Regionalización fallida
Marruecos desaprovechó la oportunidad de dar a Alhucemas una mayor autonomía
Podría parecer el peor momento para recomendar la eficacia de un sistema político como el autonómico de España, pero los acontecimientos desde hace ya 10 meses en Alhucemas demuestran el error de no haberse inspirado en nuestro modelo durante el proceso de regionalización “avanzada” de Marruecos entre 2010 y 2014. Ciertamente, ni el Rif es Cataluña, ni el desencuentro entre la Generalitat y el Gobierno español, aparte de sus riesgos —entre los que no olvido lo ocurrido el 17-A, que estoy convencido de que conocían y querían explotar quienes decidieron los atentados—, vale para un balance de lo que las autonomías han aportado y aportan a la buena gobernanza en España.
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El gran reto de aquel proceso era dar contenido al término “avanzada” hasta hacerlo coincidir o no con una verdadera autonomía que hiciera sentirse dueños de sus destinos a los habitantes del país y de ese Sáhara Occidental que la comunidad internacional no reconoce como parte de Marruecos y que se mantiene bajo su férula.
La necesidad de dicha regionalización avanzada venía marcada porque Marruecos es un país plural. Lo es en el plano lingüístico, cultural, étnico, pero también político. Su historia ha sido la búsqueda permanente de un equilibrio entre regiones y tribus a base de pactos o violencia. La autoridad central, el Majzén, alternaba estos métodos para lograr un control sobre los territorios que integraban unos dominios cambiantes en el tiempo.
La colonización rompió esos equilibrios descomponiendo el país en zonas que obligaron a nuevas pleitesías hacia cada nación protectora, debilitando los lazos que ligaban a algunas regiones con la autoridad central precolonial, el sultán.
El Rif fue la región paradigmática en su difícil sometimiento a un orden centralizado. Su disidencia venía de antiguo. Esa región, lingüísticamente diferenciada, cayó del lado español en el reparto colonial y resultó ser de las más difíciles en someterse. Aunque su resistencia vino marcada como reacción a la violencia con que el militarismo hispano quiso abordar el control del territorio.
El Rif fue la zona paradigmática en su difícil encaje en el sometimiento a un orden centralizado
La independencia reavivó la disidencia rifeña obligando al Majzén al uso de la violencia para imponer el nuevo orden. La rebelión de 1958, incubada años atrás por instigación del viejo caudillo Abdelkrim, pretendió liberar a Marruecos de los franceses primero y, después de 1956, del acaparamiento del poder por el partido del Istiqlal. La represión de Rabat fue durísima e inicio de un desencuentro feroz con Hassan, cabeza visible del aplastamiento a sangre y fuego. Nunca se quiso ahondar en el papel del caudillo rifeño en aquel episodio, aunque su figura pervivió y pervive en el imaginario colectivo de los rifeños hasta hoy. Su efigie, así como la bandera de su república, se esgrimen en cuantas manifestaciones reclaman un Rif con más libertad y derechos.
La ley de la regionalización aprobada en 2014 tuvo la oportunidad de reconocer el Rif como región. Y sin embargo optó por separar las dos provincias que lo constituyen, Alhucemas y Nador, en dos regiones distintas, para evitar solidaridades consideradas perniciosas en un país que prohíbe por ley orgánica la constitución de partidos de base “religiosa, lingüística, étnica o regional”. Nador siguió vinculada a la región vecina de Argelia, mientras Alhucemas acabó ligada a Tánger y a Tetuán como pariente pobre de una región hoy mimada pero de la que no obtiene beneficio alguno, dejada de la mano de la explotación del cannabis y de su inconmensurable emigración en Europa que mantiene con sus remesas a una población acuciada por el paro y el aislamiento.
La autonomía no ha sido la reclamación que más se ha oído en las protestas de estos meses en Alhucemas. Es ante todo la dignidad, herida tantas veces en el pasado, como cuando tras los disturbios de 1984 Hassan II acusó a la población rifeña de awbach (chusma). Pero sobre todo tras la violenta muerte de Mouhcine Fikri en octubre pasado, reavivando el sentimiento de desatención en que esta región ha vivido desde décadas. Tras meses de ignorar el clima de protesta popular, Rabat, una vez más, recurrió a la violencia, incapaz de ofrecer salidas, deteniendo y procesando al líder de la revuelta, Nasser Zefzafi y a centenares de manifestantes, acusados de fitna (disidencia religiosa), separatismo y desmembramiento de un país cuya integridad se ha sacralizado. El actual episodio no es sino la viva demostración de una regionalización fallida.
Bernabé López García es catedrático honorario de Historia del Islam contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid.
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