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Tribuna
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Un prometedor futuro

Los jóvenes que no abandonen sus estudios vivirán un momento favorable a medio plazo

Torres metálicas para parques eólicos construidas en Asturias y almacenadas para su transporte en el puerto de Avilés.
Torres metálicas para parques eólicos construidas en Asturias y almacenadas para su transporte en el puerto de Avilés. JLCereijido (EFE)

Durante la crisis de 2008-2013, los españoles más jóvenes, en la misma medida en la que iban perdiendo el empleo, iban ganando en dedicación a los estudios.

Treinta años antes, en la larga crisis de 1976 a 1985, las dificultades de integración laboral que padecieron los jóvenes encaminaron a una parte de los que perdieron el empleo a continuar los estudios, sobre todo a las mujeres. El resultado fue positivo: lo que llegó como una privación se convirtió en la mejor alternativa a su alcance. El aumento de su nivel educativo les proporcionó una ventaja laboral considerable respecto a sus mayores.

En contra de la mayoría de los relatos de aquella crisis, fueron esos mayores los que sufrieron la mayor pérdida de sus empleos. Aquellas generaciones jóvenes —a quienes les vaticinaron los mayores desastres—, apoyadas en su mayor formación, incrementaron de forma extraordinaria la participación laboral femenina, y en gran parte gracias a ella, en 2007 España superó los 20 millones de ocupados, duplicando el empleo de 1985. Vienen ahora los augures a pronosticar otra vez las mismas desventuras a los que les ha tocado ser jóvenes durante esta crisis, a pesar de que ha sido cuatro años más corta —y mucho menos dura para los jóvenes— que la de entonces.

Durante los catorce años de crecimiento del empleo (1994-2007), los jóvenes se habían ido olvidando de que continuar los estudios fue lo que les facilitó la vida a aquellos de sus padres que lo hicieron. Y, a medida que se iba prolongando la bonanza, fueron abandonando su formación cada vez más pronto. Así, rompieron la trayectoria de tres décadas de constante aumento formativo. Y los varones, incluso retrocedieron, duplicando la proporción de los que se quedaban únicamente con la enseñanza primaria.

En la primera juventud (de 16 a 24 años), la dedicación a los estudios reglados es una ocupación productiva, porque tanto la formación profesional como la universitaria proporcionan un aumento de productividad potencial. Al aprender una profesión, los alumnos se “producen” a sí mismos, realizando una inversión en capital humano para convertirse, más adelante, en miembros más eficientes del sistema productivo. Asegurando así su futuro laboral individual y colaborando al mantenimiento del nivel de competencia de sus naciones. Por ello, durante la primera juventud, será incluso más productivo, a medio y largo plazo, el estudio que el trabajo descualificado. Aunque las razones que les lleven a muchos de ellos a continuar estudiando, sean las dificultades para mantener o encontrar el empleo.

La decisiva disminución del tamaño de las cohortes de jóvenes les ha dejado un sitio holgado en el sistema educativo público, en el que han podido optar más fácilmente por el estudio. Y, en un próximo futuro, también encontrarán puestos de trabajo liberados por las numerosas jubilaciones de generaciones anteriores.

Desde el primer curso de la crisis, a medida que el grupo de los que trabajaban y no estudiaban iba perdiendo el empleo, crecía el de los que estudiaban y no trabajaban, llegando a compensar casi completamente esas pérdidas de empleo. Lo extraordinario de esta evolución no es solo esa compensación final sino también su entidad. Entre los varones, cada uno de esos dos grupos suponía al principio el 40% del total, y actualmente los que solo trabajan no llegan al 20%, mientras que los que solo estudian superan el 60%. Es una transformación radical en una fase clave de sus biografías.

Si unimos a todos los jóvenes españoles de ambos sexos, el porcentaje (84,6%) de los que estudian y/o trabajan a día de hoy es casi igual al de los que tenían la misma edad diez años antes (85,9%), pero con un monumental aumento formativo que les será valioso, y casi imprescindible, en su futura trayectoria laboral.

Los que más han sufrido —durante la crisis y en los primeros años de la recuperación— son aquellos que dejaron prematuramente sus estudios creyendo que los empleos descualificados que conseguían entonces eran un éxito. Es muy probable que hoy hubiesen preferido que fuese su racionalidad y su previsión lo que les hubiera llevado a prolongar su formación, pero ha quedado claro que la bonanza les llevó a hacer lo contrario.

La incrementada dedicación al estudio de sus sucesores ha sido un gran acierto. El que en buena parte haya sido “forzado por las circunstancias” no le resta ni valor, ni eficiencia a su opción. Les asegura un futuro prometedor.

Luis Garrido es catedrático de Sociología en la UNED.

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