_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Deseada

Omiten que esta violencia contra las mujeres es también cristiana y europea

Marta Sanz
Manifestantes italianos portando pancartas.
Manifestantes italianos portando pancartas.© GETTYIMAGES

La violación y asesinato de Desirée Mariottini me llevó a pensar que no es motivo de alegría que la realidad nos dé la razón tozudamente. Globalizada cultura de la violación. También evoqué ese imaginario cultural que, elevando a la categoría de divinidad, fetiche, exvoto, cosa, el cuerpo femenino, lo destruye. Desde la altura, la porcelana se tira contra el suelo, se rompe y se produce un efecto estético relacionado con la normalización de la crueldad contra las mujeres: paralizadas novias cadáver y muertas enamoradas, autómatas y Coppélias, bailarinas descuartizadas del giallo, snuff movie y pornografía, el petrarquismo bubónico denunciado por mi amigo Rafael Reig, la Clori de Góngora que se corta al quitarse un anillo y qué bello es el contraste del rojo sangre con el dedo nácar… A las diosas, que son de éter, no les duele el cuerpo. A las maniquíes movidas por un reloj interior tampoco. Las chicas que “se regalan” ya saben a lo que están expuestas. La estilización de la violencia contra las mujeres culmina en la metáfora del juguete roto y la mujer patchwork. Pero estamos hablando de carne y de la perturbada costumbre de que la carne de las mujeres está ahí para disfrutarla magreándola, fileteándola, reduciéndola a orificios. Nuestro hipotálamo está colonizado por estas voces y a algunas mujeres nos cuesta descubrir el propio placer sin rodearlo de máculas y deseos de ser secuestrada como prueba de un amor loco y verdadero. Espectacular. Un amor que nos coloca una argolla en la garganta y nos encadena a la pared. Nos rebelamos contra los imperativos de nuestro hipotálamo y bebemos orujo en fiestas dionisiacas sin merecer por ello que nos rasguen la vagina y nos corten la cabeza. Lo que le ha sucedido a Desirée no puede repetirse. En el sadismo extremo que se ejerce contra los cuerpos femeninos perdura la máxima arqueológica de que la mujer no tiene alma, no siente, no padece, no importa, pero también prevalecen nuevos rencores vinculados con la conquista de derechos. Pienso en todos los componentes horribles que envuelven la violación y asesinato de Desirée Mariottini: mantenerla viva a base de agua con azúcar, diez horas de tormentos y la decisión de dejarla morir.

Ya sabemos quiénes son los asesinos de Desirée Mariottini y otros monstruos se yerguen en nuestro horizonte imperfecto. Entre la docena de presuntos culpables, hay inmigrantes subsaharianos y, en ese punto, el odio a las mujeres se cruza con el deseo de limpieza étnica de Matteo Salvini o Democracia Nacional. Se aprovechan los insultos machistas en redes para justificar la necesidad de una ley mordaza y se utiliza la violencia contra las mujeres blancas para avalar la xenofobia. Manipulan el dolor para criminalizar a todos los inmigrantes. Arguyen que los extranjeros —pobres— no entienden nuestras normas de convivencia y en la voz de su hipotálamo no resuena Dario Argento, sino tantanes más sanguinarios a los que se une el rencor de clase y mucha envidia nacional. Maldad innata y salvajismo. Sin embargo, se borra malévolamente que el vendedor de pañuelos ghanés es un excelente muchacho, la mujer que prepara el cuscús cumple con sus obligaciones fiscales y el jardinero hondureño salvó al niño de morir en la piscina. Omiten que esta violencia contra las mujeres es también cristiana y europea. Así lo ponen de manifiesto los nebulosos asesinos de las niñas de Alcàsser. Ese padre tan religioso que mata a sus criaturas para vengarse de su mujer. Ana Orantes, quemada viva por su españolísimo marido a la puerta de casa.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_