Gilles Peterson: toda la música en una maleta
Este dj y musicólogo lleva desde los ochenta recorriendo el planeta buscando y difundiendo melodías con raíz y ritmo
La entrevista se hace de milagro: cuando estaba a punto de sacarse la tarjeta de embarque, Gilles Peterson se dio cuenta de que se había dejado el pasaporte. “Es la primera vez que me pasa”, resopla este veterano dj y locutor. “Tuve que ir a casa y volver corriendo a Heathrow”. Luego rascas un poco y te cuenta de que, en vísperas del Brexit, no está muy cómodo con la nacionalidad de su documento: “La cosa se está poniendo muy fea. Reino Unido está cambiando. Ojalá hubiera un pasaporte de Londres, porque no me siento muy a gusto siendo británico”. Si existe algo parecido a un ciudadano del mundo, ese es Gilles Peterson. Lleva desde los ochenta recorriendo el planeta buscando y difundiendo música con raíz y ritmo. Nació en 1964 en Caen, ciudad talismán para los franceses porque ahí nació el poeta lírico François de Malherbe, creció el rey de Inglaterra Guillermo el Conquistador y se produjo el desembarco de Normandía. “De ahí nos fuimos a Suiza, de donde es mi padre, cuando yo tenía 17 años. Un año después me fui a Inglaterra. Y ahí me quedé”.
“La cosa se está poniendo muy fea. Reino Unido está cambiando. Ojalá hubiera un pasaporte de Londres, porque no me siento muy a gusto siendo británico”
Eso fue en 1982, año en que se fraguaba la revuelta minera, el desempleo rozaba cifras récord y un buque argentino cargado de chatarra izaba una bandera albiceleste en Isla San Pedro, Malvinas. Dexy’s Midnight Runners, The Jam y Madness ardían en las emisoras de radio. Las favoritas de Peterson, por cierto, eran piratas. Entonces te podían meter preso por hacer radio sin licencia. “Y requisarte discos y equipo. Hace poco supe que Interior nunca nos confiscó nada porque al encargado le gustaba lo que yo pinchaba”, recuerda el dj, entonces en la única emisora de soul del país, Radio Invicta. “El gran problema solían ser las otras emisoras piratas. En esa época se robaban los equipos unos a otros. La cosa llegó a un punto gánster y me acojoné”.
Todo cambió en los noventa, cuando, gracias a una amnistía del gobierno y a la oportunidad publicitaria, las radios piratas pasaron de hobbie a negocio. Fue un momento mágico: la industria del disco aún estaba fuerte y la gente tenía ganas de bailar. Peterson, que ya tenía su club –el Dingwalls, en Camden–, aprovechó la coyuntura y creó sus propios sellos, primero el celebrado Acid Jazz (casa de James Taylor Quartet, Brand New Heavies y Snowboy); luego, Talkin’ Loud, que llevó ese sonido a la siguiente generación (Jazzanova, Roni Size). “Fue una época muy importante para mucha gente que ahora viene a mis sesiones”, cuenta Peterson. “La relación del público con la música tiende a ser un pequeño periodo, el momento mágico de su vida, que luego convierte en nostalgia. Pero para mí aquello fue solo una parte del viaje. Recuerdo ir a pinchar a Roma dos o tres años después del boom, y que a los diez minutos me mandaran al hotel porque esperaban al rey del acid jazz y yo estaba pinchando drum ‘n’ bass”.
Las cosas también han cambiado mucho en la cultura de club. “Por un lado tienes a gente como Calvin Harris o Diplo cobrando un millón de dólares por actuar en Las Vegas, por otro a Four Tet o Ben UFO llenando salas por todo Reino Unido. Unos han ayudado a otros: si el público es más sofisticado y curioso es porque ellos han abierto el campo al dance alternativo. Yo antes actuaba en mi país para 200 personas; ahora son entre 2.000 y 5.000”. Pero sus proyectos le mantienen en danza por todo el mundo. La maleta de Gilles Peterson (“normalmente vinilos, a veces pendrive”) es la versión anglo del baúl de la Piquer. ¿Cuáles son sus sitios en el mapa? “Los Ángeles, Melbourne, Seúl… Japón y París están volviendo a molar”. Aparte del irrenunciable público inglés, siempre busca escenas locales. “Por eso tengo mi propio festival en Sète, Francia. La idea de juntar toda la música que me gusta en el Worldwide [que en 2018 atrajo a más de 50 artistas] es mi mayor satisfacción”.
No menos satisfecho está de su última apuesta, ¡Súbelo, Cuba! (Brownswood, 2018), disco con el que busca llamar la atención sobre la última hornada musical de la isla. “Esta vez no quería hacer un disco de jazz, sino de electrónica”. El intento reúne a una nueva generación local, con nombres como DJ Jigüe, Niño Fony, Yasek Manzano o Yissy García, sintetizando el legado local con hip hop, kuduro y reguetón.
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