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Tentaciones

¿Sobrevivirán las barberías pijas al estallido de la burbuja hipster?

Hablamos con barberos de la vieja escuela y propietarios que abrieron su negocio durante el 'boom' de las peluquerías modernas para saber si hay vida tras la moda de la barba larga

La primera vez que Rafael López cogió una navaja fue para afeitar a un cerdo. Ocurrió hace 54 años, en Martos (Jaén), y lo hizo porque así enseñaban a los jóvenes del pueblo a cortar el cabello a los humanos. “Por entonces se hacían muchas matanzas. Un día, mi maestro habló con personas que iban a apañar a un par de cerdos por la mañana, y me dijo: coge la navaja y a las 8 de la mañana vete que te van a colgar los cochinos después de sacrificarlos. Me pusieron una escalerita de tres peldaños, les eché agua muy calentita por encima del rabo y los dejé blanquitos, blanquitos”, recuerda.

Entonces las costumbres eran otras. Los hombres iban a cortarse la barba dos veces a la semana y en los pueblos no era extraño obsequiar a los peluqueros con regalos: “Siempre me llevaban a la peluquería un chorizo o una morcillita”. A los 19 años, López le dijo a sus padres que se iba a vivir a Barcelona, donde un amigo le esperaba con la posibilidad de un trabajo. Nunca ocurrió. Cuando su tren llegó a Madrid le dijeron que tenía que esperar cerca de nueve horas para coger el siguiente. No conocía la ciudad, pero la curiosidad fue más fuerte, así que subió la calle Atocha dirección a la Calle Mayor. Anduvo perdido hasta parar en una pequeña peluquería en Cuchilleros, 15: El Kinze.

“Oigan, ¿necesitan peluqueros?”, preguntó López con solo 250 pesetas que le había dado su padre en el bolsillo. En ese instante entró Pedro, un señor que vivía por el barrio y frecuentaba el local. “El que luego sería mi jefe me miró y le dijo al señor, siéntate ahí que te va a cortar el pelo este chaval, a ver si sabe o no sabe. El hombre, claro, se quedó asustado, repetía una y otra vez, a ver lo que me va a hacer este chico.” Finalmente salió bien y López siguió cortando el pelo a Pedro hasta que murió años después. “Y siempre me decía, el mejor corte de pelo fue la primera vez que me lo cortaste, desde entonces siempre me haces chapuzas”.

López hoy es uno de los dueños de la peluquería El Kinze. Su negocio ha pasado por numerosas etapas, y distintos altibajos provocados por varios motivos: la popularización de las maquinillas de afeitar de doble cuchilla y las desechables, los cambios de moda, las peluquerías unisex,… En este momento, el negocio vive un renacer. Se podría definir como una vuelta a los orígenes, cuando el cliente disfrutaba del trato personalizado y apreciaba el frío tacto del acero en su piel. Los hombres cuidan hoy más su aspecto físico que hace diez años y buscan la especialización.

Los clientes que acuden a su barbería son los de toda la vida. Familias completas que viven en el barrio y van juntos a cortarse el cabello como las que van a misa cada domingo. También, por la localización, llegan muchos extranjeros, a veces unos pocos y otras en grupos. “Se han abierto muchas peluquerías de hombres tratando de imitarnos, porque ninguna puede decir que lleva abierta desde el 2 de enero de 1900. Vino una época en la que las franquicias empezaron a hacer mucho daño, pero ellas tienen un problema y es que hay mucha gente que no conoce bien la profesión, porque son chavales que no están preparados al 100%”.

A ojo, vamos a dividir las diferentes etapas que ha vivido la peluquería utilizando la misma lógica que se usa para pasar del renacimiento al barroco. Primero fueron los barberos; después llegó la tecnología y con ella las maquinillas de afeitar desechables y las eléctricas. Entonces bajó la clientela y muchos negocios tuvieron que cerrar. A este periodo lo vamos a llamar el oscurantismo y se prolongó hasta que llegaron los años 80 y sus locos looks. Los hombres volvieron a las peluquerías para imitar los peinados imposibles de sus ídolos juveniles. Después, los 90 dieron paso al grunge y a todo un big bang de tribus urbanas en plena ebullición deseando dar rienda suelta a su creatividad peluda. Pero la barba quedaba siempre en un indigno segundo plano. Hasta que aparecieron, por el año 2012, los hipster.

A estos individuos se les identificaba, entre otras cosas, por el cuidado de su barba. Y si bien es cierto que estos sucedáneos de Kerouac con camisa de leñador, gorrito de lana finlandés y barba de archiduque de Austria duraron poco en el despiadado mundo de las modas, dejaron tras su marcha una estela de filosofía que aún perdura en los departamentos de marketing de nuestras marcas favoritas. La vida sana, el respeto por la naturaleza y cuidar nuestro aspecto físico son los nuevos mandamientos de la biblia del hombre moderno. Y las barberías juegan un papel fundamental en el desarrollo de este nuevo individuo, que no duda en gastarse 25 euros para tener una barba cuidada y bonita.

Hoy, andas por los barrios del centro de Madrid, y es difícil no darse cuenta de cómo han proliferado estos negocios. Hay tantas barberías que es inevitable preguntarse si llegará un día en el que la oferta supere con creces a la demanda. ¿Está próximo el día en el que la burbuja de las peluquerías de caballero explote? En Tentaciones hemos hablado con los propietarios de algunas barberías en el centro de Madrid, unas tan antiguas como El Kinze, con 118 años de historia y otras que no superan más de un mes de vida. Como la peluquería Carlos Conde, un negocio franquicia de uno de los locales más famosos de Pontevedra.

"El fenómeno hipster ayudó a afianzar a una nueva clientela dispuesta a invertir en su imagen, gente que llevaba barba toda la vida pero que la tenía sin arreglar. Por ejemplo, mi padre”

Carlos Ituiño es el dueño de esta peluquería situada en la calle de Valencia, 23, frente a la Casa Encendida. Tiene 55 años y para él su negocio es como su plan de pensiones. “Siempre me ha gustado Lavapiés y sobre todo con el crecimiento que está teniendo el barrio. Soy productor musical desde hace 30 años, he trabajado como presidente de Universal Music más de diez y cuando salí monté el musical Hoy no me puedo levantar con otros socios. Esto para mi es una ocupación paralela a la música en la cual sé que hay una rentabilidad recurrente y hago algo que me satisface como poner una barbería que están muy en auge”.

La barbería lleva abierta un mes e Ituiño asegura que los vecinos del barrio están encantados, entre otras cosas, porque “es la primera que se abre en el barrio y da buena imagen. Antes, cuando los hombres querían cortarse la barba iban a Embajadores, a las peluquerías unisex o a un low cost. Ahora la tienen debajo de casa”. Para este vasco la clave del éxito está en el servicio. Además de recortar la barba, este sábado, los clientes que fueron al local fueron obsequiados con una copita de vino. Además, Ituiño quiere traer grupos de música para sorprender a los viandantes con conciertos improvisados, una forma de marketing muy extendida en los pequeños locales, que se reutilizan para todo tipo de actividades.

El perfil de cliente que va al local es desde el niño de seis años hasta el jubilado de 65, aunque el grueso está en los jóvenes. La decoración de la barbería tiene un toque vintage más propio de la estética hipster. Los altos precios de la vivienda y los comercios en Malasaña y Chueca y los bajos sueldos obligaron a las nuevas generaciones a mudarse a Lavapiés y más al sur. Aunque la gentrificación está en pleno apogeo y los negocios crecen como setas, aún se puede disfrutar de una razonable vida de barrio sin tiendas de helados de plátano y mango a precio de oro líquido.

“Hoy en día, los hombres gastan más dinero en su cuidado personal facial. Aquí tenemos servicios de afeitado y corte de pelo, pero también la gente se compra un aceite para la barba, un champú para el pelo, etc”. Hay muchos caballeros que no quieren esperar en una peluquería unisex a que termine la señora de turno de hacerse las extensiones y busca un espacio o una experiencia donde esté rodeado de otros varones. “Los dos barberos que trabajan aquí asesoran al cliente con la imagen que él busca. Su misión es encontrar el mejor corte de pelo para la forma de la cara, el tipo de barba, etc”.

En abril se cumplen dos años desde que Fernando Sierra abriera La barbería de Madrid, en la calle 2 de Mayo. Antes trabajaba en la barbería de San Bernardo, una de las primeras en abrir, un par de años antes de que surgiera el boom de las barbas. “Siempre he pensado en hacer algo propio. Creo que es bueno que haya tanta competencia porque eso hace que se agudice el ingenio”, opina. Cree que el fenómeno hipster ayudó a afianzar a una nueva clientela dispuesta a invertir en su imagen: “Influenció hasta en la gente que llevaba barba toda la vida pero que la tenía sin arreglar, por ejemplo mi padre. Cuando van al barbero y observan cómo los jóvenes la llevan mejor se animan a arreglárselas”.

La barba de Sierra es simple pero elegante. Los extremos del bigote viajan por libre y parecen querer fusionarse con el pelo que sale del mentón, una pelusilla armónica no muy extensa cortada con precisión quirúrgica. “La gente me llama hipster y yo la verdad es que no soy uno de ellos, a mi lo que me gusta es lo clásico. No sabía nada del movimiento, pero creo que se ha encasillado con una determinada estética. Hasta mi padre me lo ha dicho, tócate los huevos que entonces yo soy hipster”. Lo cierto es que gracias a esta moda, y la localización de la barbería, en pleno corazón de Malasaña, su negocio ha funcionado desde el primer minuto y eso que tiene una peculiaridad. A diferencia de otras barberías esta solo tiene una silla ya que Sierra trabaja solo y atiende a los clientes de uno en uno.

“Tengo muchos proyectos. Aspiro a abrir varias barberías en Madrid con la misma filosofía”. Se refiere a locales íntimos donde el hombre, además de cortarse el cabello participa de la experiencia nada más cruzar la puerta. Todos los detalles se cuidan, el cliente cuando llega, si tiene que esperar, puede desde leer un libro hasta tocar la guitarra perfectamente afinada que deja Sierra sobre una de las sillas o tomarse una cerveza. “Me gusta que esté el ambiente tranquilo. No me gustan las barberías de siete personas”. Además, me encantaría abrir una escuela para enseñar a otros.

Cuando le preguntamos a Sierra sobre una posible burbuja de peluquerías masculinas, este adopta la clásica pose reflexiva y responde: “Justo en el punto en el que estoy no pasa nada. Creo que aquí no hay problema, y todas las barberías que conozco funcionan. Cada una por el motivo que sea, el precio, o porque está al lado y te pilla de paso, etc”. Teniendo la clientela asegurada, una de las decisiones que ha tomado ha sido la de subir el precio para, según él, ofrecer un mejor servicio. “Si no lo hago, no puedo llegar hasta donde quiero. Si utilizo para afeitar un after X, pero quiero utilizar otro más caro que considero que es mejor, si no cobro un poco más no puedo hacerlo. Ahora el precio es de 25 euros tanto por cortarse el pelo como la barba y 45 si lo haces junto”.

Muy cerca de La Barbería de Madrid se encuentra Malayerba, en la plaza del Dos de Mayo. Su nombre viene de la colección de novelas de Benito Pérez Galdós, Los episodios Nacionales. Según la información de su página web: “En el capítulo dedicado al levantamiento popular del 2 de Mayo de 1808, aparece la figura de un tabernero, el tío Malayerba”. En este local el concepto de servir al cliente cobra su máximo exponente. Esta peluquería para hombres no solo aspira a cortar el pelo, sino a ser algo parecido a un club de caballeros donde los varones pueden ir a relajarse con una cerveza en la mano mientras le despacha un peluquero que además es tu confidente: alcohol, terapia y peluquería todo en uno.

Roberto Martín es el encargado. Tiene 40 años y lleva cuatro trabajando en esta barbería. Acumula 20 años de experiencia en el oficio. “De alguna forma esto es un revival de lo que era la barbería, solo que ahora está más cuidado”. Echa la culpa de la decadencia del oficio a los propios barberos, por descuidar el trato hacia el cliente. Para él este fue uno de los principales motivos por el que los hombres acudieron a las peluquerías unisex, “muchos vieron que estos negocios eran más actuales y modernos e identificaron a las barberías de barrio como algo del pasado”.

“Lo de arreglar la barba es como el que dice "yo sé poner un clavo". Pero, claro, no puedes arreglar una instalación o una fuga de agua. Es un trabajo profesional”

Al llegar al mercado las maquinillas de afeitar de doble hoja y desechables los hombresdejaron de ir a las barberías. Este fue el primer golpe de una tormenta perfecta que obligó a cerrar muchos negocios. Durante este tiempo, que antes en el texto describíamos como etapa del oscurantismo, los propiosclientes fueron los encargados de su belleza en sus casas; popularizándose, mira tú que casualidad, la imagen del yuppie, aquel joven trajeado de éxito con el pelo engominado y la piel de la cara más lisa que el culito de un bebé.

Entonces, lo más era no tener pelo, y la barba de pocos días ofrecía un aspecto desaliñado, como de persona de poco éxito. El cine ha hecho mucho por alimentar esta visión pueril del pelo facial. Todos recordamos a actores como Kirk Kameron o Michael J. Fox, ese que siempre parecía tener 17 años o a los protagonistas de Loca academia de policía, la película de los años 80 que se hizo popular porque ninguno de sus protagonistas llevaba barba, excepto el sargento Hightower, que medía dos metros y lucía un bigote a lo Pancho Villa.

Antaño, la barba era un símbolo de prestigio. Los hombres la lucían con orgullo y satisfacción. Con el tiempo los barberos, asediados por esta corriente anti pelo en la cara fueron muriendo, llevándose el oficio a la tumba. Y esta pérdida irreparable de conocimientos tuvo terribles consecuencias para el negocio y para la estética masculina. Además, como suele ocurrir cada vez que surge una tribu urbana, con ella viene también su contrario. El reverso oscuro del yuppie fue el grunge, ese grito desesperado de los jóvenes de la generación X representado en bandas como Nirvana o Sonic Youth. Ya entonces todo daba igual, tener barba, no tenerla, dejarse el bigote,… cierta anarquía imperó en la estética. Los hombres con sus maquinillas de afeitar estaban borrachos de poder y los barberos, aquellos profesionales que en su día recibían regalos como morcillas o chorizos, cayeron en el olvido.

Entonces, en 2013, llegaron los hipster para poner orden en este caos. Duró tan poco este movimiento que los barberos aún dudan de su influencia real. “Yo en realidad no sé ni qué significa eso de hipster, lo que si que se ha visto claro es que ha habido un guiño a la estética de los años 40”, explica Martín. “Esta gente lo que trajo fue el pensamiento de que el aspecto físico hay que cuidarlo. Personas que antes no se dejaban la barba, ahora prueban y les gusta”.

No se trata de lucir mostacho y pelo en la cara cada vez que hay un evento o una ocasión especial. Lo que hicieron fue algo más necesario para el negocio, y que explica el crecimiento de tantas barberías y que muchos de los dueños de los locales vean como todavía algo muy lejano la explosión de la burbuja: la importancia de mantener un mínimo. Hemos visto lo bien que luce una barba cuidada, queremos eso, pero hay que conservarlo. No se trata de levantarse todos los días a las cinco de la mañana para arreglarse, sino de ser constante. Esta nueva filosofía es la que ha propiciado la apertura de todas las peluquerías para hombres que ves cada vez que paseas por el centro de Madrid.

“Hay que arreglar la barba al menos una vez al mes y tú no puedes hacerlo en casa. No es tan fácil. Es como el que dice, yo sé poner un clavo, pero claro, no puedes arreglar una instalación o una fuga de agua. Es un trabajo profesional”, asegura Martín. El cliente que acude a su barbería es de perfil joven. Las personas mayores van poco porque no se mueven del precio fijado en las peluquerías unisex o las de los barrios de toda la vida y ven exagerado cobrar tanto por un corte de pelo o un afeitado. “Pero tampoco han probado el trabajo. Esa gente al final tiene su sitio”.

En el momento de la entrevista Martín está despachando a un cliente. Cuando terminamos, este interrumpe porque quiere añadir algo a la entrevista: “Yo me he cortado el pelo durante toda mi vida en peluquerías de barrio y en las peluquerías unisex y nunca me han gustado. A mi me gusta la estética de los años 50, pero el hecho de venir a una barbería a tomarte una cerveza artesana y hablar con los barberos como si fueran tus amigos es una experiencia que no tienes en una peluquería estándar. Para mi es el momento del relax”. 

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