_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dimisionarios

Sin llegar a ser cotidianas, las renuncias han dejado de ser inéditas

Carmen Montón anuncia su dimisión como ministra de Sanidad.Vídeo: Jaime Villanueva (EL PAÍS) / EPV
Luz Sánchez-Mellado

Admitámoslo pronto: somos un país de necrófilos. Nos gusta un muerto, un entierro, un velorio. Mejor aún si es en vida y podemos verle la jeta al finado en el mismísimo trance de irse o que le envíen al otro barrio. Nos priva un deceso, sostengo, siempre que no sea el nuestro ni nos toque demasiado cerca. Y nos prenda, sospecho, porque nos horroriza y nos fascina al mismo tiempo constatar que aquí la palmamos todos pero que, por ahora, el muerto es otro. Por eso, por mucho que cantemos sus alabanzas o hundamos otro clavo en el féretro del difunto, nos encanta una dimisión, que no deja de ser una muerte civil de libro, sobre todo si es a la fuerza y la echan en directo por la tele. Tanto, que es de las pocas veces en que he visto embobadita a la parroquia con algo que no sea fútbol en los plasmas de los bares.

Sin llegar a ser cotidianas, las renuncias han dejado de ser inéditas y hemos visto dimitir de lo suyo a unos cuantos notables pillados en falta. Desde el Rey emérito hasta ministros y ediles de todo pelaje. Pues bien: visto uno, vistos todos. No hay nada que se parezca más a un dimisionario que otro dimisionario, o dimisionaria. Puede que no todos seamos iguales, como clamó la última en hacerse el harakiri inducido, pero, en el fatal momento del tránsito, desaparecen asesores, argumentarios y rímeles resistentes al agua y vemos al fiambre político en cueros vivos. La soberbia y la vergüenza. El estupor y el vértigo. El yo no sabía, el y tú más, el soy inocente pero me voy para no dañar a mi partido, el qué he hecho yo para merecer esto. El autobombo y la autocompasión a toneladas. Un estriptis total bajo el escudo armado del rostro que da entre repelús, placer culpable y penita verlo, como dicen que dan esos malos buenos ratos que se pasan con el cine porno o el de miedo. Después viene lo solos que se quedan los muertos. Estos pueden leer su propia necrológica. No es poco.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_