Viaje de autor: Lászlo Almásy, el amante de las dunas
En 'Nadadores en el desierto', el piloto y explorador húngaro en el que se basó 'El paciente inglés' cuenta su búsqueda del oasis perdido de Zerzura
Entre las dunas de Erg Chebbi, en el sur de Marruecos, y El Cairo (Egipto) se extiende la inmensidad del Sáhara y sus misterios. Como el Gran Mar de Arena, donde desapareció el ejército de 50.000 hombres enviado en el 525 antes de Cristo por el rey persa Cambises II para atacar el oasis de Siwa, sede del Oráculo de Amón, que alcanzó fama durante la invasión persa de Egipto por vaticinar el fin del yugo extranjero. Según Herodoto, una tormenta de arena sepultó a las tropas invasoras, con todas sus armas y pertenencias, bajo las dunas. Ha sido buscado infructuosamente por exploradores como el arabista francés Théodore Monod (1902-2000), el aviador Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), autor de El principito, o el espía y aventurero húngaro László Almásy (1895-1951), el personaje real que inspiró el protagonista de El paciente inglés.
Almásy parece soñar con agua en Nadadores en el desierto, el relato de sus expediciones por el desierto líbico, una porción del noroeste del Sáhara de más de un millón de kilómetros cuadrados que se extiende por Libia, Sudán y Egipto. Publicado por primera vez en 1934 en Budapest, el título hace alusión a las bellas pinturas rupestres de la cueva de los Nadadores, descubierta en 1933 mientras recorría el uadi Sura, el valle de las Imágenes. Basándose en Herodoto, en cuentos de Las mil y una noches y en manuales para descubridores de tesoros, como el Kitab al Durr al Makmuz, el Libro de las Perlas Enterradas, Almásy se lanzó a la búsqueda del misterioso Zerzura, “el oasis de los pajarillos”, y su fabulosa ciudad blanca repleta de tesoros. “Un día, quizá el viento del desierto libio, soplando en tempestad sobre los cordones de dunas y levantando en el aire nubes de arena fina, restituirá a los hombres el oasis perdido, revelando su emplazamiento y sus secretos”, escribió Théodore Monod. Almásy creyó ubicarlo en uno de los uadis de Gilf Kebir, una extensa meseta montañosa al suroeste de Egipto que se funde por el Norte con el Gran Mar de Arena.
László Ede Almásy de Zsadány y Törökszentmiklós nació en 1895 en una familia de la aristocracia rural de Burgenland, territorio que hoy se inscribe en Austria. Su romance con las dunas comenzó en la década de 1920 con el contrato con una marca de automóviles, para realizar pruebas del comportamiento de sus coches en las regiones desérticas. Este fue el punto de partida de sus numerosas y arriesgadas expediciones —en coche y avioneta, un pequeño biplano De Havilland Gipsy Moth Rupert— al oeste del Nilo. “Cuando puse por primera vez mi pie sobre suelo africano, me encontré con el desierto, y esa primera impresión me marcó para siempre. ¿Quizá porque lanzarme hacia distancias sin límite significa para mí la expresión más completa del sentimiento de libertad?”, escribió en su libro. “Amo el desierto. Amo la llanura infinita que centellea en el reflejo de los espejismos, las cumbres rocosas resquebrajadas, las cadenas de dunas semejantes a olas petrificadas. Y amo la vida sencilla y dura en campamentos primitivos, tanto en las noches claras y estrelladas en medio de un frío cortante como en la punzante tormenta de arena”.
Dominó seis lenguas: húngaro, alemán, inglés, francés, italiano y árabe, pero a diferencia del personaje interpretado por Ralph Fiennes en El paciente inglés —la película basada en su vida, en la que se comporta como un consumado seductor—, solo se le conocieron tres pasiones: el desierto, los coches y los aviones. Nadadores en el desierto es sobre todo un libro de aventuras. Sus mejores páginas son las que describen las angustiosas horas que pasó perdido en un lejano uadi sin agua; o cuando cuenta los devastadores efectos del qibli, el temible y ardiente viento del Sur, durante una expedición topográfica al Mar de Arena. En su prosa abundan los detalles técnicos (las maniobras para salvar en coche una duna o los avatares de pilotar un avión sin puntos de referencia). Los textos de Almásy no son lo mejor que se ha escrito en literatura de viajes, pero consiguen transmitir la desalmada, desnuda belleza del desierto, un territorio en el que se mueve como pez en el agua y que le valió el nombre que le pusieron sus amigos beduinos: Abu Ramla, “padre de las arenas”.
Algo hay que reprocharle: algunos de sus párrafos desprenden un cierto tufillo colonialista. En especial, en el capítulo dedicado a Kufra, donde muestra su admiración por las tropas del duce que ocupaban la zona y manifiesta sin pudor opiniones racistas. En 1939 regresó al norte de África como agente del servicio de contraespionaje alemán (era oficial de la reserva del ejército húngaro, aliado de Alemania). El último capítulo está dedicado a la etapa más oscura de sus actividades en el desierto: la operación Salam, cuando entre abril y junio de 1942, aprovechando su conocimiento de la región, infiltró a dos agentes alemanes tras las líneas inglesas.
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