La base real de la economía virtual
El proceso, almacenaje y transporte de datos requiere estructuras seguras
A las cinco de la tarde del pasado 13 de marzo, los españoles que salían o se preparaban para salir del trabajo se encontraron con una sorpresa. Las redes sociales Facebook e Instagram y los servicios de mensajería instantánea Messenger y WhatsApp (los cuatro propiedad de la misma empresa) habían dejado de funcionar y no volverían a la normalidad hasta la mañana siguiente. En abril, otro incidente similar trastornó a los cuatro servicios durante varias horas. Un problema de este tipo ya no es algo anecdótico. Citas de negocios, programación de eventos, comunicaciones internas de empresas e incluso la facturación de algunas compañías de comercio online dependen del adecuado funcionamiento de estas plataformas. "Si se corta la luz en tu barrio durante un par de horas, aparece un detallito así en una columna del periódico", bromea Robert Assink, director de Interxion en España. "Si se cae WhatsApp, aparece a cuatro columnas".
A veces parece que la economía del siglo XXI surge milagrosamente de la mítica nube. Y no es así: al igual que las nubes están, en realidad, compuestas de gotas de agua, imperceptibles a simple vista, la sociedad de la información se sostiene sobre millones de kilómetros de fibra óptica, cobre y materiales semiconductores: los materiales de las redes de transporte y los centros de datos, que, como toda buena infraestructura, deben ser imperceptible a simple vista. "Todos los elementos de la economía de los datos requieren de una inversión en infraestructura antes de que puedan pasar las cosas realmente interesantes", considera Jason Bohnet, de Aviva Investors, en un informe. "No puedes tener cosas inteligentes sin conectividad de banda ancha, fija o móvil". "Todo el mundo ha estado alguna vez en algún pantano", apunta Mercedes Fernández Gutiérrez, gerente de innovación de Telefónica en España. "Las nuestras son menos visibles, por lo que no se habla tanto de ellas. Pero van a resultar claves para el futuro de la economía". "Al final del día, hablamos de bits de información que se deben mover a través de distintos canales: un cable, una torre de telefonía móvil, una arquitectura de red", explica Toni Brunet, director de asuntos corporativos de Cellnex. "Es bueno que el usuario no tenga percepción, básicamente porque significa que el sistema funciona".
Hace falta muchísimo dinero
Para que el sistema siga funcionando a pesar del crecimiento exponencial de la demanda hace falta dinero. Muchísimo. "Con la entrada del 5G, la inversión en infraestructura se está volviendo a acelerar", apunta Julia Velasco, directora de redes de Vodafone España. "En los próximos años, estamos hablando de inversiones de 11 y hasta 12 cifras para el conjunto del sector". Solo la Comisión Europea ha anunciado inversiones directas e indirectas de 44.000 millones de euros y, según Deutsche Bank, estima que van a ser necesarios 500.000 millones para lograr una "sociedad del gigabit [por segundo]". Los gigantes tecnológicos también están echando cifras apabullantes. Solo en 2018, Microsoft invirtió 14.000 millones de dólares (12.400 millones de euros) en infraestructuras físicas; Amazon, cuya división de servicios en la nube ya responde por la mitad de sus beneficios, más de 26.000 millones.
Un ejemplo de las cosas sencillas que hacen que el sistema funcione puede verse en el tejado de un edificio en el barrio madrileño de Simancas. Aquí, la empresa Interxion tiene dos centros de datos y está construyendo un tercero, para sumar un total de 15.000 metros cuadrados de superficie. Una inversión de 91 millones de euros y capacidad para seguir creciendo, capacidad marcada por un hueco en el tejado. "Aquí hay espacio para una máquina de refrigeración", explica Raquel Figueruelo, su directora de marketing. "Si es necesario, podemos instalarla. Mantener la temperatura que nos indique el cliente es fundamental para una buena operación de un centro de datos, y tenemos el potencial de ir reforzando la capacidad de refrigeración conforme lo vamos necesitando".
Y lo van necesitando. El mercado global de centros de datos no para de crecer, tanto desde las instalaciones propias de las grandes empresas como los centros establecidos para las de tamaño medio. Según un estudio de la inmobiliaria JLL, el mercado global de data centers en 2018 absorbió 775 megavatios de capacidad (la potencia eléctrica conectada se ha convertido en la medida estándar del tamaño de un centro de datos, más que la superficie física), un 32,8% más que el año anterior. Además, según el mismo informe, a finales de año había instalaciones de casi 550 megavatios más en construcción.
No solo es importante lo que se instala, sino el dónde. La latencia, el tiempo que tarda un paquete de datos en llegar a su destino en la Red, es importantísima en sectores como el bancario (donde un retraso de un milisegundo puede suponer pérdidas de centenas de miles de euros en una operación bursátil) y, sobre todo, en el Internet de las cosas. "Hay una limitación física, que es la velocidad de la luz", explica Fernández. "Por poner un ejemplo, un robot industrial no necesita mucho ancho de banda, pero sí la menor latencia posible para responder de forma inmediata".
Pensar en pequeño
Es por eso por lo que, aunque por ahora el crecimiento es tan grande que hay espacio para todos, el mercado está reorientándose desde los grandes centros de datos en polígonos industriales hasta espacios más pequeños, más eficientes y próximos a los usuarios. "La economía de los datos va a requerir cada vez más infraestructuras y más cercanas al lugar del consumo", considera Fernández. El antiguo monopolio juega con un as en la manga: sus más de mil centrales conmutadas, una red de edificios (algunos de hasta varias plantas de altura) que antaño acogían la maraña de conexiones de cobre que formaban la red telefónica, pero que hoy, por gracia y obra de la fibra óptica y los microprocesadores, ofrecen mucho más espacio libre que el operador puede destinar a otros usos.
Conforme la red de cobre vaya desconectándose —un proceso que empezó en 2015 y que terminará en 2024, según la CNMC; ahora mismo está completo en torno al 25%—, la empresa irá adaptando su aparataje a las nuevas circunstancias. "No solo han cambiado las dimensiones", explica Fernández. "También los hemos adaptado a las necesidades de refrigeración, hemos sacado los cableados del suelo y otras cosas más".
Pero tanto o más que las infraestructuras de fibra óptica, lo que llama la atención de estas es la implementación de la tecnología 5G, necesaria para los volúmenes de datos que, se estiman, necesitará la tecnología del futuro. "Las redes móviles son esenciales en smart cities, en smart buildings, dentro de las fábricas", indica Fernández. "Cuando tengas que modificar tu cadena de fabricación para adaptarla a nuevos productos, no vas a poder estar cambiando el cableado cada vez". "Probablemente, cada vehículo autónomo tendrá más de 40 sensores, múltiples cámaras y radares, un sistema de detección y medición de obstáculos a través de imágenes de luz, así como visión computerizada para una navegación segura", ejemplifica Bohnet. "Esto equivale a más de cuatro terabytes de datos por vehículo y día, una cantidad similar a la que producirían 60 iphones a pleno rendimiento".
Pero, de nuevo, todo esto se sostiene sobre bases físicas, y la primera de ellas es invisible. El crecimiento exponencial de los datos móviles está obligando a redistribuir constantemente el espacio radioeléctrico, quitando terreno a otras cosas para dejárselo a la telefonía celular. La Comisión Europea afirma que el mejor reparto del espectro permitirá incrementar el valor de los servicios digitales en un billón de euros para el año 2023.
Al contrario que el 3G, cuyas subastas durante la pasada década se convirtieron en un espectáculo, las expectativas de esta vez están siendo más moderadas. "Los operadores de telefonía móvil se están preparando con una mezcla de resignación y anticipación", apunta un informe de McKinsey. "El problema es que cuando el 4G se lanzó en 2009, los operadores móviles no vieron las grandes rentabilidades que obtuvieron con generaciones anteriores".
Aún falta madurez
¿De cuánta inversión estamos hablando realmente? La Comisión Europea estima que hace falta una inversión adicional de 155.000 millones de euros hasta 2025. Pero la industria es escéptica acerca de los costes finales. "Son difíciles de estimar porque no hay precios: los proveedores aún no han terminado de mostrar los estándares", considera Fernández. "Aún falta que algunos eslabones de la cadena de valor maduren, como pueden ser los dispositivos y los sensores, porque al mercado le lleva algún tiempo reaccionar". "Aún es pronto", apunta Bohnet.
Y más porque el estado de la red 4G va a permitir una transición ordenada. "La red 4G tiene ahora mismo una enorme capacidad desaprovechada", explica Fernández. "Aún no sabemos cuáles son las aplicaciones del Internet de las cosas que van a despegar y cuándo", indica Velasco. "Lo que sí creemos es que lo construido en los emplazamientos actuales nos va a dar las infraestructuras necesarias para el arranque".
En todo caso, en la implementación no se pueden escatimar gastos. Porque en un negocio donde se exige una conexión el 99,999% del tiempo, todo debe estar construido con materiales de primera calidad y ofrecer la mayor cantidad de redundancias posibles en caso de fallo. "La inversión está totalmente justificada", apunta Velasco.
La electricidad, el fundamento oculto
Con sus impolutos centros de proceso y almacenaje, y solo el leve zumbido de los servidores como banda sonora, la industria de los datos da la apariencia de ser un negocio limpio y de escaso impacto ambiental. Es incorrecto. "Los centros de datos son grandes consumidores de energía", explican desde Interxion. "Un porcentaje muy significativo de sus costes operativos se concentran en la alimentación y refrigeración del equipamiento informático. El consumo energético es tan importante que hace que el tamaño de un data center se mida en megavatios".
Según estimaciones publicadas en la revista Nature, solo los centros de proceso de datos consumieron en 2017 en todo el mundo el equivalente a 200 teravatios/hora; en comparación, toda España utilizó 240 teravatios/hora en 2015. Al calor, sobre todo, de burbujas como la de las criptomonedas (cuya mineración requiere enormes capacidades de procesado), esta cifra no hace sino aumentar. Las previsiones más pesimistas, como la del ingeniero de Huawei Anders Andrae, estiman que esta cifra se multiplicará por 15 hasta 2030, hasta requerir el 8% de la demanda eléctrica global.
La capacidad del sector eléctrico de correr al ritmo de la demanda preocupa a Robert Assink, director general de Interxion en España. "La red eléctrica es de buena calidad, sobre todo en comunidades como la de Madrid, donde por ley ha de estar construida cierta redundancia", considera. "Lo que no hay es suficiente potencia disponible para facilitar el crecimiento. Tenemos constancia de que existen empresas que no han invertido aquí porque no hay capacidad suficiente".
Otros expertos, así como el propio sector eléctrico, son más optimistas. "Por nuestra experiencia con grandes clientes y otras empresas, que tienen sus propios centros de datos, no solo no están aumentando sus niveles de potencia contratados, sino que requieren de su socio energético para precisamente optimizarlo y rebajarlo para no pagar penalizaciones", afirman desde Endesa. "Efectivamente, hacen un uso muy intensivo de la energía, pero, precisamente por eso, su objetivo es minimizarlo y se centran en implementar medidas de eficiencia energética".
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