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El no ya lo tienes
Columna
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Cataluña hasta en la sopa

Nota: el título de esta columna es una hipérbole, una broma

Getty Images

Nota: el título de esta columna es una hipérbole, una broma.

Queridos conciudadanos.

Como manchego, lo primero que deseo es pediros disculpas. A lo tonto llevamos más de un lustro dándoos la tabarra con nuestras tribulaciones. Nos hemos puesto muy pesados, muy cansinos. Nuestras aspiraciones, ambiciones, veleidades siguen abriendo todos los telediarios, ocupando las portadas de los principales periódicos (y también de los de chichinabo). Estamos en boca de todos los tertulianos, hemos monopolizado las conversaciones en los bares: La mancha esto… los manchegos lo otro…

Pero tenéis que comprender que es un sentimiento muy fuerte el ser manchego, muy difícil de explicar con palabras. Yo cuando veo a mi prima bailar unas manchegas, con sus moños y su refajo, se me saltan las lágrimas (también me pasa cuando vendimio, pero en este caso creo que se debe al hecho de doblar el lomo). Es tanto lo que los manchegos hemos aportado: el queso de oveja, el pisto, el vocear, Bono (el bueno, no el cantante), el entornar los ojos para mirar a lontananza… (Y no es por nada pero hemos recibido poco).

Ser manchego es el recopetín, es una movida muy tocha. Por eso salimos en hordas a la calle envueltos en banderas de la Comunidad de Castilla-La Mancha y cantamos y reímos y nos abrazamos y hacemos la conga y el cucutrás...

¿Queréis saber lo que se siente al ser manchego? Pues pensad en lo que experimentaríais en un cambio de rasante superconvexo yendo a trescientos kilómetros por hora y, aun así, no os acercáis ni un poco.

Por todo esto y por muchas más cosas (la mayoría abstractas, como habéis podido comprobar) anhelamos caminar solos.

No podéis retenernos por la fuerza, somos libres como las águilas.

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