Grietas
Las gotas de la lluvia se estrellan contra los cristales, convirtiéndose luego en hilos de agua que atraviesan de un extremo a otro la superficie de las ventanillas
Una cabeza humana pesa entre siete y ocho quilos. Si tuviéramos que llevarla todo el día debajo del brazo, como una sandía, acabaríamos agotados. Pero no: la llevamos en la parte superior del cuerpo, oscilando sobre un pedúnculo denominado cuello, muy expuesta por tanto al hostigamiento de la fuerza de la gravedad. El cuello se abre hacia el sur en un tronco ancho que contiene las extremidades superiores, cuyo peso total, incluidas las manos, viene a ser de unos diez quilos, a los que hay que añadir el de las costillas, los pulmones, el corazón y el conjunto del aparato digestivo. Toda esa arquitectura vertical se alza sobre dos piernas no muy gruesas rematadas en un par de pies pequeños. Resulta un milagro, en fin, que no nos caigamos todo el rato.
Por el pasillo del vagón camina ahora un hombre como de 1,80 de alto, muy delgado. Corrige las oscilaciones del tren con el juego de la cintura. A veces, para ayudarse a guardar el equilibrio, apoya las manos en el borde superior del respaldo de los asientos. Parece mentira que logre mantenerse en pie sobre una base tan escueta. Hay siglos de práctica en esos andares que resultan hasta armoniosos. Cuando me sobrepasa, yo mismo me levanto para probar las capacidades de mi organismo y atravieso tres o cuatro vagones en dirección a la cafetería del AVE, donde varios grupos de hombres y mujeres, cada uno con su vaso o su taza en la mano, conversan erguidos, aunque con las piernas un poco separadas para ampliar la base de sujeción al suelo. Viajamos a 280 quilómetros por hora. Las gotas de la lluvia se estrellan contra los cristales, convirtiéndose luego en hilos de agua que simulan grietas finísimas que atraviesan de un extremo a otro la superficie de las ventanillas.
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