Julio Iglesias: “Cuenta que he sido un luchador”
El cantante responde a cuestiones relacionadas con su actual estado anímico y físico desde el escenario a la corresponsal de EL PAÍS
¡He logrado la entrevista con Julio Iglesias! Bueno, no exactamente. Esta no es una entrevista al uso en la que la periodista se sienta frente al cantante e intenta sonsacarle un secreto o que se le escape alguna frase polémica. Julio es mucho Julio para eso. Pero también es lo suficientemente generoso para que nadie se vaya descontento de su recital.
La operación de seducción empezó un poco antes del concierto. Terry, la asistente personal del artista, se acercó a saludarme al gallinero, donde estaba sentada junto a mi acompañante, el pintor mexicano José Toledo. “Hay un par de sitios en la platea si os apetece”, nos ofreció. Aceptamos encantados. En el ascensor, mientras bajábamos, comentó que a Julio le había gustado el artículo en el que contaba mi sorpresa por el encargo de entrevistarle cuando yo me dedico más bien a los conflictos de la zona.
“Me ha pedido que te transmita que espera que vengas como corresponsal de amor, en vez de guerra”, dijo para mi sonrojo. “Confía en que no tengas que salir corriendo”, añadió mirando a mis zapatos planos, tal como había anunciado que me pondría. Pensé que contaba con un buen equipo de relaciones públicas. Hasta que me vi interpelada desde el escenario.
Julio hablaba de los problemas de espalda que hace tres años le apartaron de las tablas, cuando, como si quisiera indicarme que era el momento de sacar la libreta y empezar a tomar notas, lanzó: “Ángeles Espinosa, tú que viajas por países en guerra como Afganistán, Irak… cuando vuelvas a casa y escribas de mí, cuenta que era un joven que no sabía jugar [al fútbol] y aprendí, que no sabía cantar y aprendí, que siempre he luchado y lo he logrado, lo que he logrado con esfuerzo”.
Así que era cierto que me había leído. Y estaba contestando a una de las preguntas de la entrevista imaginaria con la que yo había fantaseado en el texto. Se me atrampaban los dedos en el teclado.
Un poco después, cuando cantaba Je n’ai pas changé, la versión francesa de No vengo, ni voy, volvió a por mí. “No, no he cambiado, Ángeles, sigo siendo español”. Para entonces, en la fila de atrás se preguntaban a quién se refería Julio y yo no sabía dónde meterme.
La siguiente vez que mencionó mi nombre, ya me había conquistado. Convertida en una admiradora más, bailaba y aplaudía como el resto. Así que al concluir el concierto, hice lo que siempre he leído que hacen los fans, me dirigí al camerino. Había una larga cola a la espera de un autógrafo o un selfi.
Entonces volvió a aparecer Terry y dijo que Julio quería verme a mí primero. En ese momento, supe que había perdido cualquier objetividad periodística. Aun así, mantuve el tipo y tras su cariñoso abrazo, tuve reflejos para preguntarle cómo lograba dar la impresión de que aquello no le costaba esfuerzo, de que lo disfrutaba.
Con una sinceridad enternecedora, se llevó la mano izquierda a la espalda y reconoció: “No creas, a veces me duele aquí”. Pero enseguida volvieron a brillarle los ojos mientras añadía: “No voy a morirme aún, tengo cuerda para rato”. Y recordó que Aznavour quería haber seguido cantando hasta los 100. A Julio, público no va a faltarle.
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