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Biocombustibles por tierra, mar y aire

Los carburantes producidos a partir de los desechos orgánicos ganan peso como alternativa a los fósiles para impulsar el transporte

Plantación de colza, una de las oleaginosas más populares para biocombustibles.
Plantación de colza, una de las oleaginosas más populares para biocombustibles. Boris Roessler (Getty Images)

Lodos de depuradoras, purines de cerdos y excrementos animales, desechos agrícolas y comida caducada, grasas y aceites usados, biomasa forestal... En un planeta atenazado por el calentamiento global y el peligro que suponen los gases de efecto invernadero, parte de la solución a este drama puede pasar por los millones de toneladas de basura orgánica que genera la actividad humana en todos los rincones del mundo. Hace ya tiempo que la industria ha comenzado a apostar por el uso de sustancias de origen orgánico para obtener energía. Los biocombustibles han comenzado a hacerse un hueco en el mercado y los expertos coinciden en que, ante la amenaza del cambio climático, estas nuevas fuentes de energía ganarán mayor protagonismo en poco tiempo.

"En este momento, los biocarburantes son la alternativa que puede tener mayor peso en la reducción de CO2 en el sector de los transportes a gran escala, como el de mercancías por carretera, el marítimo y el aéreo. Es la solución más práctica y económica, y sin duda puede ayudar a rebajar el nivel de contaminación en todo el planeta", apunta el profesor y titular de la Cátedra Fuel Freedom de Energía y Desarrollo Social del IESE, ­Ahmad ­Rahnema.

Uno de los objetivos acordados hace cuatro años en la Cumbre del Clima de París fue el de mantener el calentamiento de la Tierra por debajo del límite de los dos grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales. Y eso implica una transición energética hacia fuentes menos contaminantes en detrimento de la energía de origen fósil como el carbón, el petróleo y el gas. "La población mundial cada vez es más consciente de que deben adoptarse medidas a favor de la sostenibilidad y el medio ambiente", prosigue el profesor Rahnema.

El director general de la Asociación Española de Bioempresas (Asebio), Ion Arocena, deja claro que los biocombustibles se consideran un tipo de energía renovable puesto que están producidos a partir de la biomasa de la materia vegetal, que, "a diferencia del petróleo, no tarda millones de años en producirse, sino que lo hace a una escala controlable por el ser humano". Pero no todo es tan sencillo. La demanda de cultivos agrícolas para la producción de biocombustibles está provocando una creciente preocupación sobre el efecto negativo que esto puede tener para la seguridad y disponibilidad alimentaria de millones de personas en el mundo y sobre la superficie verde del planeta, ya que se amplían los campos de cultivo en detrimento de las zonas vírgenes.

Los biocombustibles de primera generación (aquellos que se obtienen de plantas susceptibles para el consumo humano como la soja, el maíz o la palma) son los que quiere prohibir la UE, reduciendo su porcentaje. Desde agrupaciones ecologistas como Greenpeace advierten de que esta primera generación —"mal llamados bio, deberían denominarse agrocarburantes", inciden desde la ONG— tienen que eliminarse de los objetivos de la UE al no cumplir los requerimientos para ser considerados sostenibles. "Está demostrada la relación entre la demanda de aceite de palma con los cambios de uso del suelo [deforestación] en regiones tropicales, así como problemas asociados al acaparamiento de tierras, pérdida de biodiversidad...", denuncia Miguel Ángel Soto, responsable de la campaña de bosques en Greenpeace.

Esta organización recuerda, por ejemplo, que el 72,5% del biodiésel que hay en España se fabrica con aceite de palma. Y el 50% del consumo de este producto en la UE es para biodiésel, ya que las distribuidoras de combustible están obligadas a mezclarlo junto con el gasóleo de origen fósil. En España, el biodiésel y el bioetanol aportaron en 2017 al PIB nacional alrededor de 760 millones de euros y crearon 4.325 empleos directos e indirectos, según datos suministrados por el sector. "Los agrocarburantes más utilizados no se pueden considerar energía limpia, ya que, si tenemos en cuenta todo el ciclo de vida de su fabricación [conversión de bosques, transporte desde largas distancias, etcétera], la utilización de biodiésel produce más gases de efecto invernadero", añaden desde Greenpeace.

Un extremo que no comparten en la Asociación de Empresas de Energías Renovables (Appa). Su director de la sección de biocarburantes, Manuel Bustos, sostiene que los biocarburantes consumidos en España y en el resto de la UE "son una energía limpia, renovable y sostenible". Bustos recuerda que todos los biocombustibles comercializados en territorio europeo deben reducir en al menos un 50% las emisiones de gases de efecto invernadero con respecto a los combustibles fósiles sustituidos. De acuerdo con los últimos datos oficiales de la CNMC, prosigue el directivo de la Appa, en 2018 los biocarburantes comercializados redujeron dichas emisiones una media del 64%, lo que supuso un ahorro de 3,8 millones de toneladas de CO2. Bustos esgrime que los biocarburantes consumidos en la UE en 2016 requirieron tan solo el 3,1% de las tierras cultivadas en suelo europeo y menos del 0,5% de las tierras de los principales países extracomunitarios que suministran materias primas como son Ucrania, Brasil, Indonesia y Malasia. "Y todos los análisis científicos realizados hasta ahora han señalado adicionalmente que su incidencia en los precios alimentarios es muy reducida", insisten desde la Appa.

Prioridad europea

En cualquier caso, el objetivo de la UE es sustituir los biocarburantes de primera generación por los de segunda generación. Esto es, los producidos principalmente a partir de residuos de biomasa, UCO (en español, aceite de cocina reciclado) y grasas animales. Y el futuro de estas últimas fuentes de energía es, en opinión del presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes de Biocombustibles y Combustibles Renovables (Afabior), Santiago Verda, "muy alentador". El Parlamento Europeo aprobó en diciembre una directiva que fija para 2030 una cuota mínima del 14% de estos biocombustibles de segunda generación en detrimento del petróleo en aras del fomento de la economía circular. "Pueden contribuir a la protección del medio ambiente ya que utilizan residuos procedentes de vertederos", añade Verda. Lo mismo ocurre con los biocombustibles sólidos (pellets, astillas, residuos forestales, huesos de aceituna o piña, cáscaras...), que, en general, ganan cada año cuota de mercado tanto al gas como al gasóleo con un crecimiento en España por encima del 15% anual.

Arocena, de Asebio, confirma que las principales líneas de investigación en biocombustibles están dirigidas sobre todo a la obtención de bioenergía a través de residuos de las plantaciones agrarias o del cultivo de algas. La primera, sostiene Arocena, tendría "un impacto nulo" sobre las explotaciones agrarias "puesto que está basada en el empleo de sus residuos como materia prima". La segunda se fundamenta en el "alto contenido lipídico de ciertos tipos de algas" y en su capacidad para ser cultivadas en diferentes medios (salado, dulce, residual), además de su alto rendimiento por unidad de superficie.

En estos nuevos escenarios desempeñan un papel clave la innovación y la investigación. Y las biorrefinerías se convierten en un actor fundamental. Estas instalaciones permiten aprovechar de una forma más sostenible los residuos, además de reducir la dependencia de energías fósiles y abrir puertas al uso de materias primas renovables. En estas plantas se valorizan de manera eficiente los residuos agroindustriales y se crean nuevos productos bio, como biocombustibles, bioplásticos y biogás, todos ellos procedentes de los residuos orgánicos y generados a través de diferentes procesos de fabricación.

Este último combustible, el biogás, ofrece numerosas posibilidades. Se produce a partir de la fermentación de residuos orgánicos, como restos agrícolas, deyecciones ganaderas (purines, estiércol), restos vegetales procedentes de la industria agroalimentaria, alimentos que están caducados o en malas condiciones, los restos orgánicos que produce el hombre en las grandes ciudades, los lodos de las depuradoras de aguas residuales... Está formado sobre todo por metano y por CO2, y desde hace dos o tres años las empresas gasistas han comenzado a interesarse por este "gas verde". En Europa hay alrededor de 18.000 plantas de biogás, 10.000 de ellas en Alemania. En España no se llega a 100, pese a que nuestro país es una potencia agroalimentaria de primer orden y generamos muchísimos residuos en este sector.

Amplios beneficios

"Debemos ver este combustible no únicamente como una fuente de energía limpia y renovable, que lo es, sino como una manera de ayudar a la sostenibilidad en la producción de alimentos y con numerosos beneficios ambientales para la agricultura y la ganadería. El biogás implica unos beneficios directos al reemplazar una energía fósil (carbón, gas natural) por otra que genera menos emisiones. Y tiene una ventaja adicional: su origen son residuos orgánicos que son tratados de manera adecuada y no se vierten incontroladamente", explica Andrés Pascual, responsable del área de medio ambiente y bioenergía de Ainia, un centro tecnológico puntero en investigación ubicado en Valencia.

Es en las biorrefinerías donde se produce el biogás, pero también biopolímeros y compuestos químicos, fertilizantes, microalgas, etcétera. "El desarrollo de estas plantas es crucial para la correcta transición de Europa hacia una economía más sostenible", asegura Arocena. Lo mismo opina el presidente de la Asociación Española de Valorización Energética de la Biomasa (Avebiom), Javier Díaz, quien destaca el "impacto positivo" que la biomasa tiene sobre la agricultura. "Gracias a ella se ponen en valor restos de cosecha o aprovechamientos que quedarían sin uso", cuenta.

En 2016, último ejercicio del que existen datos, el sector de la biomasa superó los 56.100 millones de euros de facturación. "Además, es importante para mantener los bosques en buenas condiciones, ya que ayuda en la prevención de incendios", añade el responsable de Avebiom. Un punto que comparte Greenpeace, que admite que la gestión forestal destinada a la extracción de biomasa para uso energético puede ser una vía "para la prevención de incendios forestales, para generar paisajes más resilientes al fuego o para rentabilizar el uso de masas forestales".

Biojet a base de algas

La investigación en los biocarburantes también ha llegado a la industria aeronáutica. Desde hace algunos años, algunas compañías ­aéreas han comenzado a llenar los depósitos de sus aviones con biojet. Este nuevo biocombustible sostenible puede ser una alternativa competitiva al queroseno, si prosiguen las investigaciones. Gigantes de la industria como Boeing comenzarán a ofrecer a aerolíneas y operadores la posibilidad de que sus nuevos aviones comerciales utilicen estos biocarburantes, que reducen las emisiones hasta en un 80%. En Japón incluso ya se ha comenzado a producir biojet a escala industrial a partir de algas y aceites vegetales reciclados. "Las microalgas serán las precursoras de los biocombustibles de cuarta generación. Son un recurso limpio e inagotable para su producción", vaticina la directora técnica y subdirectora general de AlgaEnergy, María Segura Fornieles.

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