Comedias de figurón
El último ejemplo de ello es la que se representa estos días en el Tribunal Supremo de Madrid
En el Teatro de la Comedia de Madrid se representa estos días Entre bobos anda el juego, de Francisco de Rojas Zorrilla, uno de los mejores ejemplos de lo que se dio en llamar comedia de figurón por protagonizarla un personaje grotesco, fanfarrón y narcisista que al final de la obra quedaba en ridículo y que tanta fortuna tuvo en los teatros de los siglos XVII y XVIII, incluso del XIX. Si bien en este último siglo el figurón fuera ya más político que amatorio, y su escenario habitual, los periódicos.
Me consta que los responsables de la programación de la obra de Francisco de Rojas no pensaban en las elecciones que se celebrarán en el mes de abril en España, pues se estrenó antes de la convocatoria de estas, pero la asimilación con ella es inevitable. No por el título, líbreme Dios, que de ningún modo quisiera uno faltar a los candidatos, o por lo menos no a todos ellos, sino por el figurón que protagoniza la obra y que, en el caso de la de las elecciones, está aún por identificar. Aunque, a la vista de la descripción que del figurón se hace en el programa de presentación de la obra de Francisco de Rojas: “Personaje cargado de faltas (avaricia, orgullo, pedantería, etcétera) al que se caricaturiza y se rodea de una peripecia que se va enredando hasta su final”, quien más, quien menos, se podrá hacer una idea de cuál de los candidatos a gobernar el país tras las elecciones es el que más se ajusta a esa imagen. Sinónimos de figurón serían pomposo, hinchado, vano, engreído, pretencioso, presuntuoso, hueco…
Lógicamente, cada español cargará con esos adjetivos al candidato que menos le guste, se ajusten a su perfil o no, pero parece evidente que algunos de ellos encajan más con el personaje del figurón que los otros. La coincidencia de varios de ellos en estas elecciones hace difícil, no obstante, elegir uno solo. Así que habrá que esperar al desarrollo de la campaña electoral, esa tragicomedia de enredo que durante 15 días tratará de captar la atención de los españoles como si fuera una serie televisiva más, para ver cuál se erige en el figurón principal de la obra, el Lucas del Cigarral que en la de Francisco de Rojas pretendía conseguir los favores de la bella Isabel de Peralta, enamorada de otro caballero, o —en la de Agustín Moreto El lindo don Diego—, el vanidoso que cae en la trampa que le tiende su prometida para probar su sinceridad y que en su empeño no dudan en ponerse en ridículo ante los espectadores como de continuo vemos en la política nacional. Los nombres que se me pasan por la cabeza son numerosos, así que no recordaré ninguno.
El figurón de comedia, dice la historia del teatro español, derivó en el figurón político que pobló las revistas satíricas del siglo XIX y que daría paso a su vez al paleto provinciano de tanto éxito en el siguiente y cuya presencia llega hasta nuestros días mudada en muchos disfraces, pero todos con un denominador común: esa vanidad inmensa que lleva a algunas personas a tomarse tan en serio a sí mismas como para creerse los salvadores de una patria que lo único que necesita es que la gobiernen bien. Una actitud que por peligrosa puede volver la comedia en tragedia. El último ejemplo de ello es la que se representa estos días en el Tribunal Supremo de Madrid y en la que el figurón es precisamente el único que no está en el escenario.
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