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Columna
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El futurismo es un gran invento

No tiene demasiado interés ver dos debates con los mismos candidatos en dos días seguidos salvo que a uno le guste jugar al juego de las siete diferencias

David Trueba
Debate electoral de 2016 con Mariano Rajoy, Pedro Sanchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias.
Debate electoral de 2016 con Mariano Rajoy, Pedro Sanchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Uly Martín

La campaña electoral entra en su última semana con dos debates consecutivos en la televisión. No tiene demasiado interés ver dos debates con los mismos candidatos en dos días seguidos salvo que a uno le guste jugar al juego de las siete diferencias. Ese que consiste en mirar dos dibujos que parecen iguales pero contienen siete detalles variados. Ese trampantojo casi desapareció de los periódicos porque resultaba plano y aburrido después de jugarlo las primeras mil veces. Lo de los dos debates seguidos también te gustará si te gusta el teatro, donde la gracia está en hacer lo mismo cada tarde y que parezca idéntico y distinto según el estado de ánimo de quien lo interpreta y quien lo mira. Esta anomalía ha sido el resultado de la saturación dialéctica, del calentón hispano, de la formación básica de un espíritu nacional concebido entre el “y tú más” y el “a mí nadie me hace de menos”. Anda que no faltan debates en España, pero quizá no el mismo dos noches seguidas. Lo que sí es interesante es que el desencadenante del vodevil fuera que la Junta Electoral impidiera que un partido sin aún representación parlamentaria participara en el debate por delante de agrupaciones con diputados elegidos.

Aparenta ser un tecnicismo legalista, pero contiene un pulso entre realismo y futurismo. Hay un cierto tipo de persona, muy cabal, que detesta el futurismo porque considera que bastante tiene ya con sufrir el presente como para encima empezar a sufrir por el futuro cuando aún no ha llegado. Lo más gracioso es que la formación excluida del debate envió por error sus comunicaciones privadas a la prensa. En ellas recomendaba a sus mandos que se mostraran muy enfadados por haber sido apartados del debate televisado, pero reconocía que la decisión les venía de perlas para su estrategia de victimismo y evasión de la confrontación con el periodismo crítico. En un partido que presume de autenticidad y de venir a abofetear las hipocresías calculadoras de los demás fue toda una declaración de futuro. Somos como los demás, venían a confesar, por si alguien aún lo dudaba. En esa pugna entre lo que hay que decir y lo que hay que callar se resuelve más o menos toda una campaña electoral vista con profesionalidad. A medida que los votantes van perdiendo inocencia, los candidatos se arman de cinismo. ¿Qué fue antes? Decidan ustedes.

En Ucrania, por si no lo saben, los dos candidatos en segunda vuelta se rebajaron a hacerse un análisis de drogas y alcohol. Se arremangaron y se dejaron sacar sangre para ser estudiada al detalle. Ganó el actor, claro, jugaba en su terreno. Son pequeñas conquistas de la democracia mediática. De seguir así, los candidatos terminarán encerrados en una casa durante semanas o enviados en campaña electoral a una isla de supervivientes donde ganará quien mejor luzca el pareo, más tozudo sea en la indignidad y muestre mayor solidez en su capacidad de aguante. ¿Qué le pedimos a un gobernante? Pues lo primero que le pedimos es que sepa manejarse en el mundo público que hemos creado. Ya sabemos que es una taberna espantosa donde solo se escucha al que más grita y al que más llora, pero si resiste eso con apostura nos da pistas de que resistirá una cumbre europea sobre cuotas de pesca y una cena oficial con Trump o con Putin. El futurismo es un gran invento, pero bastante esfuerzo requiere enfrentarse al presente como para andar sufriendo por el futuro que aún no ha llegado.

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