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La dignidad de los sin derechos Los trabajadores de la empresa japonesa Furukawa Plantaciones, dedicada a la extracción de fibra de abacá en Ecuador, luchan contra la explotación que sufren a diario Un niño apunta su tirachinas hacia las plantas de abacá, en una de las haciendas de la empresa japonesa Furukawa situada en la provincia costera de Santo Domingo, en Ecuador. Entrar a las plantaciones de esta compañía es como retroceder varios siglos en el tiempo. Mujeres, hombres y niños viven y trabajan en condiciones inhumanas mientras extraen la fibra de abacá, una preciada materia que se exporta a la Unión Europea, Estados Unidos y Asia. Furukawa Plantaciones C. A. del Ecuador se fundó en 1963, cuando el empresario japonés Yoshizo Furukawa introdujo en el país sudamericano la semilla de abacá. Con un patrimonio neto que supera los 15 millones de dólares, Furukawa es la principal exportadora de abacá en Ecuador, país que a su vez ocupa la segunda posición mundial. Esta compañía, propiedad de la corporación nipona FPC Marketing Co. Ltd., se ha negado sistemáticamente a reconocer los derechos de sus trabajadores. En la foto, uno de sus campamentos cerrados bajo candado.
Ángel Sánchez, arrendatario del campamento Hilda 1, camina hacia una plantación de abacá. Para evitar reconocer los derechos laborales, Furukawa alquila su terreno a una persona que lo administra, a quien le compra el producto extraído semanalmente. “Si yo arriendo la tierra, debería poder vender la fibra a quien más me convenga o, al menos, la empresa debería pagarme un precio justo”, declara Sánchez. No obstante, la compañía le retribuye la tonelada de abacá con 640 dólares y más tarde la vende a sus compradores internacionales por una cantidad promedio de 2.245 dólares (2017).
Lino Guerrero separa las láminas del tallo de abacá. Esta actividad, que se conoce como tucsear, es una de las que integra el proceso de extracción de la fibra, compuesto por la tumba de la planta, el deshoje, el tucseo, el acarreo en burro, el deshilachado en la máquina y el secado. Yanela Segura extrae la fibra de abacá bajo un sol de justicia. Segura, de 30 años, trabaja para Furukawa desde los 14. Gana entre 100 y 120 dólares al mes, dependiendo de la cantidad de producto que sea capaz de acumular. “El trabajo aquí es durísimo”, afirma esta mujer que, como el resto de jornaleros, no tiene contrato, vacaciones, ni derecho a la seguridad social. Un operario introduce la fibra de abacá en la máquina para deshilacharla, antes de que sea secada y empaquetada para exportarla al resto del mundo. La máquina es propiedad de Furukawa, pero es el arrendatario quien tiene que pagar por la gasolina que la hace funcionar, así como por las reparaciones cuando se estropea. Wilfrido León muestra el estado en que quedó su pierna izquierda después de un accidente sufrido en 1986 mientras manejaba la máquina de Furukawa. La empresa se desentendió y tuvo que pagar la operación con el dinero que su familia recaudó tras vender una vaca y con una colecta de sus antiguos compañeros de la liga de fútbol barrial. Hace dos años sufrió otro accidente en su pierna derecha y Furukawa le dio 5 dólares para que fuera al médico. Hoy en día sigue trabajando para pagar el colegio de sus dos hijas. Gana 10 dólares al día. Entre otras regiones, Furukawa exporta la fibra de abacá a la Unión Europea. Sus principales compradores en este bloque son Celulosa de Levante y Ahlstrom Chirnside. En 2017, Furukawa obtuvo unos ingresos de 8,4 millones de dólares y un beneficio bruto de 1,2 millones. Ecuador tiene un acuerdo comercial con la Unión Europea en el que se compromete a hacer respetar los derechos laborales de los trabajadores. En la foto, un empleado de Furukawa carga la fibra antes de introducirla en la máquina. Delia Sánchez sujeta la fibra de abacá mientras esta se seca al sol. “Todo lo que ganamos es para comer, al final del mes no nos queda nada”, afirma esta mujer, que se alimenta de la comida que compra en una tienda cercana y de la fauna silvestre que cazan sus familiares. “Furukawa solo se acerca aquí para llevarse el producto, nunca nos pregunta si necesitamos algo. Aquí vivimos como animales, no hay derechos para nosotros”, denuncia. Delia Sánchez tiende la fibra de abacá junto a sus dos hijas adolescentes, que la ayudan cuando salen de la escuela. “Muchos niños trabajan aquí”, asegura la mujer de 41 años, que comenzó a faenar para Furukawa a los 14. El abacá, cuyo nombre científico es Musa textilis, es una planta nativa de Filipinas muy similar al banano. También conocido como cáñamo de Manila, solo crece en los trópicos húmedos. Su fibra es muy valorada por su gran resistencia y longitud. En el siglo XIX se utilizó principalmente para fabricar cuerdas de barcos, además de dar nombre a los sobres de manila. Hoy en día, esta fibra puede aplicarse para industrias tan dispares como la tabacalera, electrónica, cosmética, alimentaria, automotriz o, incluso, para producir billetes como los yenes japoneses. Un joven empleado de Furukawa camina hacia su vivienda en la hacienda Hilda 2. A pesar de que la compañía no los reconoce como sus trabajadores, “es evidente que existe una relación laboral directa: para entrar a estos espacios hay una puerta que Furukawa abre y cierra, se lleva la fibra, paga al arrendatario, da dinero para que estos campamentos subsistan”, alega Francisco Hurtado, ajunto de la Defensoría del Pueblo de Ecuador. Las viviendas que habitan los trabajadores de Furukawa fueron construidas hace más de 50 años. En apenas unos metros cuadrados conviven familias enteras sin acceso a luz eléctrica, agua corriente o retretes. Para cocinar y lavarse obtienen el agua de un pozo, que deben hervir antes de consumir. Para alumbrarse cuentan con un generador, aunque muchas veces tienen que utilizar velas. En vez de baños, algunos campamentos cuentan con fosas sépticas. Los jornaleros consideran que Furukawa los está sometiendo a una situación de esclavitud moderna debido al nulo reconocimiento de sus derechos laborales. Según Susana Quiñónez, afrodescendiente que trabajó durante 16 años para la entidad asiática, “Furukawa nos hace trabajar como esclavos. Imagínese, una persona tiene que entrar a las siete de la mañana para sacar un poquito más de plata y sale a las cinco de la tarde, algunos trabajan hasta de noche. Y si no se entrega la producción que ellos quieren, nos acusan de estarles robando”. En la foto, un perro ladra mientras dos operarios introducen fibra en la máquina. Antiguos y actuales jornaleros de Furukawa participan en una asamblea de afectados en la comunidad de San Ignacio, muy cerca de las haciendas. La negativa de la empresa a reconocer los derechos laborales y las condiciones inhumanas de las viviendas dentro de las plantaciones ha llevado a los trabajadores a organizarse para luchar por sus derechos. Exigen que el gobierno ecuatoriano ponga fin a las actividades de Furukawa y que esta les repare con una indemnización por los derechos que les negó durante sus años como empleados. Dos niños residentes en uno de los campamentos de Furukawa juegan frente a las plantas de abacá. Los trabajadores de la empresa japonesa esperan que el dinero obtenido por las indemnizaciones les sirva para mejorar sus condiciones de vida y garantizar una educación para sus hijos.