Cataluña
Se trata de introducir el respeto en la conversación
Cuando alguien dice que se va es que ya se ha ido. Una frase que se atribuye a Julio Cortázar y que se puede aplicar a todos esos catalanes que ya han desconectado de España hace tiempo, y que ocurra lo que ocurra no volverán a ser españoles independientemente de lo que diga su DNI. Así que ya no tiene sentido discutir una vez tras otra si la culpa de ello la tienen los que alentaron en sus conciencias la hispanofobia desde pequeños o los que desde España promovieron el boicoteo a los productos catalanes y a Piqué, quienes con intención acuñaron la supremacista frase de Espanya ens roba (España nos roba) o quienes con igual objetivo acusan a los catalanes de insolidarios y egoístas como si todo se resumiera en un asunto económico. Pero, dado que muchos catalanes, la mitad más o menos, como los otros, no comparten su sentimiento de independencia, habrá que ver qué se hace para que unos y otros tengan iguales derechos y los puedan disfrutar con libertad. Decir esto es algo tan de Perogrullo que casi uno se avergüenza de tener que hacerlo.
Me temo, sin embargo, que tal como están las cosas y al punto al que se ha llegado cualquier mensaje de conciliación no sólo caerá en saco roto sino que despertará entre los más ariscos de ambas opiniones respuestas agrias y hasta insultantes contra lo que considerarán equidistancia o, peor, ambigüedad, lo cual no es cierto, al contrario: se trata de introducir el respeto en la conversación, puesto que sin respeto no se puede hablar y mucho menos convivir. Y se pongan como se pongan los catalanes de un signo y otro tendrán que convivir pase lo que pase, entre ellos y con los españoles, salvo que quieran convertirse en otra Venezuela, cosa que no les deseo ni me imagino.
En el momento actual nadie sabe qué pasará en Cataluña ni como rodarán las cosas a partir del 1 de octubre, fecha de un referéndum anticonstitucional pero que la mayoría de los catalanes reclama cada vez con más insistencia (no son los únicos, dicho sea de paso). En una democracia la aplicación de la ley es un principio sine qua non, pero las leyes se pueden cambiar, puesto que están al servicio de los ciudadanos y no al revés. En su preámbulo a La guerra civil española, el británico Antony Beevor afirma que los principales problemas a los que el Gobierno de la Segunda República se enfrentó eran la reforma agraria, las relaciones con el Ejército y con la Iglesia y el separatismo catalán y vasco. No puede ser que un siglo después sigamos en el mismo sitio.
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