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MIRADOR
Columna
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Septiembre

El regreso a la rutina laboral y familiar, la vuelta al lugar de siempre, nos sitúa a todos de nuevo en la realidad

Julio Llamazares
Albert Rivera e Inés Arrimadas retiran lazos amarillos en la localidad barcelonesa de Alella.
Albert Rivera e Inés Arrimadas retiran lazos amarillos en la localidad barcelonesa de Alella. Alejandro García (EFE)

Septiembre, si viene bueno, es el mejor mes, decía y dice la gente (recordando que con agosto no se termina el verano), lo que corrobora la canción que cuenta: “Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso…”. Aunque hay otra que la contradice señalando la melancolía que invade este mes que supone el paso de la estación de las vacaciones a la de la normalidad.

Durante un par de meses, hemos vivido la ficción de que la vida se parecía más a la edad de oro de la infancia, cuando todo era apacible y divertido, silencioso y relajado, que a la de la rutina tensa y llena de preocupaciones en que consiste la verdadera vida para la mayoría de las personas. El largo paréntesis de las vacaciones nos ha hecho pensar a todos que verdaderamente es posible alcanzar en este mundo la antigua felicidad de los dioses o la de aquellos primeros hombres que conocieron el paraíso, donde todo les era dado por la naturaleza sin gran esfuerzo como en la tierra de Jauja o en el país de Cucaña de los cuentos medievales infantiles. Pero llega septiembre y el sueño se desvanece por más que el tiempo siga siendo veraniego y la estación se prolongue hasta prácticamente el final del mes. El regreso a la rutina laboral y familiar, la vuelta al lugar de siempre, el retorno de los niños al colegio y de los adolescentes y jóvenes al instituto o la universidad nos sitúa a todos de nuevo en la realidad, una realidad amarga por más que la edulcoremos con el recuerdo reciente de nuestras vacaciones y de ese viaje que realizamos durante ellas y que les contamos a nuestros conocidos.

Lo peor no es eso, no obstante. Lo peor es que con nuestro regreso a la cotidianeidad regresan también las peores aristas de esta, entre las que no son las menores la vuelta de la política en su peor expresión y la de todos esos agitadores que ocupan de nuevo sus puestos en las tertulias de las televisiones y radios, aventando los pocos restos de paz que quedaban en el ambiente y que la contaminación y el ruido vuelven también a ocupar de nuevo. Que septiembre es el mes de la vuelta a la realidad y no el de las maravillas que prometía la canción de Gelu es algo que sabemos todos, y más en un país que, tras el inesperado cambio de Gobierno del mes de junio y las elecciones en el partido desplazado del poder a causa de él, se dispone a encarar un otoño caliente y lleno de crispación azuzado por el conflicto nacionalista de Cataluña, que tiene en él el epicentro de sus celebraciones. Que Dios nos coja confesados.

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