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EN LA CARRETERA
Columna
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Malillos, Moralina, Gáname

Ayer, mientras rodaba a solas por las carreteras secundarias de Zamora, se me aparecieron de golpe las tres claves de la campaña electoral

Sergio del Molino
Un hombre pasea por las calles de un pueblo de la provincia de Zamora.
Un hombre pasea por las calles de un pueblo de la provincia de Zamora. ULY MARTÍN

Aunque lo normal en quienes conducimos mucho por las carreteras de España es tener alucinaciones que acaban comentándose en el programa Cuarto Milenio, con autoestopistas fantasma y luces inexplicables, yo soy más de revelaciones. Nunca epifánicas, gracias a Hermes, pero sí clarificadoras.

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Ayer, mientras rodaba a solas por las carreteras secundarias de Zamora, se me aparecieron de golpe las tres claves de la campaña electoral. En la toponimia está la verdad, y al pasar cerca de Bermillo de Sayago, me crucé con tres pueblos: Malillos, Moralina y Gáname. Los tres conceptos de estas elecciones en un mismo desvío.

Una leyenda dice que Viriato se escondía en lo que hoy es Malillos (que a saber cómo se llamaba en tiempos de vetones y lusitanos), pero hoy es el propio Malillos el que se esconde en la inmensidad de la dehesa zamorana. Su topónimo habla de la actitud de los candidatos y de su corto currículum.

¿Se puede atribuir maldad a cualquiera de los cuatro (cinco, si contamos al otro malo)? Tan solo en teoría, porque el único con experiencia gubernamental es Pedro Sánchez (y su mandato apenas pasa de unas prácticas como presidente). Son demasiado jóvenes. Ni la vida ni la política les ha dado ocasiones para mostrarse malvados, porque el malvado se hace, nunca nace. Por eso se enzarzan en picarescas de chulos de barrio sobre dónde se debate y cuándo, pero no asoman villanías de peso.

En cuanto a la otra acepción de malillos, que se desempeñan mal en su trabajo o que carecen de talento para él, es mejor juzgar después de las elecciones.

Moralina, que debe su nombre a un moral y no a la moral, define el ambiente de fondo de la campaña, pero también de la época. Los políticos, como todos los humanos, son prisioneros de su Zeitgeist, y vivimos tiempos donde está de moda señalar con el dedo los pecados ajenos y afearlos con el ceño muy fruncido. Decir sí hasta el final, escracharse unos a otros y regañarse todo el rato son rituales que han convertido la discusión política en el patio de un colegio de curas de los de antes.

Gáname, minúsculo pueblito sobre cuya etimología hay más teorías que habitantes, suena a reto chulesco lanzado al adversario, en armonía con Malillos, pero en realidad parece el deseo inconsciente de todos los partidos. Desde el resignado y miedoso “haz que pase” del PSOE hasta la dejación de responsabilidades de Podemos con “la historia la escribes tú”, pasando por el certificado de consultoría “valor seguro” del PP y el imperativo y un poco agropecuario (de pastor azuzando ganado) “vamos” de Ciudadanos, todas las estrategias parecen diseñadas desde la anemia y desde la convicción de que, en un mundo sin mayorías absolutas, el triunfalismo sobra. A pesar de su agresividad teatralizada, los candidatos se dan por ganados y reservan fuerzas para los pactos de después.

La verdad es que vine a Zamora a contar otras cosas, pero los desvíos de la carretera, a menudo, imponen su discurso.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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