Populismo y socialdemocracia
Es necesario relanzar la socialdemocracia para consolidar los regímenes democráticos
En su primer discurso parlamentario, el jefe de Gobierno italiano, Giuseppe Conte, se arriesgó a proponer una definición autojustificativa: “Populismo es escuchar las necesidades de la gente”. Sin pretenderlo, reveló los dos componentes centrales del discurso populista. Primero, la identificación del destinatario, “la gente”, sinónimo del “pueblo”, término atractivo y confuso, verdadero emblema de todo populismo que se precie, por cuanto sugiere la atención a un sujeto colectivo, mayoritario, inequívocamente positivo, sin concretar límites ni contenidos. Hasta aquí, nada original.
Más relevante es la ambigüedad esencial que concierne a la función del gobernante populista, quien debe “escuchar”, no conocer, esas necesidades populares para definir su política. La acción de conocer obliga al análisis, al intento de determinar por el gobernante con rigor las necesidades que requieren ser atendidas, así como de las posibilidades de hacerlo. Lo contrario del discurso del líder populista, ocupado en ganar adhesiones, antes y ahora. Escuchar supone entonces buscar que los mensajes respondan a las aspiraciones sentidas como mayor fuerza, sean éstas razonables, utópicas o reaccionarias. Solo marketing. Pensemos en el exitoso populismo antiinmigración de Salvini en Italia, sin que cuente la deshumanización producto de la xenofobia.
En tiempos de malestar, la identikit populista consiste en formular ofertas atractivas para “la gente”, desbordando los objetivos realmente alcanzables. ¿Quién duda de la penuria en el Mezzogiorno? ¿o aquí de tantos pensionistas? La receta de Salvini y Di Maio atiende a todos: menos impuestos para ricos del norte, renta universal para pobres del sur, mejores pensiones. Resultado: victoria electoral. Iglesias sigue esa línea de desbordamiento de lo posible, con su exigencia de 20 medidas, muchas razonables, siempre sin cuantificar. Jauja. Votos mandan.
La implantación de tales populismos en “la izquierda” afecta a la viabilidad de una estrategia socialdemócrata, lastrada ya por la evolución de la economía mundial, con una concentración de poder bajo el signo de la globalización, que agrava al extremo la desigualdad. Las sociedades posindustriales quedan atrapadas en un individualismo del sálvese quien pueda, sin los antiguos asideros para trabajadores y clases populares. Y la revolución en las comunicaciones acentúa esa disgregación, reemplazando las ideologías por marketing y posverdades. La era Trump.
De ahí la necesidad de relanzar la socialdemocracia, para consolidar los regímenes democráticos, corregir desigualdades —incluida la de género—, enfrentarse al racismo y preservar la ciudadanía social, ateniéndose al principio de realidad en economía. Léase marco europeo. Horizontes limitados, pero siempre mejores que seguir a flautistas de Hamelin, sean izquierdistas o xenófobos.
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