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Milagros Hernando: una gran embajadora de Bilbao

El metal de su personalidad era tan templado como exuberante su corazón

Milagros Hernando Echevarría, embajadora de España en Líbano, en una imagen de archivo.
Milagros Hernando Echevarría, embajadora de España en Líbano, en una imagen de archivo.EL PAÍS

No puedo desvincular mi recuerdo de Milagros Hernando, Mila, de aquellos años distantes de la juventud, en los que preparábamos juntos las oposiciones a la Carrera Diplomática. Aquella dura prueba, de las que curten para toda una vida, fue desde luego en el caso de Mila una etapa en la que mostró una tenacidad de acero, cualidad que definía por entero su sólida, recia personalidad vasca: del mismo Bilbao.

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Fuerte y luchadora, el metal de su personalidad era tan templado como exuberante su corazón. Siempre dispuesta, siempre amorosa, siempre cercana, era una mujer dotada de un precioso talento: su ilimitada capacidad de empatía con las personas, ya fueran amigos, conocidos o simples pasantes que en la vida salían a su encuentro. Hoy, quienes lloramos su pérdida, no podemos sino asombrarnos del extraordinario caudal de afecto que pudo atesorar en su vida, ahora dramáticamente detenida.

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Aquella opositora, contumaz e inteligente, fue luego una admirable servidora pública de las que nuestra querida España debe enorgullecerse con motivo. Directora General de Planificación y Evaluación de Políticas para el Desarrollo, en la Agencia Española de Cooperación Internacional, directora del Departamento de Política Internacional de Presidencia del Gobierno, embajadora de España en el Líbano, y estos últimos meses embajadora en misión especial para Asuntos del Mediterráneo, Mila ha sido una gran diplomática, inteligente, trabajadora, lúcida y honesta. Atenta, estudiosa permanente, sensible a su entorno, nunca perdió su nexo con la realidad, y jamás se dejó llevar por la vanidad inútil o la soberbia. Entendía su profesión muy bien: con entrega, intuición, talento y sencillez. Su huella en los puestos en los que sirvió fue intensa, como lo fue su compromiso sin cálculo con las tareas que el Ministerio de Asuntos Exteriores le encomendó, incluso hasta el final, cuando ya las fuerzas habían desertado su cuerpo, que no su espíritu. El cumplimiento del deber, la honradez, la defensa de lo que consideraba justo, Mila personificaba esas virtudes que puso en práctica hasta el postrero instante de su vida. A muchos les costará hacerse a la idea de su marcha, desde luego a sus antiguos jefes, como Ramón de Miguel, a quien tanto apreciaba, a sus compañeros de la Secretaría de Estado de la UE, de las embajadas de Praga y de Lima, de Moncloa, de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional, en fin, a tantos colegas extranjeros que la admiraban y querían.

Mujer de virtudes nobles, Mila lo fue hasta el final. La penosa travesía final de la vida a la muerte la recorrió con entereza y hasta con humor. Pródiga en los afectos, quiso en lo posible ahorrar a su adorada familia el dolor del infortunio que sufría, siempre ayudada hasta el último momento por su fidelísimo compañero. ¡De qué asombrarse al comprobar cuán querida era por los suyos!

Mila sabía vivir la vida. También eso sabía. En su Bilbao querido –¡ay cuántos chistes!– en su Medina de Pomar durante el verano, y en las calles y rincones de Madrid, escenario de vivencias entrañables, intensas y apasionadas como ella era. No olvidaré nunca aquellas vacaciones en el desierto subyugante de Libia, hace años, junto con otros queridos amigos, en las que su optimismo y su entusiasmo resplandecían más que el sol de aquel remoto lugar. Este era su imán con la gente.

El Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, su entrañable casa, tiene razón en llorar su partida, justo ahora en que la promoción a la que Mila pertenecía cumplíamos nuestro 30 aniversario en la profesión. Lúgubre aniversario, sí, pero orgullo en el adiós a la que ha sido una diplomática de primera, una compañera extraordinaria y una amiga sin igual. ¡Qué lo sepan en Bilbao!

Ángel Vázquez es cónsul General de España en Sao Paulo.

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