¡Huye!
Sabes que te anula, que puede robarte la vida. Quien te ama no te esclaviza
Es el más guapo y el más borde y el más chulo, o a ti te lo parece. Pero, no sé, te resulta irresistible. Te provoca, te pone, te descoloca: lo mismo te dan ganas de mandarlo a la mierda que de comerle el cuello si lo tienes cerca. Un día va y se fija en ti y no das crédito a tu suerte, o a tu condena. Al principio te haces la dura, la interesante, la inaccesible, no vaya a pensar que te tiene en el bote sin currárselo un poco, pero él se aplica, se engalla, pica debidamente piedra. Te persigue, te corteja, te conquista. Te enamoras hasta las trancas, o crees estarlo. Te enganchas a su olor, a su piel, a su voz, a su sexo, te vuelve tarumba, aceptas sus reglas. Entonces, estás perdida. Los tuyos no comprenden que no veas que te chulea. No le entienden. Tú, sí. Tú le conoces. Sabes que después de montarte la gresca porque has mirado, o te has reído o has hablado con otro, te llora, te suplica, te dice que sin ti no es nadie y que si le dejas se suicida. También sabes que se enfada si no le contestas al microsegundo, pero que, a la mínima, te castiga con horas, días, semanas de silencio hasta que te aburres, le echas de menos, se te olvida por qué empezó la bronca, te echas la culpa, te entran desesperadas ganas del hombre del que te enamoraste, le buscas, le encuentras y empieza de nuevo la rueda. Te prometiste no volver a caer, pero caes. Una vez y otra y otra. Sabes que no debes, conoces cada estación del calvario que te espera, pero no puedes hacer otra cosa. Intuyes que solo se quiere a sí mismo, que le interesas lo justo para cubrir sus carencias, que tiene infinita pena de su culo. Sabes que te anula, te roba la confianza, el amor propio, la alegría de estar viva. Sabes que puede robarte la vida. Siempre es así, no eres la primera ni la última ni la rara ni la única. No le vas a cambiar. Huye. Quien te ama no te esclaviza. Sal antes de oír la primera vez que eres patética, patosa, una puta inútil. Corre. Déjalo. Ya. Ahora.
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