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La embarazosa borrachera de Wayne Rooney

El excapitán de la selección nacional de fútbol y del DC Inted fue arrestado en EE UU y acusado de los cargos de intoxicación pública y de lenguaje soez

Wayne Rooney el pasado noviembre, en Londres.
Wayne Rooney el pasado noviembre, en Londres. IAN KINGTON (AFP)
Rafa de Miguel
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Hace ya tiempo que Wayne Rooney (Liverpool, Reino Unido, 33 años) pasó de ser un dios para los aficionados ingleses a simple carne para la prensa sensacionalista. Nada más británico, piensan ellos, -en realidad es un comportamiento universal- que elevar a los cielos y bajar a los infiernos a los ídolos deportivos. Y el excapitán de la selección nacional de fútbol y del Manchester United no ha sido una excepción.

Los tabloides se han afanado en mostrar la foto policial de Rooney, después de conocerse su detención, el pasado 16 de diciembre, durante unas horas, en el aeropuerto internacional de Dulles, en Washington D.C. (EE UU). Las autoridades arrestaron al jugador bajo los cargos de intoxicación pública y de lenguaje soez. Regresaba de un viaje a Arabia Saudí. Los documentos del tribunal muestran que el deportista tuvo que pagar una multa de 25 dólares (unos 21 euros) y otros 91 dólares (80 euros) en costas judiciales.

La ficha policial de Wayne Rooney tras ser detenido el pasado 16 de diciembre en Virginia.
La ficha policial de Wayne Rooney tras ser detenido el pasado 16 de diciembre en Virginia. AP

El portavoz del jugador, que actualmente forma parte del D. C. United y participa en la liga profesional de Estados Unidos, emitió este fin de semana un comunicado asegurando que “Wayne había tomado una cantidad determinada de somníferos por prescripción facultativa que mezcló con algo de alcohol. Consecuentemente, se mostró desorientado al llegar al aeropuerto. Fue interceptado por agentes policiales, que le arrestaron bajo la acusación de una falta leve”.

Su actual club no ha querido pronunciarse sobre el incidente, aunque nada hace pensar que su posición actual peligre tras los sucedido. Rooney fue fichado con un contrato de 15 millones de euros, en la estela de las grandes estrellas de la liga inglesa, como David Beckham, que acaban su carrera profesional al otro lado del Atlántico.

Rooney, en cualquier caso, no es Beckham. Su momento de gloria fue mucho más efímero y nunca tuvo el glamour de su compatriota. Pero muchos aficionados recordarán la Eurocopa de 2004, el momento álgido de la rooneymania, cuando todos arrojaban pétalos de rosa a su paso y se le consideraba el nuevo salvador del fútbol inglés. 120 partidos jugados en la liga nacional y 53 goles después, la adoración dio paso al recochineo. Sus exabruptos a los árbitros, sus escarceos sexuales, un transplante de pelo que fue motivo de cachondeo general y su aspecto rudo y tosco (le llegaron a comparar con el protagonista del film de animación Shrek) fueron minando al personaje público, quien optó por el retiro dorado estadounidense. En 2017 fue arrestado por conducir bajo los efectos del alcohol en Wilmsolw (Reino Unido) y se le retiró el carné durante dos años. Pagó una multa de 190 euros.

La prensa sensacionalista es exagerada por definición, y el caso de Rooney no es especialmente llamativo entre los muchos jugadores profesionales que han sucumbido a la presión de su estrellato. Pero está claro que el hombre que durante 10 años fue el futbolista más aclamado en el país, el más importante, el principal goleador de la selección nacional, el nuevo orgullo del fútbol inglés, ha entrado en el purgatorio. Al menos hasta que el tiempo le vuelva a hacer justicia. Porque está claro que Rooney no estaba destinado a cambiar el deporte, y las expectativas recaídas sobre él, como sobre muchos otros, eran exageradas. Pero como otros pocos, le corresponde su pequeña porción de mérito en la historia.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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