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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Queda inaugurada otra Operación Salida (o Retorno)

El conductor es culpable; la administración queda exonerada de toda responsabilidad

Jesús Mota
Gregorio Serrano, director general de Tráfico
Gregorio Serrano, director general de TráficoALVARO GARCÍA

Pocos refugios públicos quedan hoy tan autocomplacientes y descansados como la Dirección General de Tráfico (DGT), gobernada con mano despistada en Sevilla, pero firme, por el popular Gregorio Serrano. Su gran competidor en virtudes balnearias, la Inspección de Paradores, despareció décadas atrás, tocada por el grácil esfuerzo de la hermana del caudillo, Pilar Franco. Durante el Gobierno de Rajoy, la DGT ha incorporado como propias dos funciones básicas de gran valor simbólico y, si se permite el atrevimiento, ideológico. La primera función, equivalente a la manía de inaugurar los colegios y hospitales aunque solo tengan acabada una dependencia, consiste en dar el banderazo a las prosopopéyicas operaciones salida y retorno propias de festejos varios (como la Semana Santa) o de las vacaciones. Son como el famoso ungüento amarillo: para todo valen y para nada sirven. La DGT anuncia enfáticamente que en tal o cual fecha se esperan tres o cuatro millones de desplazamientos por carretera y después se lava las manos ante los automovilistas en las palanganas ministeriales destinadas al efecto.

Una segunda función, relevante para la psicología social, es culpar del todo y en todo a los conductores de cuanto suceda en las carreteras, sean accidentes, muertes, atascos o autopistas bloqueadas por la nieve. Es el caso de la AP-6 en enero de este año; la culpa era de los automovilistas por salir al asfalto en un día de perros. ¿Acaso el Estado, junto con la concesión a la autopista, había subrogado también en ella la función de velar por el bienestar de los ciudadanos en condiciones de la más llana cotidianeidad? El reverso de esta imputación es que la Administración (estatal, autonómica o local) queda exonerada de cualquier responsabilidad. Si acaso, cuando se oyen débiles protestas de los conductores por la estrechez y mal estado de las vías, los ideólogos de la DGT recurren al doctor Pangloss: los atascos en las autovías son tan naturales como la lluvia, las retenciones obedecen a leyes inmutables inaccesibles para el hombre y el mal estado de las carreteras tiene un origen divino. Yahvé las creó así cuando separó la tierra de las aguas y no somos quienes para contrariar a Yahvé.

Conocidos los devastadores efectos de la velocidad, quedamos a la espera de un informe oficial que relacione el mugriento estado de los firmes con los accidentes de tráfico. La DGT nunca es responsable de nada. Coloca los mensajes en los paneles (el de este año es llamativo: “22 muertos en la Semana Santa de 2017. Conduce con responsabilidad”), y misión cumplida.

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¿Que quizá sería racional imponer la distribución de salidas en función del número de matrículas? Demasiado caro en término de votos. ¿Que el firme de las autovías está en peores condiciones hoy que una calzada romana? El asfaltado cuesta dinero y ya se sabe que “el dinero no crece en los árboles” (Cospedal dixit, como si no se hubiera practicado una política consciente de recortar impuestos). ¿Que hay que regular el tráfico que afluye a las autovías desde las carreteras secundarias? Quede la tarea para otra Administración. ¿Que el modelo de control de velocidad y prevención de accidentes del PSOE, de eficacia probada, está ya agotado? Bueno, es que estamos en minoría parlamentaria y mejor no mover nada. Y así sucesivamente. Era más vistosa la Inspección de Paradores.

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