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Defensora del Lector
Tribuna
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De viñetas y jíbaros

El humor aporta una mirada distinta a la realidad. Los indígenas Shuar y el antiguo ritual de la reducción de cabezas

“Acabo de leer una noticia que publicó este diario hace más de un año titulada Un museo holandés vende una cabeza jibarizada de un europeo. Sé que la rectificación es imposible luego de tanto tiempo, pero para futuras notas sobre el pueblo indígena al que llaman jíbaro quisiera aclarar que es un término mal utilizado. Su nombre correcto es ‘nacionalidad indígena Shuar’ y sigue siendo un pueblo que habita en la Amazonía ecuatoriana. El ritual de reducción de cabezas, aunque ya dejó de practicarse, tiene el nombre de Tzantza”. Así de rotunda se expresa una lectora, Carla Andrea Ledezma, en la carta que me remite desde Ecuador.

Es cierto que los periodistas procuramos subsanar los errores cuanto antes, pero el tiempo transcurrido no debe ser un obstáculo para rectificar un fallo. El diario estadounidense Los Angeles Times no dudó en corregir en 2015 un obituario publicado 101 años antes, como recoge en su resumen de fes de errores curiosas de ese año el periodista del Instituto Poynter Alexios Mantzarlis.

En el caso que apunta la señora Ledezma, sin embargo, y aunque agradezco su interesante carta, no veo necesidad de rectificación. Además de ser mucho más conocido que ‘nacionalidad indígena Shuar’, el término jíbaro, adjetivo que se usa también como sustantivo, figura en el diccionario de la RAE con nueve acepciones, la primera de las cuales es: “Dicho de una persona: De un pueblo amerindio de la vertiente oriental del Ecuador”.

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De mayor actualidad es el otro tema que me propongo abordar: las quejas a que han dado pie un par de viñetas. Una de ellas, firmada por El Roto, figuraba en las distintas ediciones de EL PAÍS del miércoles 13 de junio. En ella, dos hombres tocados con barretina sostienen un gran lazo amarillo, y uno de ellos explica: “Los lazos son para cazar a los que no los llevan”. La viñeta ha levantado cierta polvareda en algunos diarios de Cataluña, y ha provocado un tuit de condena por parte del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. Algunos lectores, como Miguel Oppenheimer, que firma su carta en Bruselas, me han escrito para dejar constancia de su disgusto: “No llevo ningún lazo amarillo pero la viñeta de El Roto (…) me ha parecido profundamente ofensiva”, dice.

La otra viñeta que ha provocado también una agria polémica la firma Flavita Banana, una reciente incorporación a EL PAÍS, y se publicó en el suplemento Ideas del pasado 3 de junio. En ella se mostraba a una pareja rodeada de niños y en el bocadillo se leía: “Y estos son nuestros hijos: tradición, patriarcado, pasado, iglesia, machismo y la pequeña monogamia. Por supuesto, de mayores podrán ser lo que quieran”. Algunos lectores, padres o hijas de familias numerosas, se han sentido aludidos y han interpretado que los términos, algunos claramente negativos, con los que se bautiza a los niños de la viñeta, no eran otra cosa que una alusión a la ideología que la autora identifica como propia de las familias numerosas. Es el caso de Enrique Abiega, suscriptor del diario, que escribe: “Llevo leyendo su periódico mucho tiempo. Comparto bastantes de sus ideas progresistas, y así intento educar a todos mis hijos. No sé qué tiene que ver tener más o menos hijos con machismo, monogamia, etcétera”. Otra lectora, Ana María Muñoz Sánchez, que dice haber crecido en una familia numerosa, me ha enviado un escrito para la autora de la viñeta en el que da rienda suelta a su indignación.

Las viñetas son espacios de humor que ofrecen otra lectura de la realidad y no pueden juzgarse con el criterio con que se lee un artículo de opinión. Veo, eso sí, diferencias entre ambos casos. Mientras la viñeta de Andrés Rábago El Roto es una sátira clara sobre los lazos amarillos, y como tal lo asume el autor con todas sus consecuencias —“¿Qué sería la sátira sin disconformes?”, me escribe—, en el caso del chiste de Flavita Banana, la propia autora se confiesa sorprendida por las reacciones. Su dibujo no pretende satirizar a las familias numerosas. Si recurre a una hipotética prole es para poder construir la metáfora de las muchas actitudes o instituciones que la autora espera que desaparezcan. La pareja y los niños del dibujo, por tanto, no representarían a nadie.

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