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MIRADOR
Columna
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Otegi y mi historia

El Estado Mayor de ETA se reunió y tras un debate democrático, se decidió no matarnos, cosa que agradezco todavía mas de medio siglo después

Jorge M. Reverte
Un trabajador municipal limpia una pintada sobre ETA, en Bilbao.
Un trabajador municipal limpia una pintada sobre ETA, en Bilbao.REUTERS

Se habla mucho, gracias a Hannah Arendt, de la banalidad del mal, pero yo creo que ahora toca hablar y pensar sobre la maldad de lo banal. Porque, de golpe, hemos convertido en banales unos comportamientos que son, o han sido, malvados. Y eso tiene su coste personal.

Se habla banalmente, por ejemplo, del relato, y parece que ese concepto relativamente complejo tiene que ver con cómo le dé a uno por contar su visión de la vida. El relato del fin de la violencia política en el País Vasco se vuelve malvado, se vuelve banal cuando empieza por unos seres inocentes que vivían dedicados a la caza y a cortar árboles con hacha hasta que llegaron otros seres que les trajeron la envidia y la corrupción acompañadas por algunas máquinas. Sería igualmente malvado si dijera que vivían en una república feliz.

El asunto es que este relato banal (y malvado) tiende a eliminar de un plumazo la responsabilidad de los actores, por ejemplo, de varios cientos de tiros en la nuca. Los valientes gudaris que mataron o mutilaron a niños tienen derecho a conservar su intimidad frente a los rencorosos familiares de cientos de personas asesinadas y algunos miles de heridos.

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Yo tengo una petición que hacer. Quiero también mi trozo de relato que no sea banal y malvado, que no haga que parezca una bobada el que alguien me quisiera pegar un tiro en la nuca en 1981. Nos lo iban a pegar a tres: a Mario Onaindia, a Fernando López Castillo y a mí, porque se suponía (ellos lo suponían) que Mario y Fernando iban a acordar que una parte de los etarras se incorporaran a la sociedad. Mi papel era el de enviado del ministro del Interior, Juan José Rosón, para mediar.

El estado mayor de ETA se reunió y tras un debate democrático, se decidió no matarnos, cosa que agradezco todavía más de medio siglo después.

Pero sigo sin saber cosas que me importan. Por ejemplo, no conozco qué votó Arnaldo Otegi, que formaba parte de ese tribunal, ese día.

Pelillos a la mar. Hay unos cuantos cientos de familiares o de víctimas no mortales de ETA que se van a quedar sin una explicación de las “razones” que tenían los verdugos para cometer la atrocidad patriótica que fuera.

El mío es un caso pequeño al lado de tanta salvajada sangrienta. Pero me sigue pareciendo que tengo derecho a saber qué votó Arnaldo Otegi ese día. Sin que se reconozca eso, el relato me parecerá banal, mentiroso y malvado.

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