Cameronismo
¿Podría este fenómeno contar con representantes destacados en la política española? No lo duden
Tras la dimisión sollozante de Theresa May a las puertas de su residencia oficial, muchos se preguntan por el lugar que le reservarán los libros de Historia. Me temo que la inanidad se suele castigar con el olvido. No hay nada reseñable en los años de su mandato salvo la impotencia. Incluso cuando adelantó las elecciones de manera oportunista para reforzar su poder, se topó con el premio de una aún menor posibilidad de manejo de esa situación enfermiza que ha acabado por apoderarse de Reino Unido en el camino hacia el Brexit. Pero para quien sí hay reservado un lugar importante en las escuelas de política es para su antecesor, David Cameron. No tanto por confirmar la progresión desde Eton y Oxford hasta el poder de casta conservadora, sino por su ingrávida lección de chunga estrategia partidista. Su enseñanza consiste en sacrificar al país para lograr la hegemonía en su partido. Algo así como quemar la selva para ser el príncipe del zoo. Y pese a su falta de fe en la sabiduría del pueblo, recurrió al manejo de la institución del referéndum popular en dos ocasiones, porque en ambos momentos le convenía personalmente, sin tener en cuenta las implicaciones para el conjunto de los ciudadanos.
La primera ocasión fue la convocatoria del referéndum para la independencia escocesa de Reino Unido. Las encuestas le concedían una cómoda victoria 70 a 30, algo que no podía dejar de usar un capitán de equipo de tenis universitario como él. La disputa electoral tenía un efecto positivo para su partido, pues dividiría de por vida el voto progresista escocés en dos mitades irreconciliables. Tenían que elegir entre laborismo y secesionismo y, como es obvio, optaron por lo segundo. Pese a que ganó por una ventaja reducida el no a la independencia, la rotura entre independentismo e izquierda aún perdura y permite a la derecha obtener mayorías parlamentarias sin las apreturas de antes. Fue una misión cumplida y Cameron, como los malos deportistas, se sintió crecido por una victoria puntual.
El segundo recurso sí terminó con su carrera. Fue el referéndum para el abandono de la Unión Europea. Buscaba reforzar su posición en el partido conservador frente al bloque euroescéptico, dar un puñetazo en la mesa definitiva para imponerse como gallo en el corral particular. La victoria del Brexit no solo le reventó los planes, sino que después de tres años penosos manejados por una May superada, el partido podría rendirse al ala más fanática. Una verdadera catástrofe que resume el cameronismo como el arte de hacerse fuerte en un partido mientras debilitas a la nación. Un amigo mío definió esa capacidad como la del trepa hacia abajo. Estamos acostumbrados al trepa que escala posiciones, pero prestamos menos atención a quien con todos los vicios repelentes del trepa lo único que consigue es descender y descender. Queda una pregunta en el aire. ¿Podría el cameronismo contar con representantes destacados en la política española? No lo duden, lo encontrarán en todos los que agitan el país, lo desmembran, lo parten durante décadas, lo enconan y lo enmierdan con la sola misión de reforzar su posicioncita particular. Después de un agotador proceso electoral en España solo nos queda esperar que el dios político que se burla de los británicos nos conceda a nosotros, tristes aprendices de su democracia, un tiempo de cordura.
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