Sin árbitros, ¿todo vale?
Siempre me ha parecido un error de concepto enfocar la actividad política como una competición deportiva. Unas elecciones no son el acto final de un torneo con perdedores y ganadores, sino el principio de una nueva gestión de un país, que decide la representación de todos los ciudadanos. Pero si insistimos en ver la política como una competición, podríamos aprender del deporte que no todo vale.
Si en cualquier partido amistoso entre equipos juveniles hay un árbitro, a lo mejor esa figura debería existir también en el juego político. Cada vez que un político miente o insulta, a lo mejor debería recibir el equivalente a una tarjeta amarilla y ser castigado con el silencio mediático durante una semana. No tardaría mucho en acabarse la tontería a la que estamos asistiendo, o por lo menos disfrutaríamos de un gran silencio.
Sergio Rezzonico
Ribadesella (Asturias)
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