Aung San Suu Kyi, “irresponsable”
La Nobel de la Paz birmana se ha convertido en fiel aliada de los dictadores y es ahora parte del problema de derechos humanos en Myanmar
¿Cómo se puede tener una imagen de defensora de los Derechos Humanos, luchar durante más de 12 años frente a una de las dictaduras más rancias del planeta -la que domina y dirige con una mano de hierro (y de sangre) a Birmania-, suscitar la solidaridad universal, conseguir por fin el Premio Nobel de la Paz (1991), y convertirse, dos décadas después, en una fiel aliada de los mismos dictadores, sin que nada haya cambiado en el país, y, para colmo, hacerse cómplice de un (pequeño) genocidio contra la minoría étnica de los Rohinga, por ser musulmanes?
Se plantea esta cuestión a la señora Aung San Suu Kyi, musa de los Derechos Humanos en su país, ahora abogada de la masacre y de la expulsión masiva de los birmanos que pertenecen a esta minoría. Son casi 200.000 personas en huida hacia Bangladesh y otros destinos, nuevos refugiados que se suman a los que existen por doquier: la portavoz del HCR apunta que “la mayoría de los refugiados se esconden en la jungla con sus niños, tienen hambre, son débiles y enfermos”. Pero la presidenta no ha encontrado otra respuesta que atacar a los periodistas por sus "informaciones falsas", retomando irónicamente la propaganda utilizada antaño contra ella por los mismos militares.
En 2016, merced a la presión internacional y a la movilización de la población birmana, los militares tuvieron que abrir el poder (casi más cerrado que el de Corea del Norte), y permitir elecciones bajo la prerrogativa que impusieron desde el principio de nombrar al 40% de los diputados. Nuestra Premio Nobel consintió ese pacto, y, sin embargo, ganó las elecciones. Se la nombra consejera de Estado, ministra de Exterior y presidenta de la República. Así se inaugura un período de “transición”, en el que la única estrategia llevada a cabo por Aung San Suu Kyi fue, y sigue siendo, esperar que los militares dejen por fin el poder.
Cuando empezaron las persecuciones sangrientas contra los Rohingya, no dijo nada. Los diplomáticos en Rangún explicaron que se podía entender el silencio, pues el proceso de “transición” hacia la democracia era difícil y que cada palabra negativa de la Premio Nobel podía hacer volar el acuerdo. Razón de Estado. Bien. O mal. Todo depende de dónde se sitúe la relación entre ética y poder. Pero, desde hace ya un año, nuestra presidenta-consejera-ministra-premio Nobel, ha pasado lo tolerable: justificó la destrucción de esta comunidad bajo el pretexto de que la misma apoyaba la guerrilla Rohinga que actúa en el norte del país y que los militares no llegan a vencer. La verdad es mucho más simple: esta mujer, como lo dice claramente Human Rights Watch, pasa a formar parte, en adelante, del problema de los Derechos Humanos violados en este país, y el Alto Comisario de los derechos humanos de la ONU, Zeid Ra’ad Al-Hussein, apunta: ella es “altamente irresponsable” por aceptar esta situación. Lástima que no se pueda retirar el Premio Nobel.
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