Respuestas y preguntas tras el 28A
Desde el domingo sabemos que el gran partido de la derecha es una cosa del pasado, pero no sabemos qué vendrá después. Los nacionalismos y soberanismos más pragmáticos se han fortalecido en estas elecciones
Los días después de cualquier convocatoria electoral son siempre propicios para los análisis geográficos del voto: dónde creció más la participación, en qué lugares logró el vencedor sumar más votos, dónde los perdedores resistieron mejor, etcétera. A mí me llama la atención hoy precisamente lo contrario: muchas de las noticias que nos deja la jornada electoral ocurrieron prácticamente en todos los sitios, y en una magnitud bastante parecida. Es cierto que la votación tuvo características autonómicas específicas, en especial en Cataluña y País Vasco, pero los principales mensajes que nos deja el 28-A fueron transversales: la activación del electorado sociológicamente de izquierdas y el crecimiento del PSOE se dio en las ciudades y en la España vacía, en las mesetas, el Atlántico y el Mediterráneo. La debacle del PP y la fragmentación del bloque de la derecha no fue la misma en todos los sitios, pero tampoco respetó fronteras autonómicas: el PP gallego cayó 14 puntos respecto a 2018 y el murciano, 21. Y aunque Vox ha acabado siendo el partido con la distribución de voto menos uniforme en el territorio nacional (su porcentaje de voto oscila mucho entre unos lugares y otros), logra atraer votantes conservadores en casi todo el país.
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El 28-A nos ha aclarado algunas preguntas y nos ha dejado otras. Ante la sorpresiva desmovilización del electorado socialista en las últimas elecciones andaluzas, muchos teníamos la sospecha de que una parte del electorado de izquierda se estuviera alejando de manera estructural de sus representantes políticos, un problema compartido por una buena parte de los partidos socialdemócratas europeos. No fue así. Aupado por el incremento en la participación, el PSOE logró atraer más de dos millones de nuevos votantes, un crecimiento del 37% respecto de sus apoyos de hace tres años. Que un partido en el poder aumente sus votos en semejante magnitud es algo relativamente excepcional en nuestro contexto reciente (Merkel en Alemania en 2013 y Rutte en Holanda en 2012 son los únicos ejemplos similares). No es posible saber todavía qué provocó esta extraordinaria activación del votante de izquierdas, si fue el miedo a la extrema derecha, la deriva de su competidor Ciudadanos, la activación de la agenda social por parte del Gobierno del PSOE, o el buen estado de la economía (siempre un buen predictor del voto por el partido en el Gobierno), pero sí parece claro que Sánchez, como antes Costa en Portugal, ha logrado contener el fatalismo que parecía asolar a los partidos de izquierda del continente.
El PP no tiene muy buenas opciones el corto plazo; está en buena medida preso por las decisiones de sus rivales
La primera pregunta que nos deja sin responder el 28-A es la de la reconfiguración del bloque de la derecha. Parece claro que los tiempos de un gran partido conservador que aspiraba a representar desde el centro liberal europeísta y moderado a los residuos nostálgicos del régimen pasado han quedado definitivamente atrás. Quizá lo que nos deberíamos preguntar no es tanto por qué el PP se ha desangrado hacia el centro y hacia la extrema derecha, sino cómo fue posible durante tanto tiempo que lograse aglutinar en su seno a sensibilidades tan diferentes. Como mostró Lluís Orriols en varias ocasiones, el PP lograba esto gracias a ser camaleónico hacia sus simpatizantes: en las encuestas, los votantes de centro lo veían como un partido moderado, y los votantes más a la derecha, como un partido muy conservador. Era el mejor de los mundos para sus líderes.
Pero tres elementos han acabado demoliendo el pegamento que mantenía unido ese precario equilibrio. Primero, la sucesión de casos de corrupción dañó la imagen del partido entre los más jóvenes y los votantes menos ideologizados. Mantenerse dentro de la casa común de la derecha empezó a resultar menos atractivo. Segundo, la crisis catalana permitió a sus competidores (Ciudadanos por el centro, Vox por la extrema derecha) presentarse como legítimos representantes de las preferencias de los votantes del PP en el tema más importante para ellos: la cuestión territorial. Por último, la fuerte ideologización programática del partido, impulsada por los ganadores del último congreso, contribuyó a destruir otro de los pilares que contribuían a mantener unidas a sus heterogéneas bases sociales: una ideología “blanda” centrada en la gestión y el conservadurismo, en el sentido más literal del término.
Desde el domingo sabemos que este gran partido de la derecha es una cosa del pasado, pero no sabemos muy bien qué vendrá después de él. Una posibilidad es que Vox opte por una deriva populista y antiestablishment que le dé espacio al PP para rearmarse como partido “de orden” (por ahora, Vox ha sido incapaz de crecer más allá de la derecha). Otra posibilidad, no del todo descartable dada la cercanía ideológica entre estos dos partidos, es que se refunden en una nueva derecha más iliberal à la Orban y enfrentada a Ciudadanos. Por último, el PP puede esperar que Ciudadanos vuelva a ser el partido que prometió ser hace unos años (una fuerza moderada y pivotal con capacidad de negociar y gobernar a izquierda y derecha) para retomar la centralidad de la oposición. En cualquier caso, el PP no tiene muy buenas opciones a corto plazo, y además está en buena medida preso por las decisiones de sus rivales.
Las urnas nos van enseñando también que los ciudadanos no premiamos la confrontación y el bloqueo
La segunda pregunta que nos deja el 28-A es cómo encauzaremos la crisis territorial. Tanto en el País Vasco como en Cataluña crecen las fuerzas soberanistas (en buena medida, por culpa de la caída del voto “plurinacional” que fue a Podemos y sus confluencias en 2015 y 2016) y caen más que en el conjunto del país aquellos que hicieron campaña por una posición más dura hacia el autogobierno. Creo que la mejor forma de interpretar esto no es tanto como una demanda por la agudización del conflicto, sino más bien al contrario, como una reacción de una parte de la población hacia la posibilidad real de que la llegada al poder de los tres partidos de derechas impusieran una agenda recentralizadora. De hecho, son las fuerzas nacionalistas y soberanistas con posturas más pragmáticas (PNV y Esquerra) las que más fortalecidas salen de esta contienda.
El legado del 28-A está todavía por escribir. Tenemos, como desde 2015, un Parlamento fragmentado en el que son posibles varias coaliciones de Gobierno y mayorías parlamentarias. No es algo necesariamente malo, si aprendemos a convivir con ello. Es cierto que la campaña nos ha sometido a todos a una polarización desasosegante que nos hace ser escépticos de nuestra capacidad de dialogar y llegar a acuerdos, pero las urnas nos van enseñando también que los ciudadanos no premiamos la confrontación y el bloqueo, y que el acuerdo puede ser hasta recompensado (en Valencia, el Gobierno de coalición ha logrado reeditar la mayoría de gobierno). Por el bien del país, ojalá aprendamos todos estas lecciones pronto.
José Fernández-Albertos es politólogo y científico titular del CSIC. Su último libro es Antisistema: Desigualdad económica y precariado político (La Catarata).
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