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Columna
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Ni contigo ni sin ti

La mayoría de los europeos preferirían la neutralidad ante un eventual conflicto entre Estados Unidos y China

Cristina Manzano
El presidente de EE UU, a su llegada a Osaka ( Japón), el pasado 27 de junio.
El presidente de EE UU, a su llegada a Osaka ( Japón), el pasado 27 de junio. Susan Walsh (AP)

La mayoría de los europeos preferirían la neutralidad ante un eventual conflicto entre Estados Unidos y China. Es lo que revela una reciente encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) sobre las actitudes hacia la política exterior de la Unión. No será fácil. Las dos potencias, en su particular carrera hacia el liderazgo global, presionan a la UE para que tome partido.

Por un lado, en la esquizofrénica Casa Blanca de Donald Trump han optado por las amenazas. Verbales, de momento, ya sea sobre los coches alemanes, sobre la industria de defensa o sobre el futuro de la OTAN. Esta es la más preocupante, porque los europeos se han permitido el lujo de confiar su seguridad a EE UU durante décadas. Ahora sin embargo Europa ve cuestionada la especial relación que ha unido a ambos lados del Atlántico. Y a base de amenazas, con esa sutileza que le caracteriza, el presidente estadounidense nos recuerda que en su guerra (tecnológica) con China o se está con él con contra él.

Por el otro, China aspira a seguir extendiendo sus redes económicas y tecnológicas también por Europa, con unas inversiones que llegaron en lo peor de la crisis y que no han cesado de aumentar desde entonces. Los europeos no quieren renunciar a la promesa inversora china, pero, salvo excepciones, ven con recelo su entrada en sectores estratégicos. Hace tiempo, por cierto, que otras consideraciones como la situación de los derechos humanos pasaron a otro plano.

Así, atrapada entre dos gigantes en proceso de reconfigurar el orden global, la UE sigue discutiendo qué papel querría desempeñar. Tiene claro que debería asumir un mayor protagonismo en su propia defensa —autonomía estratégica, lo llaman—; otra cosa es cómo lograrlo. Requerirá una notable inversión, un gran esfuerzo de coordinación y un cambio de mentalidad para el que las sociedades europeas no están especialmente predispuestas. Pero será necesario. La realidad es que la relación trasatlántica, incluso después de Trump —ya sea en 2020 o en 2024— nunca volverá a ser la misma. No puede serlo, porque el mundo no es el mismo.

En esa reconfiguración, Europa no debería renunciar a que los valores estén en el centro de su estrategia. Cuando parece que la confrontación, el juego de suma cero, el conmigo o contra mí, dominan las relaciones, la UE puede y debe representar otra forma de actuar, pero para ello tendrá que superar la crisis de confianza y la fragmentación en la se encuentra.

De todo esto se ha hablado esta semana en la reunión anual del ECFR celebrada en Lisboa. En los círculos intelectuales y políticos europeos se está poniendo mucha fe en las figuras que liderarán las instituciones en esta nueva etapa. Los próximos cinco años serán, para muchos, la última oportunidad para salvar el proyecto. Ojalá que lo consigan.

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