de terapia forestal Melanie Choukas-Bradley habla de “buscarse un hogar silvestre” al que poder recurrir. Se trata de caminar y cansarse, pero también de soltar lastre y descansar. De desconectar para reconectar, de aprender a respirar profundamente.

La respiración profunda no solo relaja y cambia la mente, también ayuda a ver lo que nos rodea, por encima de lo que nos obsesiona. Uno inhala el oxígeno que producen las hojas de los árboles y exhala el dióxido de carbono que esas plantas necesitan para la fotosíntesis. Los paseos por el bosque potencian el olfato y el tacto. Aíslan y detienen el tiempo.

Melanie Choukas-Bradley asegura que se conoce que los árboles se comunican a través de compuestos volátiles que emiten al aire y a través de las redes fúngicas que los conectan a través de sus raíces: “comparten información para protegerse de plagas invasoras y de patógenos e incluso comparten nutrientes”. Esos cuidados mutuos que se dan entre los árboles son lo que uno acaba absorbiendo cuando se adentra en un bosque. ¿Lo probamos o nos reímos? Se puede probar riéndose.

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