Miedo
El terror viene provocado por lo que intuimos y presentimos, más que por lo que vemos y oímos
Miedo es lo que anda ahí pero no vemos, por eso son fallidas películas como Verónica de Paco Plaza o Regresión de Alejandro Amenabar. Porque enseñan –porque exhiben- lo que sólo debería ser sugerido. Sale el monstruo la primera vez y asusta. Sale la segunda y te invade un incómodo runrrún. Sale la tercera y te quieres ir. Hay que ser Spielberg para sacar el tiburón tres, cinco, siete veces, y que el Mal siga siendo el Mal. O ser Tod Browning para reírte en tu tumba 86 años después de muerto pensando que tus fabricaciones –Drácula o las criaturas de Parada de monstruos- siguen erizando vellos. El Mal en estado puro se arrastraba fuera de la tienda de campaña en El proyecto de la Bruja de Blair. Y no se le veía pero estar, estaba. Hay que ser el Narciso Ibáñez Serrador de algunas Historias para no dormir para reeditar el pavor con aquellas producciones sixties de andar por casa.
Miedo es lo que intuimos, lo que suponemos y lo que presentimos porque –cuando lo vemos- ya no queda tiempo para el miedo. Tenemos miedo porque somos La Gente. Por eso tememos la abstracción de que un día nos toque ser víctimas de un ataque terrorista. Cuando nos toque, si nos toca, pido a mis dioses que no, constataremos que no hay tiempo para temblar y temer, y sí para gritar y correr.
Miedo es atmósfera. Por eso la buena literatura de terror, Poe, Lovecraft y por ahí, acojona sin piedad. En tres líneas te has subido la sábana hasta la nariz. Es lo que yo hacía, por cierto, cuando hace mucho, demasiado, escuchaba por las noches en la Ser al gran Antonio José Alés en su programa Medianoche. Sabía que aquellas psicofonías en aquellas casas abandonadas no podían ser verdad, pero nunca jamás me creí algo tanto. Eran las 12 de la noche y cualquier crujido parecía el advenimiento de Belcebú, aunque solo era la mamá despidiéndose de la casa hasta el día siguiente.
Miedo no es cuando veamos al jefe y nos pegue un broncón en vivo y en directo, miedo es pensar en el jefe cuando te quedan dos días de toalla. Miedo no es sentarte ante el teclado y contar cosas, sino pensar en si de verdad serás capaz de seguir contando cosas.
Miedo no es lo que se ve, sino lo que anda ahí.
Por cierto, ¿quién anda ahí?
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