Permitirse la duda para diseñar con precisión
Una exposición en Bruselas indaga en cómo la suma de partes y la opinión de los usuarios modifica y adapta la arquitectura
Hubo un tiempo, muy dilatado, en que los proyectistas mostraban los primeros croquis de un edificio para dejar claro lo poco que había cambiado el inmueble construido de la idea inicial que lo había generado. Les parecía que acertar desde el primer minuto daba cuenta de la rotundidad de la idea. Pocos se daban cuenta de que esa certeza inicial también revelaba lo poco que se atrevían a dudar a pesar de que en las obras maestras de la arquitectura las dudas, y los cambios, suelen acompañar a la rotundidad.
Hoy, la mayoría de arquitectos suscribiría que la cantidad y calidad de las visitas de obra pueden leerse en la obra final. Frente a la tendencia de las grandes empresas de la arquitectura, que tratan de definir y diseñar hasta el más mínimo detalle para prevenir y controlar el presupuesto y los plazos de la construcción de un edificio, los estudios pequeños se pueden permitir dudar, repensar y cuestionar incluso esa idea inicial.
Unir, mezclar, conocer, dialogar y contrastar para volver a pensar. Hace cinco años dos arquitectos con estudio en Barcelona, Xavi Bustos y Nicola Regusi, tuvieron una idea: conectar a las ciudades para contrastar la arquitectura real: los equipamientos públicos, los edificios que, sin ser icónicos, modifican realmente la cotidianidad de los ciudadanos.
Con esa intención, pusieron en marcha una iniciativa, el proyecto Cities Connection Project, que empezó cuestionando lo que sucedía en su ciudad, Barcelona: qué se construía, cómo y por qué, y ha terminado llevando esas mismas preguntas a otras ciudades europeas. La clave de esa iniciativa es el conocimiento de primera mano. El grupo de arquitectos que participa —viaja con sus propios medios a otra ciudad para explicar sus proyectos y para visitar los trabajos de sus colegas, y luego acoge a los arquitectos de la otra urbe para realizar el viaje inverso— es seleccionado por Bustos y Regusi con un criterio: la potencia del mensaje que su arquitectura logra transmitir. El objetivo es dialogar, encontrarse y desencontrarse en un viaje de ida y vuelta que la mayoría de arquitectos considera aleccionador.
Si bien el viaje y la visita arquitectónica han sido siempre una parte esencial en la formación de los arquitectos, estos viajes no son tanto peregrinaciones arquitectónicas para rendir culto a los grandes monumentos del mundo (modernos o clásicos) como viajes de indagación para tomar el pulso a la propia disciplina: qué se construye, cómo, qué se prioriza, dónde se puede ahorrar, que buscan los usuarios, qué triunfa en Europa y cómo hacer para rejuvenecer y poner al día el propio trabajo. Se trata más de aprender de quien está a la misma altura, de quien tiene problemas y preocupaciones similares; y no de los maestros, tantas veces inalcanzables, y tan ajenos a la realidad de la mayoría de los proyectistas.
La última de estas exposiciones, Import Wallonie-Bruxelles, Export Barcelona, que puede verse en la Escuela de Arquitectura de Bruselas hasta el 18 de noviembre, deja claro que donde los catalanes son brillantes, pero en general cautos y formales, los belgas son menos pulidos, pero más osados. Se diría que les importa más la vida que el arte. En los proyectos barceloneses la forma está, generalmente, más cuidada, seguramente es más rotunda, pero también resulta menos elástica.
¿Quién gana con esas decisiones? La arquitecta Audrey Contesse considera que la arquitectura belga irradia hoy humanismo. Y es cierto que un museo que prefiere unir edificios en lugar de demoler y partir de cero habla de una intención reparadora que dista mucho de la arrogancia que dejan ver iconos de difícil mantenimiento. Es el caso del MAD, un centro para moda y diseño que los arquitectos de V+ y el estudio Rotor levantaron en Bruselas recuperando y uniendo tres edificios existentes. O de la plaza que el estudio A practice limpió en el corazón de Molenbeek, uno de los distritos más conflictivos de la capital belga.
En Barcelona, la rehabilitación de La Seca, de Meritxell Inaraja i Genís habla ese mismo idioma de sumas y partes, pero la adición de partes —edificios— y materiales diversos resulta tan exquisita que parece hecha con guantes. ¿Se puede llevar la frescura a los trabajos más pulidos? ¿La imperfección es un precio a pagar para atender las demandas de los usuarios? Esas y más cuestiones se plantean cuando los arquitectos se ponen a hablar de lo que hacen y de lo que podrían hacer. Cuando las ciudades conectan desde lo que tienen en común: la construcción del espacio público.
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