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La paradoja y el estilo
Columna
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Unidos por Isabel Preysler

Siempre he pensado que su vida no solo ha sido solo suya, sino también de este país

Isabel Preysler en el Teatro Real, en Madrid, el pasado septiembre.
Isabel Preysler en el Teatro Real, en Madrid, el pasado septiembre.gtresonline
Boris Izaguirre

Isabel Preysler cumple años el próximo lunes. Siempre he pensado que la vida de Preysler no solo ha sido suya, sino también de este país. A través de ella podemos contar la historia de nuestros cambios, avances y retrocesos. Pero mientras España entraba y salía de la crisis económica, crecían las ansias independentistas de una parte de Cataluña y la palabra división parecía volverse un color más de nuestra bandera, más me convenzo de que Isabel Preysler ayuda a mantenernos unidos, tanto como El Corte Inglés o la Liga de fútbol.

Lo he comprobado en mi reciente gira de conferencias por toda España. Desde El Ejido y Málaga hasta Lérida, Bilbao o Mallorca, los asistentes aplauden cada vez que comparto este punto de vista. Por más dividida que esté la opinión publica, más ásperas que sean las noticias, cuando escuchan hablar de Preysler regresan a casa. A una especie de punto de encuentro que tiene mucho del misterio con el que ella ha sabido envolver una personalidad que desconcierta y fascina, sin que nadie pueda encontrar esa característica que lo explique. Un intangible. Puede ser su signo del horóscopo, Acuario, que, según leí, “encierra dos tipos de personalidad: una tímida y paciente y otra exuberante que esconde las profundidades de su personalidad bajo un aire frívolo”. Preysler es ambos, sin nostalgia.

El icono que ha construido es una referencia de estilo y su vestuario nos ha acompañado de una Transición ilusionada al socialismo del PSOE y al liberalismo de Ciudadanos. El principio fue casi monacal gallego, junto a Julio Iglesias en una boda tumultuosa donde la única serenidad era su rostro de 19 años. Y así como España se modernizaba, aprobaba el divorcio y se dirigía hacia la UE, Preysler se divorció de Iglesias, no al revés, porque no era como otras mujeres antes que ella que aceptaban o soportaban todo para no alterar sus vidas. En ese sentido, Preysler hizo el primer MeToo de la historia de ¡Hola!. Aunque no convirtió su gesta en épica feminista, creó un manual no escrito de cómo divorciarse con elegancia, palabra que desde entonces la acompaña. En una entrevista en El Hormiguero, se modificó el decorado para complacer el lado fotogénico de Isabel y le preguntaron cuándo había descubierto su lado bueno. “Cuando estaba casada con Julio, él siempre pedía que lo fotografiaran en su lado bueno y a mí me ponían en el suyo malo. Salía pepona, pero no podía hacer nada. Me divorcié y me puse en mi lado bueno. Y di un cambiazo”, respondió entre risas.

Isabel es mucho más divertida, animada y sexy que Preysler. El sentido del humor, ha reconocido, le interesa muchísimo. Lo que hace pensar que Julio Iglesias, Carlos Falcó, Miguel Boyer y Mario Vargas Llosa lo deben poseer también. Con los años, el humor tiende a convertirse en ironía y una demostración de inteligencia. Algo que Preysler ha conseguido agregar también a su nombre.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler a su llegada a los premios Princesa de Asturias, el pasado octubre.
Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler a su llegada a los premios Princesa de Asturias, el pasado octubre.getty images

Fue Terenci Moix quien me la presentó. Veinte años después ella me permitió conocer a Mario Vargas Llosa. Es un arco narrativo que me emociona, como muchas cosas de ella. Su afecto, que es inmediato, su sentido común, que es infinito y, sí, ese sentido del humor. A veces suena gallego, con retranca incluida, pero exótico y desordenado como Manila. O un pelín arbitrario, pero jamás snob, y punzante, como aprendió con Boyer, físico y político. En ocasiones, parecían sacados de una alta comedia escrita a cuatro manos, con sorprendentes giros y diálogos burlones. Después de la muerte de Boyer, Preysler leyó en EL PAÍS que el exministro de Economía había sido una universidad para ella. “Fue mucho más”, reconoció con su articulada forma de hablar, espaciando las sílabas y atrapando al máximo el interés de su interlocutor.

Las doce de la noche es hora punta en la casa de Isabel Preysler en Madrid porque son las ocho de la mañana siguiente en Manila y las seis de la tarde en Miami, dominios familiares que gestionó durante años por una centralita y ahora a golpe de WhatsApp. Desde hace años, Vargas Llosa y ella parecen pilotar una versión del Halcón Milenario, la nave de La Guerra de Las Galaxias, donde Han Solo anhelaba al fin llevar a la Princesa Leia, después de esperar que sus vidas pudieran ser una. Una historia de amor adulta y bañada de contemporaneidad. Me gusta saberlos a bordo, demostrándonos que sin ser españoles, nos intuyen mejor.

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