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Columna
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Los acallados

La propuesta de Alfonso Alonso es no solo racional, sino urgente. La reconstrucción de la derecha nacional tiene que pasar por el camino contrario al que ha puesto en marcha

David Trueba
El presidente del PP vasco, Alfonso Alonso, este lunes. L.RICO
El presidente del PP vasco, Alfonso Alonso, este lunes. L.RICO L.RICO

Las negociaciones para alcanzar el poder tras los resultados electorales de municipios y comunidades autónomas propiciaron tanto ruido que es muy posible que algunas voces quedaran silenciadas. Lo estruendoso es lo que tiene, que ni cuenta nada ni permite que se oiga al que tiene algo que contar. Y el que tenía algo que contar era un personaje discreto hasta en el nombre, Alfonso Alonso. Este protagonista valioso de una rama de los conservadores tan eficaz como poco estridente presenta una hoja de servicios destacable, alcalde de Vitoria antes de ser ministro del Gobierno Rajoy. Fue él quien se atrevió a relacionar los penosos resultados del PP en el País Vasco con la incapacidad para tener una personalidad propia en aquel territorio. De inmediato, los caimanes agazapados a la sombra del poder madrileño lo devoraron por atrevido. Luego vino todo el circo de pactos, con coaliciones de poder en las que los partidos negaban acuerdos entre ellos, algo así como si tu mano derecha ni siquiera sabe lo que hace tu mano derecha. Vamos, el colmo del cinismo. Pero eso da para otro esperpento.

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Lo que interesa del atrevimiento de Alfonso Alonso es que contiene la lectura más inteligente que se ha hecho sobre el marco político español en los últimos años. Pese a que nadie quiera poner el acento sobre ello, los resultados electorales reiterados del PP en el País Vasco y Cataluña le condenan a una práctica inexistencia. Su irrelevancia en ambas comunidades no parece preocupar demasiado a los líderes en Madrid, porque ya les basta con sostener el poder en niveles locales y esperar a que la carga de agravios del resto de españoles frente a los nacionalismos más extremados les devuelva un mando de gobierno que tienen al alcance de los dedos con sus socios de pacto. Pero el disparate contable lo único que sirve es para disimular un destrozo nacional de proporciones muy preocupantes. Que el partido conservador que es alternativa de gobierno carezca de una mínima presencia entre los votantes vascos y catalanes deja en evidencia que algo no se está haciendo bien. Entre otras cosas, nos aboca a un fracaso de país a la vuelta de la esquina del tiempo.

La propuesta de Alfonso Alonso es, pues, no solo racional, sino urgente. La reconstrucción de la derecha nacional tiene que pasar por el camino contrario al que ha puesto en marcha. No tienen que regresar la dañina receta del aguirrismo madrileño que recogía firmas contra el Estatuto catalán ni la veleidad naranja de negar la España autonómica por arribismo oportunista ni el patriotismo de soflama que añora a unos Reyes Católicos en lectura grotesca. Pasa por recuperar un partido con presencia equilibrada, con una vertebración enemiga del reduccionismo facilón. Puede que salgan las cuentas en escaños, pero el desastre que conlleva esa estrategia, y esto es lo que Alonso sabe bien, deja sin alternancia un proyecto nacional común y convoca a la división como única manera de vivir cuando se ha impuesto la estrategia de los unos contra los otros, en lugar de la más sabia de los unos con los otros. Ojalá que pasado el estruendo alguien entienda que un nacionalismo no se combate con otro nacionalismo igual de excluyente, sino con una consolidación pieza a pieza, donde cada territorio vale lo mismo que el de al lado, pese a su distinta renta per cápita o su distinto rendimiento electoral para el partido.

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