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Columna
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Tiempo de protesta

Los indignados fueron un síntoma que debió ser atendido por los gobiernos y partidos protagonistas de los sistemas democráticos

Antonio Elorza
Protestas de los chalecos amarillos en los Campos Elíseos.
Protestas de los chalecos amarillos en los Campos Elíseos.Thibault Camus (GTRES)

En El Antiguo Régimen y la Revolución, Alexis de Tocqueville indicó que el impulso por abolir las instituciones medievales no surgió allí donde estas eran más duras, como en Alemania, sino donde resultaban más insoportables para una población que en gran parte ya las había superado, caso de Francia. La advertencia resulta aplicable a movimientos sociales posteriores, que no fueron fruto de la miseria generalizada o asonadas de la canalla, según pretendían historiadores tradicionales, ni tampoco de una onda larga de depresión. Para la misma Revolución francesa, resulta ya establecido que surge en una fase de crisis que sucede a un prolongado crecimiento secular y que quienes integraron la multitud revolucionaria en París desempeñaban ante todo pequeños oficios urbanos, no eran los miserables.

Son rasgos que se repiten, según las primeras aproximaciones sociológicas, en el movimiento francés de los chalecos amarillos. Se alzan contra un gobierno que asiste pasivo, e incluso agrava, el deterioro económico registrado en Francia, como en el resto de Europa, sin que vuelva el bienestar anterior a la Gran Regresión. No solo en París, sino en esa Francia secularmente deprimida respecto de la capital. Protestan en su mayoría trabajadores activos, pero también capas medias y cuadros, coincidentes todos en que Macron no les escucha. Es la rebelión del francés medio, aprobada incluso por el 45% de lectores del conservador Le Figaro, a pesar de la violencia impuesta por los casseurs.

Siguiendo otra vez con Tocqueville, vía Merton, el espíritu de revuelta actual procede de un sentimiento de privación relativa, del desfase entre lo que un colectivo estima que debe ser la atención justa a sus necesidades, y lo que ofrecen los recursos disponibles, restringidos además por una acción de gobierno que resulta culpabilizada. O de unas instituciones: caso de la movilización contra Europa, tanto por los chalecos en Bruselas, como desde el populismo xenófobo de Salvini.

Europa recuerda a la vestimenta de aquella ministra que usaba dos tallas inferiores a la suya: aquí y allá, a punto de estallar. Y por todos lados. Los indignados fueron un síntoma que debió ser atendido, y no solo desde movimientos políticos de signo oportunista, sino por los gobiernos y partidos protagonistas de los sistemas democráticos, que han contemplado sin reaccionar las derivas hacia los populismos de extremas derecha e izquierda, así como a su complemento de hoy, la protesta generalizada y acéfala. Quizás atizada por Putin vía Facebook.

Pronóstico: un camino de destrucción para Europa y la democracia, que entre nosotros registra la variante, neofascista en las formas, de los CDR apadrinados por Torra, y, como amenaza, de Podemos, si insiste Iglesias en el regreso a sus orígenes.

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