Meghan Markle, un año de cuento de hadas y un mes de controversias
365 días después de anunciar su compromiso, la esposa del príncipe Enrique asume por completo su rol en la familia real británica dándole un soplo de aire fresco, aunque envueltos en polémicas y popularidad
Las primeras imágenes para el recuerdo de Meghan Markle cumplen este martes un año y muestran a una joven nerviosa, tocándose el pelo con insistencia, sonriendo sin parar, aferrada a su entonces prometido, el príncipe Enrique, y vestida con un abrigo blanco de 530 euros que se agotó al instante. 365 días después de aquel momento, su pedida de mano, nada ha cambiado y todo se ha puesto del revés.
En un año, la otrora actriz ha consumado el paquete completo para principiantes reales. Para empezar, Markle ha dejado de ser Markle para convertirse en duquesa de Sussex y ha pasado por todas las fases de rigor: compromiso, boda, actos oficiales, visitas con la reina, tour internacional y, como colofón, embarazo. El (o la) que será séptimo en la línea de sucesión al trono que hoy ostenta Isabel II llegará la próxima primavera.
A sus 37 años, Markle y su frescura norteamericana han causado sensación con su irrupción en esta familia que encandila a los británicos, aficionados a mover sus banderitas en los actos de gran pompa y boato. Parece que su llegada ha abierto una brecha de realidad en las apolilladas alfombras del palacio de Buckingham, dando paso a nuevas historias y personajes, más pegados al mundo real.
En este primer año Markle ha encandilado al mundo porque, básicamente, parece una mujer normal (aunque no lo sea, ni por asomo: era la estrella de una afamada serie de televisión y entre sus mejores amigas están la tenista Serena Williams y la actriz Priyanka Chopra): venida de una familia normal, con padre separados y hermanastros con los que se habla solo a medias. Que por mucha duquesa en la que se haya convertido sigue cerrando la puerta de su propio coche (¡oh, el protocolo!) y que incluso llegó a su boda sola y no del brazo de su padre.
Ese gesto tuvo distintas lecturas: una marcada individualidad, un pequeño giro feminista, una cierta división de su familia de origen, un marcado apego por su madre, Doria Ragland, la única que la acompañó en la ceremonia, y una puesta en valor del príncipe Carlos, su suegro. Ella misma le pidió que fuera su acompañante en el último tramo del altar, ganando así puntos extra ante los británicos en una de las escasas decisiones personales que se le han conocido, además de su (muy copiada) ropa y de las causas que ha elegido: Para empezar, un proyecto de cocina comunitaria para el que ha lanzado un libro de recetas de mujeres de diversas culturas cuyos beneficios irán a parar a los afectados por el incendio de la Torre Grenfell de Londres en 2017. Una causa y un discurso nada al azar, de marcada intención y personalidad.
Lo bueno y lo malo de la llegada a las familias reales de mujeres de mundo, formadas e informadas, es esa doble faz en la que ahora se ve envuelta Meghan: están en el epicentro de la actividad y tienen el poder, si no de tomar decisiones, sí de hacer cosas. Sin embargo, su posición no les permite abrir la boca o dar un paso que no esté medidamente calculado por el palacio. Algo que han sufrido y sufren Mary de Dinamarca, Máxima de Holanda o la misma Letizia. Sin embargo, Markle tiene un salvoconducto: ni ella ni sus futuros hijos heredarán el trono. Y eso marca. De ahí que su ropa sí contenga mensajes más explicitos que los de otras miembros de la realeza o que sus discursos puedan ser más personales, como el de marcado carácter feminista que dio en octubre en Nueva Zelanda.
Tan personales que, a veces, asustan a quienes no están acostumbrados. Tras un año de loas por parte de la prensa, ahora Markle se enfrenta a dos crisis en pocas semanas. Por una parte, la supuesta renuncia de una de sus asistentes, que vendría por el carácter despótico de la flamante duquesa; por otro, las quejas de más personal de palacio por lo que creen que son altas exigencias, "muchísimas ideas" y una "gran energía" (madrugones, mensajes frecuentes, discursos escritos por ella misma) de Meghan. Nada raro para una mujer de hoy, pero en plena toma de contacto para ser una Windsor.
Una mudanza a una hora de Londres
El palacio de Kensington, residencia de Enrique y Meghan, ha anunciado que la pareja y su futuro hijo dejará de vivir allí, en pleno centro de Londres, pese a que hace pocos meses se empezó a acondicionar un apartamento para ellos (cuyas reformas han costado más de 1,5 millones de euros). Según anuncian, en 2019 se mudarán a Frogmore Cottage, una casa de 10 habitaciones dentro del recinto de Windsor, el mismo castillo en el que se casaron en mayo. Una zona con mucho espacio al aire libre, donde vivieron Eduardo VIII y Wallis Simpson y donde está enterrada la reina Victoria.
Por tanto, estarán a casi una hora de la ciudad. Los tabloides británicos han atribuido la mudanza a la necesidad de espacio y a una supuesta tensión entre Meghan y su cuñada, Kate Middleton.
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