Drew Barrymore y Jessica Simpson con pelos y señales
Ya hemos visto sin rímel y con ojeras de lémur a unas cuantas beldades nacionales y extranjeras y no ha temblado su verdadero misterio
Lo sabe cualquiera que se haya teñido y/o depilado alguna vez en su vida. O sea, nueve y media de cada diez mujeres y un ejército creciente de hombres en el globo. El pelo crece y el vello, ni te cuento. Tú te tintas y te rasuras o te desuellas todo lo regularmente que te da la gana, la vida y el presupuesto para parecer rubia o morena o castaña pero, sobre todo, imberbe de toda la vida, pero, a la que te descuidas, un día, así, de repente, te llega la raíz al cuello y te brotan pelos como brocas de sacacorchos de todos los poros del cuerpo. Es el momento de reteñirte y pasarte de nuevo la segadora, o parecer la mujer o el hombre que somos y no el que hemos decidido aparentar de piel para fuera. Pues bien, algo así, paren rotativas, le ha pasado a las actrices Drew Barrymore y Jessica Simpson. Que les ha salido de un día para otro una raíz de baobab y que se han descuidado con la depiladora y tienen rodales de matojos, solo que ellas han subido sendas pruebas gráficas de tales desastres a sus respectivos Instagram, comentándolos en tono jocoso, y se ha levantado una ola global de solidaridad con esas pobres celebridades pilosas.
Que si qué valientes. Que si qué naturales. Que si qué auténticas. Que si olé sus ovarios. Y digo yo que, sí, que vale, pero que tampoco es para tanto. La moda de fotografiarse sin maquillar para reivindicar la belleza natural frente al imperio del Photoshop ya tiene sus años, y ya hemos visto sin rímel y con ojeras de lémur a unas cuantas beldades nacionales y extranjeras y no ha temblado su verdadero misterio. Al final, la auténtica belleza está en los huesos y en la simetría y en el carisma y todo lo demás son afeites y la dictadura del retoque digital de los medios. Así que, bien por Drew y por Jessica, pero a lo mejor deberíamos empezar a pensar que, en el éxito de esa tiranía, algo de culpa tenemos nosotras y nosotros que compramos lo que sospechamos que es mentira como dogma verdadero. Y lo dice alguien que le pasa el filtro más piadoso hasta a la foto del carné de conducir sobornando a quien haga falta. Sí, ¿qué pasa? Diez años de vigencia son demasiados para estar enseñando una mala foto de un mal día a cualquier desconocido que te pida los papeles.
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