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MIRADOR
Columna
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Muertos

Los tiempos no son ahora favorables a los sindicatos auténticos. Las empresas negocian más a gusto con los trabajadores individuales, o a través de sindicatos amarillos

Jorge M. Reverte
Operarios trabajan en la construcción de una promoción de viviendas en Mangoria, Barcelona.
Operarios trabajan en la construcción de una promoción de viviendas en Mangoria, Barcelona.© ALBERT GARCÍA

El año pasado hubo en España casi quinientos accidentes de trabajo mortales. Son muchos. Es mucha gente. Para hacerse una idea aproximada de lo que eso significa, podríamos imaginar que las víctimas son casi la mitad de los muertos causados por los asesinos de ETA en cuarenta años, o más que los muertos sufridos por el Ejército español en la guerra de Ifni. Esa gente, ese verdadero ejército de muertos, está además escoltado por millares de mujeres y hombres severamente lesionados. Mutilados muchos de ellos y muchos de ellos condenados a no poder volver a trabajar o, lo que es lo mismo, a tener que arreglarse, ellos y sus familias, con unos ingresos muy mermados para hacer frente a la vida.

Esta sangría la soporta la sociedad española con el estoicismo propio de los que no aman a sus hijos. Los trabajadores, mujeres y hombres, mueren en el tajo y les lloran sus familiares, algunos amigos, y sanseacabó.

Luego, tras su muerte, viene el momento de hacer las cuentas, de modo que se fijan las indemnizaciones y las pensiones. Si la víctima, sus deudos, recurren al sindicato al que estuviera afiliado, la cosa irá mejor. Y si parece que en el accidente hay alguna responsabilidad de la empresa, el lío puede ser gordo, porque pueden aparecer responsabilidades penales. ¿Adivina alguien cuántos empresarios han acabado en la cárcel por ese tipo de responsabilidad? La respuesta es sencilla: ninguno. O sea, que todas las víctimas han acabado mal porque han sido imprudentes o torpes.

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Mientras, las malas lenguas hablan de un siniestro mercado de “muertos por delegados”, o sea, que algunos sindicatos de carácter amarillo, o algunos sindicalistas sin escrúpulos, cambian las posibles acciones penales contra la empresa o empresarios por puestos de liberados sindicales que tienen algunas pequeñas prebendas, al margen de las horas libres, las llamadas horas sindicales, de que disponen los delegados.

Hay que decir que ese tipo de trapicheos tan rentables suele ser acompañado por pagos de indemnizaciones generosas para las familias, que aceptan el dinero, siempre bienvenido, para no tener que perder el tiempo en litigios de incierto resultado. También hay que decir que los sindicatos de clase suelen caer en menos ocasiones en prácticas tan repugnantes.

Los tiempos no son ahora favorables a los sindicatos auténticos. Las empresas negocian más a gusto con los trabajadores individuales, o a través de sindicatos amarillos. Lo que pasa es que los muertos pueden ser muy rentables para alguna gente.

Ser afiliado a un sindicato de clase no está de moda. Y contar muertos es muy desagradable.

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