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Porque lo digo yo
Columna
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Admiradores

Creo que hay un error de percepción de las celebridades, por estar basado en su impresión personal más que en datos objetivos

El actor Jake Gyllenhaal, en el pasado festival de Cannes.
El actor Jake Gyllenhaal, en el pasado festival de Cannes.cordon press
Íñigo Domínguez

El otro día pasó algo insólito: un famoso de Hollywood abordó a un desconocido de Huesca para hacerse una foto con él, y no al revés. Era el actor Jake Gyllenhaal, que pasaba con su coche por un pueblo oscense, adelantó a un tractor y le paró. Había visto la camiseta de baloncesto del conductor, de los Golden State Warriors, y quiso hacerse un selfie. Probablemente en plan “hasta los nativos de este exótico lugar lo conocen”, como si ves a un masái con la camiseta del Real Madrid. Pero ese es otro tema, a lo que iba es a lo alarmante de esta conducta, puede ser terrible que cunda el ejemplo. Si es este actor, ni tan mal, pero imaginen que les asalta Belén Esteban. Creo que hay un error de percepción de las celebridades, por estar basado en su impresión personal más que en datos objetivos. Muchos se verán acosados por fans, curiosos y tocapelotas en general, y no saben cuánto lo siento y qué poco lo comprendo. Debe de ser un latazo, no puedes ni salir a por el pan. Pero eso no tiene que hacer pensar que la humanidad está pendiente de ellos. Si hacemos al revés, y repito que sería temible para la gente común, se llevarían muchas sorpresas. A lo mejor estaría bien, no solo para regular adecuadamente su ego, sino sobre todo para que queden en paz con el género humano: no todos somos unos mentecatos. Podrían probar a hacer como Jake Gyllenhaal, y parar de repente a alguien por la calle para hacerse una foto. A ver qué pasa. No hay narices. Quizá Terelu se vería decir: “Pero déjeme en paz, señora”. O Matamoros: “No le voy a dar nada, no me interesa”. Otros saldrían corriendo o llamarían a la policía. No magnifiquemos esto de los admiradores.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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