_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los acuerdos están para cargárselos

Trump cultiva el fracaso en Oriente Próximo antes incluso de proponerse el éxito

Varios palestinos queman banderas de EE UU y fotos de Trump.Vídeo: MOHAMMED SABER (efe) | epv
Lluís Bassets

No es una demostración de fuerza, sino de debilidad. No expresa una política sino lo contrario, su ausencia. Nadie podrá sacar provecho de la medida, salvo quien la ha dictado, Donald Trump, en sus esfuerzos por cumplir sus descabelladas promesas electorales, entre las que destaca el reconocimiento de “Jerusalén como capital eterna del pueblo judío”.

Más información
Trump, el Balfour del siglo XXI
Trump siembra la discordia al reconocer Jerusalén como capital de Israel
Jerusalén, el escollo donde se estrellan los intentos de paz

Como superpotencia, Estados Unidos no saldrá reforzada, en nada contribuirá a la estabilidad internacional, ni tampoco sacará provecho o ventaja. Solo será bueno para Trump, que recibirá el reconocimiento de su electorado más extremista, especialmente los llamados evangelistas del sur, cristianos enamorados de los mitos bíblicos en los que se fundamenta la colonización judía de Palestina.

Washington acaba de perder los últimos títulos que pudieran quedarle como mediador honesto entre ambas partes, algo que rima con su pérdida de peso en la región y la creciente influencia de Rusia y China. Si alguien, como era el caso del yerno de Trump, Jared Kushner, pensaba en un plan de paz entre israelíes y palestinos, esta decisión levanta un obstáculo probablemente insalvable.

Todos los presidentes desde Bush padre han tenido su plan de paz y su correspondiente fracaso. Trump cultiva el fracaso antes de proponerse el éxito, a pesar de que se ha resguardado durante su primer año, probablemente a instancias de Kushner, encargado especial para las relaciones con Israel, con el encargo de obtener, a la vez, el reconocimiento de Jerusalén como capital israelí y la paz que hasta ahora nadie ha podido alcanzar.

No se sabe si a Kushner le quedan muchas horas de vuelo en la Casa Blanca o si está ya a tiro del fiscal Robert Mueller, que investiga las turbulentas relaciones entre los trumpistas y los servicios secretos de Putin; pero en las horas previas al anuncio sobre Jerusalén ha desvelado la existencia del mencionado plan de paz, del que ha contado, como única explicación, que se trata de alcanzar las condiciones previas a la victoria sobre el extremismo islámico y la contención de Irán en la región.

El temor al reconocimiento de Jerusalén como capital israelí se ha mezclado así con el temor a este plan cocinado en secreto, sobre todo por el tipo de cocineros saudíes e israelíes que acompañan a Kushner, que no son otros que sus amigos, uno de larga data, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y, otro reciente, el príncipe heredero y hombre fuerte de Riad, Mohamed bin Salmán. La primera novedad que se deduce respecto a los planes de paz anteriores desde Oslo es que Jerusalén no entra en la negociación y los palestinos no podrán instalar su capital en la parte oriental de la ciudad santa.

No se podía esperar nada distinto del trumpismo, obsesivo en su aversión por el orden internacional y por el multilateralismo y especialmente atraído por el imperio del caos, la disrupción teorizada incluso por asesores presidenciales como Steve Bannon, ausente ya de la Casa Blanca aunque no lo están en absoluto sus ideas. Los acuerdos, sean los de Oslo sobre el futuro de Oriente Próximo, sean sobre cambio climático o sobre la desnuclearización de Irán, están para cargárselos. 

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_