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Columna
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Por qué gana la nueva derecha

Los partidos tradicionales han menospreciado el cultivo de las virtudes cristianas o patrióticas

Víctor Lapuente
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca, el pasado 6 de enero.
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca, el pasado 6 de enero. Alex Brandon (AP)

¿Por qué, cuando el capitalismo pasa sus horas más bajas, la izquierda se desinfla? ¿Cómo es posible que, en Europa, exvotantes socialistas voten a la derecha populista, o que, en EE UU, los condados más pobres y contaminados, y, por tanto, que más se beneficiarían de una vigorosa acción de gobierno, opten masivamente por el Tea Party y Trump?

A mi juicio, el secreto del éxito de la nueva derecha es que antepone lo moral a lo material. Los políticos progresistas siguen operando con una mentalidad materialista o marxista, centrada en la explotación económica. Y, sin duda, la globalización y la automatización han precarizado muchos puestos de trabajo. Urge mejorar la capacidad de negociación y los salarios de trabajadores que encadenan míseros contratos temporales. Pero muchos ciudadanos sienten que, con la inestabilidad laboral, no están perdiendo solo bienestar, sino también identidad, el orgullo de formar parte de una idea que les trascienda: su comunidad, su profesión o su fábrica.

La nueva derecha no es marxista, sino weberiana. A diferencia de Marx, Weber creía que el motor del mundo no son los recursos materiales, sino las ideas. Siguiendo esta lógica, la derecha radical no ansía llenar las carencias materiales, sino los huecos existenciales de los votantes.

Vende un nacional-cristianismo excluyente, una ideología simple y peligrosa, pero trascendente. Una meta que supera al individuo. La derecha convencional, desatada de la moral democristiana por neoliberales y Berlusconis varios, abandonó hace tiempo la promoción de valores trascendentes entregándose al materialismo más rampante. Y la izquierda convencional ha dejado de lado su ancestral patriotismo, el ideal de folkhemmet (el hogar del pueblo) sobre el que los socialdemócratas nórdicos edificaron su mensaje de integración social durante décadas. La izquierda es ahora alérgica a la patria. Ya no pide respeto a los símbolos nacionales ni sacrificios, como el servicio militar o civil, que formaban parte del progresismo europeo.

Los partidos tradicionales han menospreciado el cultivo de las virtudes cristianas o patrióticas. Los populismos, nacionalistas o independentistas, se han aprovechado, ofreciendo una versión deformada del cristianismo y el patriotismo. Pero, por incomparecencia del resto de partidos, los votantes ya no tienen otros ideales de trascendencia más inclusivos. @VictorLapuente

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