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Tribuna
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El novelista en la butaca

Cines, comercios, restaurantes y bares que ya no existen están en la película tal como estaban antes. 'Roma' es un verdadero milagro

Fotograma de 'Roma', la película dirigida por Alfonso Cuarón. En vídeo: Tráiler de la película.
Sergio Ramírez

Siempre he imaginado al novelista como un director de cine, solo que, lejos del ajetreo de los estudios y de los rodajes a cielo abierto, trabaja en soledad, y es además guionista, camarógrafo, escenógrafo, y, por fin, editor, porque hace el montaje y corrige y suprime hasta conseguir la versión final.

En esa gran superproducción escrita que es Guerra y Paz, Tolstoi sube a la grúa para tener una visión completa del campo de batalla de Borodinó, las tropas de Napoleón de un lado, y del otro a las del general Kutuzov: formaciones de soldados de infantería en la lejanía, el fogonazo de los cañones, la caballería. Pero también quita los techos de los palacios de Moscú para filmar los bailes de gala, y rebana las paredes a las alcobas para que la cámara no tenga estorbos en las tomas de primer plano de las escenas de amor.

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Y, al revés, el director de cine como novelista. Es la sensación que he tenido al ver Roma de Alfonso Cuarón, una minuciosa exploración sentimental de la infancia, cada fotograma en blanco y negro una pieza infaltable. Cuarón no ha querido correr riesgos con la fidelidad a su memoria, y por eso, como Tolstoi, además de director es el guionista, camarógrafo, editor, y no me cabe duda que también responsable de la escenografía, que es parte esencial del proceso de reconstrucción del pasado.

Una saga autobiográfica que tiene su punto de irradiación en la casa número 21 de la calle Tepeji en la colonia Roma, construida en 1902 bajo la dictadura de Porfirio Díaz, mansiones de estilo art noveau y neoclásico en el corazón del antiguo Distrito Federal, destinadas a las élites, y que luego pasaron a ser ocupadas por familias de clase media acomodada.

Hay un doble relato en Roma: uno íntimo, que retrata la vida de una familia abandonada por el padre, cuando la madre debe sacar adelante a sus cuatro hijos varones, aunque la historia se desliza hacia la figura de Cleo, la empleada doméstica mixteca que es el alter ego de la nana que marcó la vida de Cuarón, Libo Rodríguez, “su segunda madre” y quien se convierte en el eje sentimental, y dramático, de la película.

El otro relato corresponde a la vida pública, y lo que ocurre puertas adentro del hogar está conectado a los acontecimientos de la historia nacional. Se abre la década de los setenta con la ascensión al poder del presidente Luis Echeverría, a quien Gustavo Diaz Ordaz, responsable de la masacre de estudiantes de Tlatelolco en 1968, escoge como sucesor.

Habrá entonces otra masacre de estudiantes el jueves de corpus de 1971, ejecutada por “Los Halcones”, un grupo paramilitar, con 120 asesinados. “El halconazo” entra en la vida de los protagonistas, y por tanto en la película. “Hay períodos en la historia que asustan a las sociedades y momentos en la vida que nos transforman como individuos", dice Cuarón.

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El novelista explora en su propia memoria, y utiliza las palabras para recrearla. El director de cine busca también revivir el pasado a través de imágenes, sin pasar por las palabras. Es aquí donde los dos oficios se separan, pero el proceso de reconstrucción viene a ser el mismo.

La escritura cambia al novelista una vez culminada su exploración, y el cineasta que ha puesto el ojo en el visor de la cámara para filmar su propio pasado, cambia radicalmente también. “Es imposible seguir siendo la misma persona de antes después de hacer un experimento en el que te remites a tus recuerdos más lejanos”, dice Cuarón. “Son como una grieta en la pared que tratas de tapar con capas y capas de pintura, pero no desaparece, continúa allí, aunque sientas que no existe”.

Es el poder inconmensurable de la obra de arte, cambiar a quien la ejecuta, y cambiar a los demás en la oscuridad de la sala, o en el sillón de lectura. En la penumbra, cuando pasan al final los créditos, mi sensación es primero de asombro. He visto desplegarse ante mis ojos un pasado de relieves concretos, imágenes hiperrealistas cuidadosamente detalladas que puestas en sucesión vienen a ser el todo.

“Esto es imposible” me dice al salir Gonzalo Celorio, quien vivió de niño en la misma colonia Roma. Cines, comercios, restaurantes, bares que ya no existen más, están en la película tal como él los conoció y los recuerda. Imposible porque se trata de un milagro. Roma es un verdadero milagro.

Sergio Ramírez es escritor y premio Cervantes de 2017.

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