Eduardo Casanova: “La adicción de los toxicómanos es parecida a mi necesidad de rodar”
El actor asegura que nunca se ha sentido un bicho raro aunque dice que ha tenido motivos para ello
Eduardo Casanova se presenta con un llamativo atuendo, una especie de traje de torero deconstruido de color bermellón, entre lo angelical y lo racial, mostrando pelo en el pecho. Es enérgico, expansivo y profesionalmente amable, le dedica a todo el mundo el tiempo necesario, dice buenas palabras, sin prisa pero sin pausa, y sabe utilizar su encanto. Es Aries con ascendente Leo: “Creo en los horóscopos, los Aries tenemos esta cosa de emprendimiento, de carácter, de fuerza: me siento identificado”. ¿Por qué cree en los horóscopos? “Porque en algo hay que creer”. ¿Y en qué más cree? “En el arte”. Cuando pronuncia la palabra arte parece hacerlo con mayúsculas.
Eduardo Casanova (Madrid, 1991) es artista y, además, es muy consciente de ser artista. Se interesa por el resultado de la sesión de fotos y por los posibles titulares. Cuida su vestuario en los eventos sociales, en su cuenta de Instagram (de ella dicen que podría exponerse en un museo), en sus apariciones en prensa, en todos sus productos, hasta el último detalle. Que quede un conjunto coherente. “Lo que no soporto es la soledad, me da pánico, no me interesa nada pasar tiempo conmigo mismo”, confiesa, “lo que realmente necesito es un tiempo sin mí. Una tarde solo me pone los pelos de punta”. ¿Y cómo se crea, si no es en soledad? “Yo creo hablando de mis proyectos con mis amigos, es mentira que así se gafen: al contrario, crecen”. Habla rápido, con intensidad y decisión, clavando su pupila azul en tu pupila.
Tal vez ese miedo a la soledad haya empujado a Casanova a centrar su nuevo trabajo artístico en un universo concreto, el de los outsiders, el de los olvidados, el de los marginales. “Nunca me he sentido un bicho raro, al menos en mi madurez, y eso que he tenido motivos para ello”, dice, “sería hipócrita decir que no estoy dentro del sistema: el sistema y el público siempre me ha tratado bien”. Pero, aún así, no deja echar una mirada a la periferia de la sociedad. “A pesar de todo, siento una pulsión disidente, antisistema”, sentencia durante la presentación de la nueva campaña publicitaria de la cervecera Mahou, en la que ha participado junto a su amiga y también actriz Ana Polvorosa.
En su película Pieles trataba las historias de personajes con deformidades físicas y en su reciente fotolibro y ensayo Márgenes, fotografía sobre las sábanas de raso rosa de su casa a prostitutas, toxicómanos y vagabundos que conoció en poblados y albergues de extrarradio, o perdidos en las calles del centro de la capital. Un viaje entre dos colores: el rosa y el negro. El contraste que propone entre el ser humano en decadencia y el satén provoca una sensación difícil de definir, puede ser fascinación, o repulsa, o indignación. Casanova prefiere que eso lo decida el espectador. “Mi referente es la condición humana, aunque suene pedante: me interesa la humanidad, las situaciones incómodas que veo por la calle, los accidentes que veo cuando voy en coche y no puedo apartar la mirada”. En lo creativo cita nombres como Todd Solondz, Roy Andersson o David Cronenberg.
Este proyecto le ha servido como puente entre su debut como director de largometrajes Pieles (2017) y su próxima película, La piedad, en un momento en el que estaba en una crisis creativa. “Me ha ayudado para definir la estética del próximo rodaje”, comenta. Del nuevo proyecto prefiere no desvelar nada. “Me cortaría un dedo por contarlo, lo estoy deseando, el argumento, la protagonista, pero aún es pronto”.
A Casanova le conocimos en otra faceta: la del joven Fidel de la serie Aída, aquel niño sabiondo y algo repelente que al final se ganó la simpatía del público. Empezó con 12 años, después de criarse en el barrio de Lucero, a sur de la capital, no demasiado diferente de Esperanza Sur, el barrio obrero de ficción donde se desarrollaba la serie. “Cuando empecé dejé el colegio para estudiar a distancia”, explica, “así que me crie rodeado de adultos, sin gente de mi edad con la que compartir los problemas propios de la adolescencia”. Ya entonces grababa cortometrajes con el móvil con los protagonistas de la serie y escribía detrás de los decorados sus primeros guiones. “En Aída surgieron muchas cosas de mi vida”, afirma. Ahora la actuación no le interesa demasiado, prefiere dedicarse a la dirección.
¿En qué momento vital se encuentra? “Como siempre, esperando a rodar. Cuando invité a toxicómanos a mi casa noté que su relación con su adicción era parecida a mi necesidad de rodar ficción”, cuenta, “quizás por eso les retraté a ellos y no a otros”. Sobre el panorama político: “Me pone muy triste lo de Manuela Carmena, soy muy madrileño, y estaba muy contento con la alcaldesa. La irrupción de la derecha en Madrid o en Europa también me entristece, y detesto a la ultraderecha, pero no me da miedo: tenemos que empezar a entender la vida como un lugar donde todo va a ir siempre mal y todo va a ir siempre bien. Sin miedo”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.