Payasos, caserones y demonios: ¿qué nos aterroriza de verdad?
El éxito arrasador de 'It' añade a los payasos a nuestra lista de terrores favoritos. ¿Pero cuáles son el resto y qué dicen de nosotros?
It (Andy Muschietti, 2017), la adaptación a la gran pantalla de la novela de Stephen King, se ha convertido este fin de semana en el mejor estreno de la historia de Estados Unidos para una película de terror tras recaudar 102,4 millones de euros.
De poco han servido las quejas de las asociaciones de payasos que, ya desde el estreno del tráiler de la película el pasado abril, protestaron porque una película como esta podía perjudicar su negocio.
Los payasos dan miedo a la gente. Puede que la culpa sea de Stephen King por publicar su novela It en 1986, de Tommy Lee Wallace por llevarla a la pequeña pantalla en 1990 o, mucho más probablemente, del asesino en serie John Wayne Gacy por alternar su participación en fiestas infantiles con su papel del payaso Pogo con el asesinato y violación de 33 adolescentes y veinteañeros en la década de los setenta.
La psiquiatra Rami Nader, que estudió la coulrofobia (miedo irracional a los payasos), concluyó que estos nos dan miedo por algo muy sencillo: porque llevan un maquillaje y unos disfraces que ocultan su verdadera identidad, sentimientos e intenciones. En otras palabras: formalmente un payaso no es algo muy diferente de un Michael Myers o un Jason Woorhes. O sea, a las criaturas más célebres de la historia del cine de terror estadounidense.
Eso sí: echando un vistazo a las películas de terror más taquilleras en el mundo parece que un rostro hierático y lavado nos puede dar tanto miedo como el de un payaso. Hannibal (Ridley Scott, 2001), la segunda parte de El silencio de los corderos, recaudó 293 millones de euros, según los datos de Box Office Mojo. Unido a que su original no solo fue también un éxito de taquilla (227 millones de euros) sino que se arrasó en la gala de los Oscar de 1991 llevándose a casa las cinco estatuillas más importantes (mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actriz y mejor guión adaptado), queda claro que el canibalismo, uno de los grandes tabúes culturales de occidente, una de las prácticas más inmorales que podamos imaginar desde este espacio y tiempo, es otra de las cuestiones que más aterrorizan al espectador.
Hay otra película que, en su momento, cargó las tintas con todos los demás tabúes a los que el espectador ingenuo de los setenta podía enfrentarse y provocó ataques de ansiedad en los cines. En El exorcista (William Friedkin, 1973) una niña de 13 años hacía todo lo que prohíben en una escuela de señoritas y no solo se lo hacía a sí misma, sino a su propia madre o a los curas que intentaban ayudarla. Los 237 millones recaudados en taquilla la convierten en la película sobrenatural más exitosa de la historia y demostraron que la posesión satánica nos provoca tanto miedo como mórbida atracción, a raíz del subgénero (véase La profecía, Satan mon amour o El corazón del ángel) que surgió a rebufo de su éxito.
Y no muy lejos de la posesión de las personas anda la posesión de los inmuebles. El subgénero de casas encantadas es tal vez el más icónico y representativo de todo el género y el que tiene los lugares comunes que más gustan a sus seguidores. No son necesarios muchos estudios de psicología para explicar por qué nos aterra la posibilidad de que nuestro hogar, el lugar que sentimos más nuestro y más seguro, sea reclamado por unas fuerzas que no comprendemos. Pero sí es curioso señalar a los estudios de sociología: las películas de casas encantadas tienen mucho más éxito en épocas de recesión económica, cuando las fuerzas que pueden reclamar nuestras casas tienen nombre y depósitos de seguridad: los bancos. Expediente Warren (James Wan, 2013) es la cuarta película de terror más taquillera de la historia, pero en la lista encontramos otros ejemplos como Paranormal activity (que mezcló la casa encantada con la paranoia multicámara tras el nacimiento de las redes sociales) o Terror en Amityville.
Y el top 5 de películas de terror que han aterrado al mundo se cierra con El proyecto de la bruja de Blair, que recaudó 98 millones de euros con un presupuesto de únicamente 60.000. Su interés que va mucho más allá de su trama (las brujas no son unos personajes que nos den mucho miedo en pleno siglo XXI) y tiene que ver más bien con su inteligentísima estrategia de promoción: mucha gente creyó que todo aquello era verdad. El género del found footage (una variante del falso documental) se adelantó aquí dos años a la caída de las Torres Gemelas y a la década en la que los móviles y las cámaras de vigilancia grabaron todos los horrores imaginables. Curiosamente, ellos mismos se quejaron de que tras los atentados del 11-S resultó muy difícil que ninguna productora financiase una película de terror. Parece que 16 años después de aquello, y en un mundo que aún no se ha recuperado, nos apetece volver a pasar miedo en un cine.
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